Domingo 32º durante el año

Primera lectura: 1 Reyes 17, 10-16
Salmo 145,6c-10
Segunda lectura: Hebreos 9, 24-28

Jesús les enseñaba diciendo: Cuídense de los escribas, a quienes les gusta pasearse con largas vestiduras, ser saludados en las plazas y ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los banquetes; que devoran los bienes de las viudas y fingen hacer largas oraciones. Estos serán juzgados con más severidad.
Jesús se sentó frente a la sala del tesoro del Templo y miraba cómo la gente depositaba su limosna. Muchos ricos daban en abundancia.
Llegó una viuda de condición humilde y colocó dos pequeñas monedas de cobre.
Entonces él llamó a sus discípulos y les dijo: Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros, porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir.

Jesús analiza la práctica de los escribas, estudiosos de la ley, pero deficientes en vivencia. Se sirven de la religión para explotar a los más sencillos. Se sienta en frente del cepillo; y cada vez que se sienta para enseñar es porque lo que dirá es muy importante. Se sentó en frente del cepillo, es decir, en oposición al cepillo y en consecuencia a la forma en que se practica la limosna en el Templo. Llama a sus discípulos, pues no están con Él. Quiere enseñarles a mirar más allá de las apariencias, pue no deben dejarse engañar por las apariencias, por el sonido rimbombante de las grandes monedas que tiraban los ricos al cepillo, deben ir al corazón de la persona, al desde dónde se hace la ofrenda.

La idea de que Dios mira más el corazón que las apariencias no es nueva en la religiosidad judía; pero Jesús profundiza en la idea y se la propone a los discípulos como ejemplo de actitud religiosa. Los escribas dan de lo superfluo, de lo que les sobra, de lo que no necesitan para vivir, aunque den mucho. Probablemente será de lo mucho que han robado a las viudas con sus largas y abusivas oraciones. La viuda echa de lo necesario. La viuda no echa parte, echa ‘todo’, como lo hizo la viuda de Sarepta, que confió en la Palabra del profeta y arriesgó entregando toda la harina y el aceite, y su confianza no fue defraudada.

Pagola dice: “El contraste entre las dos escenas es total. En la primera, Jesús pone a la gente en guardia frente a los escribas del templo. Su religión es falsa: la utilizan para buscar su propia gloria y explotar a los más débiles. No hay que admirarlos ni seguir su ejemplo. En la segunda, Jesús observa el gesto de una pobre viuda y llama a sus discípulos. De esta mujer pueden aprender algo que nunca les enseñarán los escribas: una fe total en Dios y una generosidad sin límites.

La crítica de Jesús a los escribas es dura. En vez de orientar al pueblo hacia Dios buscando su gloria, atraen la atención de la gente hacia sí mismos buscando su propio honor. Les gusta «pasearse con amplios ropajes» buscando saludos y reverencias de la gente. En la liturgia de las sinagogas y en los banquetes buscan «los asientos de honor» y «los primeros puestos». 

Pero hay algo que, sin duda, le duele a Jesús más que este comportamiento fatuo y pueril de ser contemplados, saludados y reverenciados. Mientras aparentan una piedad profunda en sus «largos rezos» en público, se aprovechan de su prestigio religioso para vivir a costa de las viudas, los seres más débiles e indefensos de Israel según la tradición bíblica.

Precisamente, una de estas viudas va a poner en evidencia la religión corrupta de estos dirigentes religiosos. Su gesto ha pasado desapercibido a todos, pero no a Jesús. La pobre mujer sólo ha echado en el arca de las ofrendas dos pequeñas monedas, pero Jesús llama enseguida a sus discípulos pues difícilmente encontrarán en el ambiente del templo un corazón más religioso y más solidario con los necesitados. Esta viuda no anda buscando honores ni prestigio alguno; actúa de manera callada y humilde. No piensa en explotar a nadie; al contrario, da todo lo que tiene porque otros lo pueden necesitar. Según Jesús, ha dado más que nadie, pues no da lo que le sobra, sino «todo lo que tiene para vivir».”

En este relato de la viuda Jesús nos muestra cual debe ser la experiencia del verdadero discípulo. Amarás al Señor con “todo” tu…, ese es el primer mandamiento, nos había dicho el domingo pasado. Los escribas echan desde su “yo”, por muy religioso que sean; echan desde la ostentación; echan desde fuera para reforzar su ego ante la comunidad. La viuda echa desde el tú de Dios. Deja el cuidado de su existencia en sus manos.

Esta es la experiencia del Dios sólo, esta es la experiencia de la Providencia, esta es la actitud de humildad que nos hace semejantes a Jesucristo y que sin ella difícilmente Dios nos reconocerá. San Ambrosio expresaba: Dios no se fija tanto en lo que damos, cuanto en lo que nos reservamos. ¿Cómo andamos por casa respecto de esta actitud?

Esas personas sencillas, pero de corazón grande y generoso, que saben amar sin reservas, son lo mejor que tenemos en la Iglesia. Ellas son las que hacen el mundo más humano, las que creen de verdad en Dios, las que mantienen vivo el Espíritu de Jesús en medio de otras actitudes religiosas falsas e interesadas. De esas personas hemos de aprender a seguir a Jesús. Son las que más se le parecen. 
 

Jesús y los pequeños:
No sólo los pobres, los niños, las viudas, sino también los pequeños gestos, los insignificantes para muchos… esos no se le pasan por alto a Jesús. La mirada atenta y el oído fino le permitieron reconocer el óbolo de la viuda y que este no pasara desapercibido para Él ni para los suyos: “los llamó y les dijo: les aseguro que esta pobre viuda…”. Qué detalle el de Jesús. Así mira Dios, así mira Él. ¡Y qué educador! Poniendo en relieve lo que no cuenta a los ojos del mundo… como JMLM y GD. ¿Qué convoca mi atención, lo grandilocuente o lo insignificante? ¡En esa línea educo!


He sabido, con gran alegría, que te comportas como verdadero religioso, y que Dios se digna bendecir tus trabajos… Sobre todo, mantente más que nunca lleno de celo para avanzar en la virtud, sobre todo, afiánzate cada vez más en la humildad. Ponte en guardia contra la vanagloria, y recuerda que los más grandes santos ante Dios, son los más pequeños ante sí mismos” (Carta al H. Paul Lagarde)

A veces me pregunto: «¿por qué yo?»
y sólo me respondes: «porque quiero».
Es un misterio grande que nos llames
así, tal como somos, a Tu encuentro.
Entonces redescubro una verdad:
mi vida, nuestra vida es Tu tesoro.
Se trata entonces sólo de ofrecerte
con todo nuestro amor, esto que somos.

¿Qué te daré?, ¿qué te daremos?,
¡Si todo, todo, es Tu regalo!
Te ofreceré, te ofreceremos
esto que somos…
Esto que soy, ¡eso te doy!

Esto que soy, esto es lo que te doy.
Esto que somos es lo que te damos.
Tú no desprecias nuestra vida humilde;
se trata de poner todo en tus manos.
Aquí van mis trabajos y mi fe,
mis mates, mis bajones y mis sueños;
y todas las personas que me diste,
desde mi corazón te las ofrezco.

Vi tanta gente un domingo de sol.
Me conmovió el latir de tantas vidas…
Y adiviné tu abrazo gigantesco
y sé que sus historias recibías.
Por eso tu altar luce vino y pan:
Son signo y homenaje de la vida.
Misterio de ofrecerte y recibirnos,
Humanidad que Cristo diviniza.