Domingo XXXIII durante el año


Primera lectura: Daniel 12, 1-3
Salmo 15, 5.8-11
Segunda lectura: Hebreos 10, 11-14.18

Jesús enseñaba a sus discípulos diciendo: En ese tiempo, después de esta tribulación, el sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar, las estrellas caerán del cielo y los astros se conmoverán. Y se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno de poder y de gloria. Y él enviará a los ángeles para que congreguen a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del horizonte.
Aprendan esta comparación, tomada de la higuera: cuando sus ramas se hacen flexibles y brotan las hojas, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano. Así también, cuando vean que suceden todas estas cosas, sepan que el fin está cerca, a la puerta. Les aseguro que no pasará esta generación, sin que suceda todo esto. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.
En cuanto a ese día y a la hora, nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, nadie sino el Padre
.

El discurso apocalíptico que encontramos en Marcos quiere ofrecer algunas convicciones que han de alimentar la esperanza. No lo hemos de entender en sentido literal, sino tratando de descubrir la fe contenida en esas imágenes y símbolos que hoy nos resultan tan extraños.

Pagola nos dice: “Poco a poco iban muriendo los discípulos que habían conocido a Jesús. Los que quedaban, creían en él sin haberlo visto. Celebraban su presencia invisible en las eucaristías, pero ¿cuándo verían su rostro lleno de vida? ¿Cuándo se cumpliría su deseo de encontrarse con él para siempre? Seguían recordando con amor y con fe las palabras de Jesús. Eran su alimento en aquellos tiempos difíciles de persecución. Pero, ¿cuándo podrían comprobar la verdad que encerraban? ¿No se irían olvidando poco a poco? Pasaban los años y no llegaba el «Día Final» tan esperado, ¿qué podían pensar?

Primera convicción: La historia apasionante de la Humanidad llegará un día a su fin. El «sol» que señala la sucesión de los años se apagará. La «luna» que marca el ritmo de los meses ya no brillará. No habrá días y noches, no habrá tiempo. Además, «las estrellas caerán del cielo», la distancia entre el cielo y la tierra se borrará, ya no habrá espacio. Esta vida no es para siempre. Un día llegará la Vida definitiva, sin espacio ni tiempo. Viviremos en el Misterio de Dios.

Segunda convicción: Jesús volverá y sus seguidores podrán ver por fin su rostro deseado: «verán venir al Hijo del Hombre». El sol, la luna y los astros se apagarán, pero el mundo no se quedará sin luz. Será Jesús quien lo iluminará para siempre poniendo verdad, justicia y paz en la historia humana tan esclava hoy de abusos, injusticias y mentiras.

Tercera convicción: Jesús traerá consigo la salvación de Dios. Llega con el poder grande y salvador del Padre. No se presenta con aspecto amenazador. El evangelista evita hablar aquí de juicios y condenas. Jesús viene a «reunir a sus elegidos», los que esperan con fe su salvación.

Cuarta convicción: Las palabras de Jesús «no pasarán». No perderán su fuerza salvadora. Han de seguir alimentando la esperanza de sus seguidores y el aliento de los pobres. No caminamos hacia la nada y el vacío. Nos espera el abrazo con Dios”.

Jesús no sabe la hora, ni le interesa. El que vive en continua actitud de entrega y en obediencia filial al Padre, no tiene necesidad de saber la hora porque no va a sorprenderlo como ladrón. De ahí la enseñanza de Jesús sobre la vigilancia. El discípulo como el Maestro debe estar siempre vigilante: tener el delantal puesto y la lámpara encendida para cuando llegue el amo. Cuando se vive en esta actitud de vigilancia no hay preocupación por la hora, pues a cualquier hora que llegue el amo el servidor estará preparado. Cuando uno no vive en esta actitud de vigilancia, entonces estará preocupado por la hora y querrá hacerse de los signos de la llegada del amo.

JMLM nos invitará a los menesianos a vivir vigilantes, atentos, orantes, con la vida en las manos como para poder ofrendarla en el momento oportuno, reposados en el seno de la Providencia, que no piensa para nosotros más que pensamientos de amor. 

Jesús y el Padre: tiene muy claro que hay cuestiones que no le competen, que son potestad de su Padre. Se sabe hijo y como tal vive. Vive atento a la voluntad de su Padre y eso enseña e invita a vivir. La vigilancia es la actitud de los que tienen clara conciencia de ser servidores. Vive con el delantal puesto y la luz encendida.

Jesús y la creación: Dios es el creador. Dios habla en la creación y esta transparenta algo de Dios. Por eso Jesús observa la naturaleza y aprende de ella y enseña a otros a hacer lo mismo. Somos una unidad con la creación. Pertenecemos ella, somos parte de ella. Estoy como señor de ella, siempre y cuando entienda por señor, cuidador de la casa común y no explotador de la misma.


Debes estar preparado. Y que el pensamiento de la muerte no te entristezca; alégrate con el profeta viendo acercarse el final de todas tus miserias y el momento en el que irás a la casa del Señor, para alabarlo, bendecirlo, y amarlo para siempre sin divisiones. Cada mañana, en el santo altar, le pido esta gracia para ti. ¡Vamos al cielo, vamos al cielo, hijo mío: allí nos encontraremos y nos reuniremos para siempre!  Te abrazo en el lecho del dolor con toda la ternura de un padre. (Al H. Paul, 09-04-1847) 

Velen pues, y estén preparados
porque no saben cuándo viene su Señor.
Velen pues, y estén preparados
porque no saben
cuándo viene el Hijo de Dios.

Así como en los tiempos de Noé,
así es como sucederá.
Vino el diluvio y todo se llevó.
Así el hijo de Dios vendrá.

Tengan por cierto que si el dueño de un hogar
supiera que le robarán,
les aseguro que su casa cuidará
para que nadie pueda entrar.

Estén alertas y prepárense
porque no saben cuándo vendrá.
Para cuando menos lo piensen, él vendrá,
el Hijo del Hombre será.

ROQUE GONZALEZ (1576-1628), ALFONSO RODRIGUEZ OLMEDO (1598-1628) y JUAN DEL CASTILLO (1595-1628) fueron sacerdotes jesuitas que realizaron misiones y crearon reducciones en una amplia zona de Paraguay y Brasil. Estando en 1628, Roque y Alfonso en el pueblo de Todos los Santos de Caaró y Juan en la reducción de Nuestra Señora de la Asunción de Ijuí, en el actual estado brasileño de Rio Grande del Sur, fueron asesinados por orden de un cacique guaraní, que se resistía a la evangelización. Fueron canonizados por Juan Pablo II en 1988.