Jesucristo, Rey del Universo

Primera lectura: Daniel 7, 13-14
Salmo 92, 1-2.5
Segunda lectura: Apocalipsis 1, 5-8

Pilato volvió a entrar en el pretorio, llamó a Jesús y le preguntó: ¿Eres tú el rey de los judíos?
Jesús le respondió: ¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?
Pilato explicó: ¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?
Jesús respondió: Mi realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi realeza no es de aquí.
Pilato le dijo: ¿Entonces tú eres rey?
Jesús respondió: Tú lo dices, yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz.

Es importante que tengamos una pequeña idea del momento y del motivo por el que se instituyó esta fiesta: fue el Papa Pío XI en 1925, cuando la Iglesia estaba perdiendo su poder y su prestigio frente a la modernidad. Con esta fiesta se intentó recuperar el terreno perdido ante un mundo secular, laicista y descreído. La encíclica «Quas primas» explica las razones para instituir la fiesta: recuperar el reinado de Cristo y de su Iglesia. Para un Papa de principios del s. XX, era inaceptable que las naciones hicieran sus leyes al margen de las directrices eclesiales y eso preocupaba…

Dentro del proceso en el que se va a decidir la ejecución de Jesús, el evangelista Juan ofrece un sorprendente diálogo privado entre Pilato, representante del imperio más poderoso de la Tierra y Jesús, un reo maniatado que se presenta como testigo de la verdad. Precisamente Pilato quiere, al parecer, saber la verdad que se encierra en aquel extraño personaje que tiene ante su trono: «¿Eres tú el rey de los judíos?». Jesús va a responder exponiendo su verdad en dos afirmaciones, muy queridas para el evangelista Juan.

«Mi reino no es de este mundo». Jesús no es rey al estilo que Pilato puede imaginar. No pretende ocupar el trono de Israel ni disputarle a Tiberio su poder imperial. Jesús no pertenece a ese sistema en el que se mueve el prefecto de Roma, sostenido por la injusticia y la mentira. No se apoya en la fuerza de las armas. Tiene un fundamento completamente diferente. Su realeza proviene del amor de Dios al mundo.

Pero añade a continuación algo muy importante: «Soy rey… y he venido al mundo para ser testigo de la verdad». Es en este mundo donde quiere ejercer su realeza, pero de una forma sorprendente. No viene a gobernar como Tiberio sino a ser «testimonio de la verdad» introduciendo el amor y la justicia de Dios en la historia humana. Esta verdad que Jesús trae consigo no es una doctrina, una enseñanza teórica. Es una llamada que puede transformar la vida de las personas. Jesucristo es la única verdad de la que nos está permitido vivir a los cristianos.

Cualquier connotación que el título de rey tenga con el poder, tergiversa el mensaje de Jesús. Una corona de oro en la cabeza y un cetro de brillantes en las manos de Jesús, son mucho más denigrantes que la corona de espinas y la caña que le pusieron los soldados para reírse de él. Si no nos damos cuenta de esto, es que estamos proyectando sobre Dios y sobre Jesús nuestros propios anhelos de poder.

Ni el «Dios todopoderoso» ni el «Cristo del Gran Poder» tienen absolutamente nada que ver con el evangelio. El Dios de Jesús es el «Abba», padre y madre que cuida de nosotros, entregándonos todo lo que Él es en cada instante. No se impone, no nos gobierna, no nos domina. Es esta realidad la que tenemos que descubrir y hacer presente en cada instante de nuestra vida. Esto es lo que tenemos que expresar en todas nuestras relaciones con los demás: estamos para servir al estilo de Jesús.

Pero la clave de todas esas relaciones sociales, según el evangelio, es precisamente esa preocupación por servir siempre a los demás. Por eso está contra todo poder que suponga dominio y sometimiento de la persona. Si ese poder se pretende ejercer en nombre de Dios, estamos en las antípodas del mensaje y de la vida de Jesús.

Jesús y la autoridad: la relación de Jesús con la autoridad Romana es casi desafiante: ¿hablas por vos o por otros? No se niega a responder, pero no deja de decir con claridad su palabra. Con Herodes también es tajante, no anda con vueltas, sabe de sus andanzas y de sus alianzas a favor de los poderosos y en desmedro de los más débiles. Jesús no negocia con el poder la vida de nadie, y menos de los más pequeños. Su postura ante la vida, ante la ley y las personas más necesitadas, lo llevarán a la muerte. Es un estorbo para las autoridades religiosas del momento. No por eso declina su proyecto, el proyecto del Padre.


Jesucristo nos ha sido dado por Rey, por Maestro y por Modelo. Es nuestra Cabeza, somos sus miembros. Debemos por consiguiente entrar en sus designios, trabajar en sus obras, continuar su vida; en una palabra nuestra unión con Él ha de ser perfecta, como El mismo es uno con el Padre. (Apertura del retiro de 1827)

Que corra tu río, que sople tu aliento,
que queme tu fuego por dentro.
Que caiga tu lluvia y refresque tu viento,
que traigas un avivamiento.
Y sea un torrente por el mundo entero.

Griten los montes con alegría,
vean los ciegos la luz del día.
Rómpanse yugos de esclavitud
y por los siglos reine Jesús…

Recorre las vidas carentes de amor,
consuela a tu paso el corazón.
Visita aun el más oscuro rincón
y ahí has brillar tu salvación.

Griten los montes con alegría,
vean los ciegos la luz del día.
Rómpanse yugos de esclavitud
y por los siglos reina Jesús.

Fiel, justo y verdadero,
soberano salvador del universo.


Señor Jesús,
somos discípulas y discípulos tuyos
que, como Familia Menesiana

del Cono Sur,
queremos caminar en actitud sinodal,
en un clima de constante discernimiento,
 para descubrir y responder a la invitación
que nos haces de colaborar contigo,
 anunciando tu Evangelio.

Señor Jesús,
conscientes de nuestra fragilidad,
ponemos confiados en tus manos,
los cinco panes y dos peces que tenemos
para que tú, desde tu sensibilidad,
los repartas, transformando
corazones, mentes, manos y pies,
y saciando el hambre de fraternidad.

Señor Jesús,
enséñanos tu modo de ser misión,
a mirar, como comunidades educativas,
compasivamente la realidad,
a tejer lazos de corresponsabilidad
que nos hagan más hermanas y hermanos
de tus predilectos, los pobres.
Amén