Virgen de los Treinta y Tres

Filipenses 3, 17- 4, 1
Salmo 121, 1-5

Jesús dijo a sus discípulos:
Había un hombre rico que tenía un administrador, al cual acusaron de malgastar sus bienes.
Lo llamó y le dijo: «¿Qué es lo que me han contado de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no ocuparás más ese puesto».
El administrador pensó entonces: «¿Qué voy a hacer ahora que mi señor me quita el cargo? ¿Cavar? No tengo fuerzas. ¿Pedir limosna? Me da vergüenza. ¡Ya sé lo que voy a hacer para que, al dejar el puesto, haya quienes me reciban en su casa!»
Llamó uno por uno a los deudores de su señor y preguntó al primero: «¿Cuánto debes a mi señor?» «Veinte barriles de aceite», le respondió.
El administrador le dijo: «Toma tu recibo, siéntate en seguida, y anota diez».
Después preguntó a otro: «Y tú, ¿cuánto debes?» «Cuatrocientos quintales de trigo», le respondió.
El administrador le dijo: «Toma tu recibo y anota trescientos».
Y el señor alabó a este administrador deshonesto, por haber obrado tan hábilmente. Porque los hijos de este mundo son más astutos en sus tratos con lo demás que los hijos de la luz.

Señor, mi gran pecado es la rutina, la pereza, el poco entusiasmo que pongo en tus cosas, mi falta de creatividad, mi tendencia a lo fácil, a lo que siempre se ha hecho, aunque ahora ya no sirva para nada. Dame espíritu de lucha, de esfuerzo, de ingenio, de inquietud. Haz que no entierre el talento que me has dado. Haz que deje ya de ser masa y me convierta en levadura.

La parábola parece premiar a quien es deshonesto, a quien engaña para obtener beneficio propio. Pero lo que Jesús nos está diciendo que nosotros, portadores del gran tesoro de su Buena Noticia, debemos ser astutos, creativos. Tenemos la mejor mercancía, pero no sabemos venderla bien. Vivimos una fe de sacristías, oculta, con vergüenza de decirnos seguidores de Jesús. A esto va la parábola: a sacudir nuestra pasividad; a espolear nuestro ingenio; a sacudir nuestra pereza; a buscar nuevos caminos.

Señor, te agradezco, que me des un estirón de orejas por mi pereza, mi pasividad, mi indolencia, mis pocas ganas de complicarme la vida, mi poco compromiso por llevar el evangelio a los demás. Dame fuerza para no seguir sentado, para no quedarme en casa, para salir a caminar por rutas nuevas, aunque tropiece. Sí, necesito “sagacidad”


MÁXIMA
Seamos creativos siguiendo a Jesús


No entiendo esa virtud tímida, que se esconde como si tuviera vergüenza de ella misma, esa virtud indolente, inmóvil, estéril y, por así decirlo, helada… Me horrorizan los tibios, siempre dispuestos a traicionar los intereses del Reino de los cielos, del que se consideran servidores, y delante de quienes los insultan se quedan mudos sin que se atrevan a decir una palabra para defenderlo… (A los alumnos de grupos juveniles)

No recibimos el espíritu de Dios
para seguir viviendo esclavos,
sino que hijos adoptivos, el Señor,
nos hizo por su hijo amado.
Y es el espíritu quien hoy
dice en nuestro corazón:
“No tengan miedo de ser santos”.
Él, a su lado, nos llamó
Y, convocados por su amor,
todos unidos le cantamos.

No tenemos miedo, no (4)

Cae la tarde, pierde el día su fulgor
y el miedo crece entre las sombras.
Pero, en la noche, el creyente corazón
espera el brillo de la aurora.
Así, despierto, nuestro amor
espera el mensajero albor
del día que ya está llegando.
Sus centinelas somos hoy,
testigos de ese nuevo sol
que es Jesús resucitado.

Y así, en Cristo alimentamos la esperanza
de construir la civilización del amor.
El amor de Dios inclina la balanza.
Si a nuestro lado está,
¿quién nos podrá enfrentar?

Ya no podemos, por la gracia del Señor,
permanecer indiferentes.
Ya no podemos resignarnos al dolor,
a la miseria, a la muerte.
Dios nos invita a iluminar
con nuestra vida pastoral
las realidades en penumbras.
Y es nuestra apuesta, nuestro plan
de transformar la realidad
con su presencia y con su ayuda.

Si en la balanza de este mundo y su dolor,
más que el amor, pesan las armas;
si manda el dólar,
si la guerra y la opresión
nos acorralan la esperanza,
aún hay oportunidad
para jugarse de verdad,
para no darse por vencido.
Hay un camino que tomar
por los humildes, por la paz
por la verdad de Jesucristo.

Y así, en Cristo alimentamos la esperanza
de construir la civilización del amor.
El amor de Dios inclina la balanza.
Si a nuestro lado está,
¿quién nos podrá enfrentar?