San Clemente – Beato Miguel Agustín Pro

Apocalipsis 11, 4-12
Salmo 143, 1-2. 9-10

Se le acercaron a Jesús algunos saduceos, que niegan la resurrección, y le dijeron: Maestro, Moisés nos ha ordenado que, si alguien está casado y muere sin tener hijos, que su hermano, para darle descendencia, se case con la viuda.
Ahora bien, había siete hermanos. El primero se casó y murió sin tener hijos. El segundo se casó con la viuda, y luego el tercero. Y así murieron los siete sin dejar descendencia. Finalmente, también murió la mujer. Cuando resuciten los muertos, ¿de quién será esposa, ya que los siete la tuvieron por mujer?
Jesús les respondió: En este mundo los hombres y las mujeres se casan, pero los que sean juzgados dignos de participar del mundo futuro y de la resurrección, no se casarán. Ya no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección.
Que los muertos van resucitar, Moisés lo ha dado a entender en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Porque él no es Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en efecto, viven para él.
Tomando la palabra, algunos escribas le dijeron: Maestro, has hablado bien. Y ya no se atrevían a preguntarle nada.

Una de las cuestiones teológicas fundamentales, que distinguían a los Saduceos de los fariseos, era que no creían en la resurrección para la vida futura, mientras que los fariseos si creían en eso. Conviene recordar que en casi en todo el Antiguo Testamento no se menciona la fe en la vida eterna. Solo al final, Dn 12, 2; Mac 7,9; Jub 23,31. La fe de los fariseos era, en cierto modo, una innovación teológica.

Los saduceos, para defender su postura, echan mano de la ley del levirato, muy extendida en el Oriente antiguo. Y plantean a Jesús un caso extravagante, pero no caen en la cuenta de que la vida, posteriormente a la resurrección de los muertos, no necesita perpetuarse mediante las leyes biológicas que son fuente de fecundidad y de vida en este mundo. Aunque, hablando con más precisión, la vida después de la muerte solo podemos hablar por negaciones: sabemos lo que no es. Pero nunca sabremos en este mundo lo que es la vida que, por la fe, esperamos para después de la muerte.

Además, es importante dejar claro que la “ley de levirato” de “levir”=cuñado), según establece Deut 25,5-10, tenía como finalidad asegurar el nombre y la herencia de la familia (J. Dheilly). Es evidente que eso no tiene, ni puede tener, sentido cuando hablamos de la “otra vida”. Jesús sale de la trampa irracional de los saduceos, reafirmando la fe en el Dios de la vida.


Es la misma esperanza, mis queridos hijos, la que inspiró a los primeros cristianos tanta paciencia en las persecuciones, y que los hizo tan felices en los sufrimientos, tan gloriosos en los oprobios. Constantemente tenían en mente las predicciones de Nuestro Señor Jesucristo, quien declaró en el Evangelio, de la manera más formal, que en el último día todos los muertos oirán su voz y que serán resucitados para no volver a morir. Fue esta promesa la que sostuvo la fe de los mártires, que animó la constancia de las vírgenes, que suavizó a los anacoretas los horrores de los desiertos y los rigores de la penitencia. Además, veamos cómo el apóstol san Pablo en sus epístolas, y especialmente en lo que dirige a los fieles de Corinto, entra en este sentido, en los detalles más pequeños. Les señala que el cuerpo como semilla está plantado en un estado de corrupción, deformado, inmóvil y sin vida; pero que resucitará de nuevo incorruptible, glorioso, espiritual, imperturbable, ágil, lleno de vigor y fuerza. (Sermón sobre la resurrección) 

EL DIOS DE LA VIDA – Daniel Poli

Somos un nuevo pueblo,
Soñando un mundo distinto,
Los que en el amor creemos,
Los que en el amor vivimos.
Llevamos este tesoro,
En vasijas de barro,
Es un mensaje del cielo,
Y nadie podrá callarnos.
Y proclamamos, un nuevo día,
Porque la muerte, ha sido vencida.
Y anunciamos esta buena noticia,
Hemos sido salvados,
Por el Dios de la vida.

En el medio de la noche,
Encendemos una luz,
En el nombre de Jesús.
En el medio de la noche,
Encendemos una luz,
En el nombre de Jesús.

Sembradores del desierto,
Buenas nuevas anunciamos,
Extranjeros en un mundo,
Que no entiende nuestro canto.
Y aunque a veces nos cansamos,
Nunca nos desalentamos,
Porque somos peregrinos,
Y es el amor nuestro camino.
Y renunciamos, a la mentira,
Vamos trabajando por la justicia.
Y rechazamos, toda idolatría,
Pues sólo creemos en el Dios de la vida.

Que nuestra canción se escuche,
Más allá de las fronteras,
Y resuene en todo el mundo,
Y será una nueva tierra.
Es un canto de victoria,
A pesar de las heridas,
Alzaremos nuestras voces,
Por el triunfo de la Vida.
Y cantaremos, con alegría,
Corazones abiertos, nuestras manos unidas.
Celebraremos, un nuevo día,
Hemos sido salvados,
Por el Dios de la vida.

JOSÉ RAMÓN MIGUEL AGUSTÍN PRO JUÁREZ (1891-1927), fue un sacerdote católico, activista por la libertad religiosa en México, y miembro de la Compañía de Jesús, que fue acusado por el gobierno de Plutarco Elías Calles de participar en un atentado contra el candidato presidencial Álvaro Obregón dentro del contexto del enfrentamiento entre la Iglesia y el Estado que afectó a México entre 1914 y 1938, y que alcanzó su máxima expresión con la denominada Guerra Cristera (1926-1929). Se lo fusiló sin juicio alguno junto con su hermano Humberto, Luis Segura Vilchis y Juan Tirado Arias. Fue el primer mexicano declarado mártir por odio a la fe por la Iglesia católica, y beatificado por el papa Juan Pablo II en 1988.