1º Domingo de Adviento

Primera lectura: Jeremías 33, 14-16
Salmo 24, 4-5ª.8-10.14
Segunda lectura: 1ª Tesalonicenses 3, 12-4,2

Jesús dijo a sus discípulos: Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, los pueblos serán presa de la angustia ante el rugido del mar y la violencia de las olas. Los hombres desfallecerán de miedo por lo que sobrevendrá al mundo, porque los astros se conmoverán.
Entonces se verá al Hijo del hombre venir sobre una nube, lleno de poder y de gloria. Cuando comience a suceder esto, tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación.
Tengan cuidado de no dejarse aturdir por los excesos, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, para que ese día no caiga de improviso sobre ustedes como una trampa, porque sobrevendrá a todos los hombres en toda la tierra.
Estén prevenidos y oren incesantemente, para quedar a salvo de todo lo que ha de ocurrir. Así podrán comparecer seguros ante del Hijo del hombre.

En la primera lectura el Señor expresa que llegará el día en que la promesa de bendición se cumplirá: un descendiente de David surgirá y que traerá justicia y rectitud. No son tiempos malos, sino tiempos de espera vigilante, en que el Señor actuará. El tiempo de la promesa se acerca. El evangelio también nos habla de lo que se avecina, no para que temamos sino para que levantemos la cabeza, porque está por llegar la liberación y el gran liberador es Cristo Jesús. Y nos invita a estar vigilantes, a no dejarnos aturdir y a orar incesantemente.

La estructura del texto evangélico es la siguiente: v. 25-26 narra que habrán señales (tenemos que aprender a leerlas/ discernirlas como leemos las del tiempo); v. 27: luego que el Hijo del Hombre vendrá (una certeza); v. 28: con la llega del Hijo del Hombre, la esperanza renace (no es un mensaje para intimidar/ asustar, sino de liberación -eso es el Evangelio-); v. 34-36: y por último la exhortación a la vigilancia (invitación a no vivir distraídos/ desconectados/ aturdidos).

Pagola nos dice:
“Los discursos apocalípticos recogidos en los evangelios reflejan los miedos y la incertidumbre de aquellas primeras comunidades cristianas, frágiles y vulnerables, que vivían en medio del vasto Imperio romano, entre conflictos y persecuciones, con un futuro incierto, sin saber cuándo llegaría Jesús, su amado Señor.
También las exhortaciones de esos discursos representan, en buena parte, las exhortaciones que se hacían unos a otros, aquellos cristianos, recordando el mensaje de Jesús. Esa llamada a vivir despiertos cuidando la oración y la confianza es un rasgo original y característico de su Evangelio y de su oración.
Por eso, las palabras que escuchamos hoy, después de muchos siglos, no están dirigidas a otros destinatarios. Son llamadas que hemos de escuchar los que vivimos ahora en la Iglesia de Jesús, en medio de las dificultades e incertidumbres de estos tiempos.
La Iglesia actual marcha a veces como una anciana «encorvada» por el peso de los siglos, las luchas y trabajos del pasado. «Con la cabeza baja», consciente de sus errores y pecados, sin poder mostrar con orgullo la gloria y el poder de otros tiempos.
Es el momento de escuchar la llamada que Jesús nos hace a todos: «Levántense», anímense unos a otros. «Alcen la cabeza» con confianza. No miren al futuro solo desde sus cálculos y previsiones. «Se acerca su liberación». Un día ya no vivirán encorvados, oprimidos ni tentados por el desaliento. Jesucristo es su Liberador.
Pero hay maneras de vivir que impiden a muchos caminar con la cabeza levantada confiando en esa liberación definitiva. Por eso, «tengan cuidado de que no se les embote la mente». No se acostumbren a vivir con un corazón insensible y endurecido, buscando llenar la vida de bienestar y placer, de espaldas al Padre del Cielo y a sus hijos que sufren en la tierra. Ese estilo de vida les hará cada vez menos humanos.
«Estén siempre despiertos». Despierten la fe en sus comunidades. Estén más atentos a mi Evangelio. Cuiden mejor mi presencia en medio de ustedes. No sean comunidades dormidas. Vivan «pidiendo fuerza». ¿Cómo seguiremos los pasos de Jesús si el Padre no nos sostiene? ¿Cómo podremos «mantenernos en pie ante el Hijo del Hombre»?”

Lucas nos invita a ponernos en guardia y a identificar el núcleo de nuestras dispersiones que nos van secando el deseo de Dios. ¿De qué nos estamos alimentando, a dónde estamos yendo a calmar nuestra hambre y sed? ¿Cuáles son las preocupaciones que nos están oscureciendo el horizonte del Dios Solo en nuestras vidas?

Jesús y sus discípulos: Jesús sabe que se acerca el final de su vida terrena y va preparando a los suyos para el momento de su muerte. Ya no estará de igual modo, pero estará. Les narra lo que vendrá para que enfrenten el futuro sin miedo y con la confianza que la última palabra no la tiene la muerte y la desesperanza, sino Él. Invita a los suyos a vivir prevenidos, atentos, conectados, pues esa es una clave de vida.


¡Cuándo será que no tengamos otro apoyo que Dios Solo! ¿Cuándo este gran Dios será todo, absolutamente todo para nosotros? Somos pobres enfermos, vamos a apagar nuestra sed en los riachuelos de las criaturas, mientras tenemos delante de nosotros un gran océano, el único capaz, en la abundancia infinita de sus aguas, de apagar la sed que nos atormenta”. (Antología p. 215)
“Cuánto más difíciles sean los tiempos, más debe rezar y vigilar. La oración y la vigilancia, he aquí dos grandes medios de salvación” (Antología p. 147)

Toda la tierra espera al Salvador,
y el surco abierto, a la obra del Señor;
es el mundo que lucha por la libertad,
reclama justicia y busca la verdad.

Dice el Profeta al pueblo de Israel:
“De madre virgen ya viene el Emmanuel”;
será “Dios con nosotros”, hermano será,
con él la esperanza al mundo volverá.

Cerros y valles habrá que preparar,
nuevos caminos tenemos que trazar;
el Señor está cerca, hay que irlo a encontrar,
y todas las puertas abrir de par en par.

En un pesebre, Jesús apareció,
pero en el mundo es donde nace hoy;
vive en nuestros hermanos, con ellos está,
y vuelve de nuevo a darnos libertad.


ORACIÓN POR EL CAPÍTULO

Señor Jesús,
somos discípulas y discípulos tuyos
que, como Familia Menesiana del Cono Sur,
queremos caminar en actitud sinodal,
en un clima de constante discernimiento,
 para descubrir y responder a la invitación
que nos haces de colaborar contigo,
 anunciando tu Evangelio.

Señor Jesús,
conscientes de nuestra fragilidad,
ponemos confiados en tus manos,
los cinco panes y dos peces que tenemos
para que tú, desde tu sensibilidad,
los repartas, transformando
corazones, mentes, manos y pies,
 saciando el hambre de fraternidad.

Señor Jesús,
enséñanos tu modo de ser misión,
a mirar como comunidades educativas
compasivamente la realidad,
a tejer lazos de corresponsabilidad
que nos hagan más hermanas y hermanos
de tus predilectos, los pobres.
Amén