San Artémides Zatti – San Diego de Alcalá

Tito 3, 1-7
Salmo 22, 1-6

Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba a través de Samaría y Galilea.
Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia y empezaron a gritarle: ¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!
Al verlos, Jesús les dijo: Vayan a presentarse a los sacerdotes. Y en el camino quedaron purificados.
Uno de ellos, al comprobar que estaba curado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano.
Jesús le dijo entonces: ¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?
Y agregó: Levántate y vete, tu fe te ha salvado.

¡Cuánto se agradece cuando una persona se detiene en la carretera para ayudarnos cuando nuestro coche se ha averiado! «Jamás me había visto antes, sabía que muy probablemente no nos volveríamos a encontrar para que yo le agradeciera este favor… y sin embargo, tuvo el detalle de detenerse para hacerlo.» Parece obligado que ante este hecho, brote del corazón la gratitud.

Suele suceder que las personas que saben agradecer las cosas grandes, son las que también lo hacen ante pequeños detalles, que podrían pasar inadvertidos. A quien le cede el paso en medio del tráfico, al que sabe sonreír en el trabajo los lunes por la mañana, a la persona que atiende en la farmacia o en el banco… Son felices porque les sobran motivos para decir esa palabra que para otros es extraña y humillante.

Quien la pronuncia con sinceridad, al mismo tiempo llena de alegría a los demás, y crea «el círculo virtuoso» de la gratitud, en el que cada uno cumple su deber con mayor gusto y perfección. Y si estas personas agradecen a los hombres los pequeños favores y detalles, ¡cuánto más a Dios que es quien a través de canales tan variados nos hace llegar todo lo bueno que hay en nuestra vida! ¡Gracias!

Es frecuente que nos olvidemos de dar gracias a Dios por los beneficios recibidos. Somos prontos para pedir y tardos para agradecer. A veces las cosas nos parecen tan naturales que no se nos ocurre agradecérselas a Dios: Darle gracias por las maravillas de la naturaleza: del aire que es gratis para todo el mundo. Del agua: ese tesoro de la naturaleza. Dar gracias a Dios por las maravillas del cuerpo humano. De tener ojos: esas maravillosas máquinas fotográficas. De tener oídos: esa maravilla de la técnica. Dar gracias Dios por la familia en la que hemos nacido, por la patria, por la fe, etc. (Catholic.net)


MÁXIMA
Seamos agradecidos


Cuando recibieron esa gracia, no estaban en condiciones de conocer el valor ni de agradecer al autor. Sintieron el efecto de la misericordia de Dios antes de que pudieran desearla. Pero hoy que conocen ese inefable don, muestren a Dios toda su gratitud, renovando con su propia boca y con la elección de su voluntad, los votos que sus padrinos han hecho por ustedes en su nombre.» (Renovación promesas del bautismo)

Tengo tanto que agradecer,
no hay palabras suficientes.
Tu amor me rescató,
tu gracia me transformó.

Me viste caminando sin rumbo
y tu misericordia me alcanzó.
No soy la misma de ayer,
nueva criatura soy.

Sabes que te amo, mi Señor.
Sabes que te adoro con todo mi corazón
y que agradezco todo lo que me has dado.
¡Gracias, Jesús!
Sabes que te amo, mi Señor.
Sabes que te adoro con todo mi corazón
No merezco todo lo que me has dado.
¡Gracias, mi Dios!

Tengo tanto que agradecer.
Tus obras no me dejan de asombrar.
Mi adorado Redentor
me sigues demostrando tu bondad.

Desde lo más profundo de mi corazón
te doy gracias.
¡Gracias, Señor!
¡Gracias, Jesús!