San Francisco Javier

Isaías 11, 1-10
Salmo 71, 1-2. 7-8. 12-13. 17

En aquel momento Jesús se estremeció de gozo, movido por el Espíritu Santo, y dijo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido.
Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre, como nadie sabe quién es el Padre, sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Después, volviéndose hacia sus discípulos, Jesús les dijo a ellos solos: ¡Felices los ojos que ven lo que ustedes ven! ¡Les aseguro que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron!

Para encontrar al Señor «que viene y vendrá», es necesario tener «corazones grandes pero actitud de pequeños», yendo hacia adelante con «la alegría de los humildes» que son conscientes de estar continuamente bajo la mirada del Señor. Es este el estilo de vida que se pide a cada cristiano.

Los pequeños, dice el Papa, entienden que son «un pequeño retoño de un tronco muy grande», un retoño sobre el cual «viene el Espíritu Santo». Encarnan así «la humildad cristiana» que los lleva a reconocer: «tú eres Dios, yo soy un hombre, yo sigo adelante con las pequeñas cosas de la vida, pero caminando en tu presencia e intentando ser irreprensible».

Es esta «la verdadera humildad», no la ostentada por aquel «que dice: “yo soy humilde, pero orgulloso de serlo”». La humildad del pequeño es la de quien «camina ante la presencia del Señor, no habla mal de los demás, mira solamente el servicio, se siente el más pequeño… ahí está la fuerza».

Un ejemplo claro nos puede venir si pensamos en Nazaret: «Dios, para enviar a su Hijo, mira una chica humilde, muy humilde, que inmediatamente hace un viaje para ayudar a una prima que lo necesitaba y no dice nada de lo que había ocurrido». La humildad es así: «es caminar en la presencia del Señor, feliz, alegre porque esta es la alegría de los humildes: ser mirados por el Señor».


MÁXIMA
Hazme humilde, Señor


Recuerden bien, la perfección no consiste en hacer nada extraordinario y grande, sino que consiste en ser humildes, pequeños, dóciles en las manos de Dios; en estar llenos de indulgencia y de caridad con nuestros hermanos, estimándose uno mismo como el último y el más imperfecto de todos; consiste especialmente para ustedes en hacer con amor con sencillez y con una admirable paz lo que está en el orden de la obediencia.» (S. VIII. Sobre la falsa idea de perfección)

Jesús, este es el suelo.
Te mezclas con la tierra
de mi humanidad.
En tus manos mi destino,
vasija nueva para recibir tu gracia.

De barro soy, de barro soy,
sólo un pedazo de barro.
De barro soy, de barro soy.
Moldéame como quieras
y con tu fuego podrás sellar
mi forma de ser,
mi forma de recibir tu don.
De barro soy.

Jesús con tu amor
modelas en mí una noble misión:
Llevar tu tesoro,
que guardo en mi interior,
misterio de tu luz.

De barro soy, de barro soy,
sólo un pedazo de barro.
De barro soy, de barro soy.
Moldéame como quieras
y con tu fuego podrás sellar
mi forma de ser,
mi forma de recibir tu don.
De barro soy.

No me quitas nada,
no, no pierdo nada.
Yo te entrego todo.
Tú me das todo, Jesús, Jesús.


ORACIÓN POR EL CAPÍTULO

Señor Jesús,
somos discípulas y discípulos tuyos
que, como Familia Menesiana del Cono Sur,
queremos caminar en actitud sinodal,
en un clima de constante discernimiento,
 para descubrir y responder a la invitación
que nos haces de colaborar contigo,
 anunciando tu Evangelio.

Señor Jesús,
conscientes de nuestra fragilidad,
ponemos confiados en tus manos,
los cinco panes y dos peces que tenemos
para que tú, desde tu sensibilidad,
los repartas, transformando
corazones, mentes, manos y pies,
 saciando el hambre de fraternidad.

Señor Jesús,
enséñanos tu modo de ser misión,
a mirar como comunidades educativas
compasivamente la realidad,
a tejer lazos de corresponsabilidad
que nos hagan más hermanas y hermanos
de tus predilectos, los pobres.
Amén