Dedicación de las basílicas de San Pedro y san Pablo

Apocalipsis 1, 1-6. 10-11; 2,1-5
Salmo 1, 1-6

Cuando Jesús se acercaba a Jericó, un ciego estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna.
Al oír que pasaba mucha gente, preguntó qué sucedía. Le respondieron que pasaba Jesús de Nazaret.
El ciego se puso a gritar: ¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí! 
Los que iban delante lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más fuerte: ¡Hijo de David, ten compasión de mí!
Jesús se detuvo y mandó que se lo trajeran. Cuando lo tuvo a su lado, le preguntó: ¿Qué quieres que haga por ti?
Señor, que yo vea otra vez.
Y Jesús le dijo: Recupera la vista, tu fe te ha salvado.
En el mismo momento, el ciego recuperó la vista y siguió a Jesús, glorificando a Dios.
Al ver esto, todo el pueblo alababa a Dios.

Era ciego, pero tenía las ideas muy claras. Había oído hablar de Jesús de Nazaret, el descendiente del rey David, que hacía milagros en toda Galilea. Y él quería ver. Por eso, cuando le informaron que Jesús iba a pasar por allí, el corazón le dio un vuelco y comenzó a gritar con todas sus fuerzas. ¡Era la oportunidad de su vida! Cuando consiguió estar frente a frente con el Mesías no fue con rodeos. Le pidió lo que necesitaba: ¡Señor, que vea!

Muchos entendidos dicen que este es el modelo perfecto de oración. Primero, buscó el encuentro con Jesús; luego, presentó la petición con toda claridad. Para rezar bien, es necesario acercarse a Dios, ponerse ante su presencia. Para eso puede ayudar ir a una iglesia y arrodillarse ante el sagrario. ¡Allí está Jesús! Luego, con humildad, suplicando su misericordia como hizo el ciego, le hablamos y le decimos exactamente lo que nos pasa.

Sin discursos, sin palabrería. Hay que ir al grano: “Mira, Señor, lo que me pasa es esto…”.  Dios ya lo sabe, pero quiere que se lo digamos. Nos pregunta: “¿Qué quieres que haga?” Entonces, nos escucha y nos lo concede, según nuestra fe.

Pero no acaba aquí el relato. Luego comunicó esa experiencia a todo el pueblo. Había nacido un apóstol.
Y consiguió que aquella gente, al verlo, alabara a Dios.

¡Cuántas veces estamos sentados al borde del camino, porque nos sentimos discriminados o porque somos simples espectadores de la realidad! ¿Conocemos a nuestro alrededor personas, niños, jóvenes que estén al bode del camino? Pongámosle nombre. Pongámonos ahora como acompañantes de Jesús saliendo de Jericó: ¿Escuchamos su voz que nos dice: llamen a los que están a la orilla del camino?


MÁXIMA
Señor, que vea


Por lo tanto, es en él en quien deben buscar un consolador para sus penas. Es en su misericordia que deben poner toda tu confianza. … Es él quien las invita llamándolas al retiro. En medio del mundo, su gracia, que nunca les ha faltado, no ha podido triunfar sobre su ceguera. Las palabras y los ejemplos de los hombres han sido obstáculos para su regreso a Dios. Pero la misericordia de Dios hoy levanta los obstáculos que les parecían insuperables. (S. 14. Retiro para mujeres)

Señor mío, no entiendo tus designios,
los dolores de la dura enfermedad.
Tú que estabas cubierto por la llagas,
hoy te pido que de mí tengas piedad.
Devolviste la vida al moribundo,
y los ciegos te pudieron contemplar.
Mira el llanto que cubre mis mejillas,
y me azota tanta debilidad.

Sáname, mi Señor,
por piedad, por amor,
por los méritos de tus preciosas llagas.
Sáname, mi Señor,
por piedad, por amor,
y devuélvele la paz a mi alma.

Cuando veo que pendes del madero,
y tu Sangre lo tiñe por amor,
siento que mis heridas son cobardes
y mis quejas ya no tienen razón.
Hoy enfermo, Señor, voy a buscarte.
Si Tú quieres te alabaré en la cruz.
Yo te ruego cambies mi cobardía.
Al decirte lo aceptaré Jesús.

Fúndeme en tu dolor,
dame fuerza y valor.
Sé que sufro, pero Tú eres mi calma.
Quiero ser, oh Señor,
una llama de amor
que consuele el dolor de las almas.