Santa Catalina Labouré

Apocalipsis 18, 1-2. 21-23.; 19, 1-3. 9
Salmo 99, 1-5

Jesús les dijo a sus discípulos: Cuando vean a Jerusalén sitiada por los ejércitos, sepan que su ruina está próxima. Los que estén en Judea, que se refugien en las montañas; los que estén dentro de la ciudad, que se alejen; y los que estén en los campos, que no vuelvan a ella. Porque serán días de escarmiento, en que todo lo que está escrito deberá cumplirse.
¡Ay de las que estén embarazadas o tengan niños de pecho en aquellos días! Será grande la desgracia de este país y la ira de Dios pesará sobre este pueblo.
Caerán al filo de la espada, serán llevados cautivos a todas las naciones, y Jerusalén será pisoteada por los paganos, hasta que el tiempo de los paganos llegue a su cumplimiento.
Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, los pueblos serán presa de la angustia ante el rugido del mar y la violencia de las olas. Los hombres desfallecerán de miedo por lo que le sobrevendrá al mundo, porque los astros se conmoverán.
Entonces se verá al Hijo del hombre venir sobre una nube, lleno de poder y de gloria. Cuando comience a suceder esto, tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación.

Lucas mezcla la destrucción de Jerusalén en el año 70 con las palabras de Jesús sobre el fin del mundo. Cuando él escribe, de Jerusalén ya no quedaba “piedra sobre piedra”. El ejercito romano, fiel a su historial de barbarie, y al mando de Tito, futuro emperador, había arrasado con la ciudad santa. Llegaba así a su fin la revuelta judía. Sólo sobrevivió por otros 3 años en Masada. Pero también esta fortaleza fue arrasada

A lo largo del tiempo muchos han anunciado el fin de los tiempos, señalando acontecimientos cósmicos o históricos como pruebas de su llegada. Recordamos aún las profecías que se dieron a conocer para el año 2000 o el 2012. ¡Cuánta gente vivió angustiada esperando el fin que nunca llegó!

El ‘fin del mundo’ es seguro. Sabemos que la tierra algún día colapsará. Si no lo hacemos nosotros o lo hace un meteorito, el sol se encargará de aquí a algunos millones de años.

Pero la muerte, nuestro ‘fin del mundo’ personal, es segura y más cercana. Ella no dejará ‘piedra sobre piedra’ de nuestro cuerpo. Pero allí será el momento de la liberación, cuando Cristo venga a nuestro encuentro. Ojalá estemos preparados para recibirlo con los brazos abiertos. Será el momento del encuentro, del abrazo eterno, de la alegría sin límites, de la vida para siempre en la casa del Padre.

El papa Francisco nos enseña: «El Señor nos dice que estemos preparados para el encuentro, porque la muerte es un encuentro; es Jesús quien viene a encontrarnos, es Él quien viene a tomarnos de la mano y llevarnos con él…Todos somos vulnerables y todos tenemos una puerta a la que el Señor llamará algún día… La muerte, iluminada por el misterio del Señor Resucitado, nos ayuda a ver la vida con mirada nueva, como una ocasión que Dios nos da para amar a los demás y hacer el bien, quitando del corazón la ambición, el rencor y el resentimiento…»


No tardaremos en reunirnos en el seno de Dios con las personas queridas que la muerte nos arrebató, si unos y otros merecemos morir como santos, viviendo como santos. Esfuérzate más que nunca por llegar a ser santo. (Al H. Ligouri-María, 14 de julio de 1846)


MÁXIMA
Jesús nos liberará para siempre

Yo soy el Pan de Vida,
el que viene a Mí no tendrá hambre,
el que viene a Mí no tendrá sed.
Nadie viene a Mí, si mi Padre no lo llama.

Y yo lo resucitaré, y yo lo resucitaré,
y yo lo resucitaré en el día final.

El Pan que yo le daré
es mi Cuerpo, vida del mundo.
El que siempre coma de mi Carne,
vivirá en mí
como yo vivo en mi Padre.

Yo soy esa bebida,
que se prueba y no se siente sed,
el que siempre beba de mi Sangre,
vivirá en mí, y tendrá la vida eterna.

Sí, mi Señor, yo creo,
que has venido al mundo a redimirnos,
que Tú eres el Hijo de Dios,
y que estás aquí, alentando nuestras vidas. 




ORACIÓN POR EL CAPÍTULO

Señor Jesús,
somos discípulas y discípulos tuyos
que, como Familia Menesiana
del Cono Sur,
queremos caminar en actitud sinodal,
en un clima de constante discernimiento,
 para descubrir y responder a la invitación
que nos haces de colaborar contigo,
 anunciando tu Evangelio.

Señor Jesús,
conscientes de nuestra fragilidad,
ponemos confiados en tus manos,
los cinco panes y dos peces que tenemos
para que tú, desde tu sensibilidad,
los repartas, transformando
corazones, mentes, manos y pies,
saciando el hambre de fraternidad.

Señor Jesús,
enséñanos tu modo de ser misión,
a mirar, como comunidades educativas,
compasivamente la realidad,
a tejer lazos de corresponsabilidad
que nos hagan más hermanas y hermanos
de tus predilectos, los pobres.
Amén