Nuestra Señora de Guadalupe

Isaías7, 10-14; 8,10
Salmo 66, 2-3. 5. 7-8

En aquellos días, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: ¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor.
María dijo entonces: Mi alma canta la grandeza del Señor y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi salvador, porque él miró con bondad la pequeñez de su servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz.

En el cruce de un camino, en lo alto de una iglesia, en la puerta de la casa, dentro de un coche, en un cuarto, en la pantalla de una computadora, se encuentra la imagen de la Virgen. El milagro de las apariciones en el Tepeyac nos recuerda lo que la Iglesia ha meditado durante siglos: que María está al lado de todos los creyentes, que no nos deja solos, que somos sus hijos, aunque a veces no nos portemos de verdad como cristianos.

María, la Madre de Jesús, nos acompaña, nos sonríe, nos alienta en todos los lugares, en cualquier tiempo del año. En el momento del dolor y de la prueba, allí está Ella. En las alegrías y las esperanzas, allí está Ella. En un encuentro de familia, en la reunión de los amigos, en el trabajo o en la escuela, no puede faltar Ella. En el momento de la agonía, cuando llega la hora de recoger el equipaje para presentarnos ante Dios, María nos asiste y nos da fuerzas como la mejor de las madres.

María es Madre; no puede olvidar a ninguno de sus hijos. Podremos ser malos, podremos vivir como vagabundos, podremos tal vez olvidar o renegar de nuestro nombre de cristianos. Ella continúa con su amor; espera que el rebelde, tarde o temprano, cansado o herido, vuelva a casa. Nos prepara la acogida de la esperanza y del amor. No quiere que le demos explicaciones. Le basta el vernos allí, de nuevo, en familia.

La Iglesia en México, en América, en el mundo entero, tendrá siempre presente un cerro en el que la Virgen nos alentó con su cariño: “¿No estoy yo aquí, que soy tu madre?” Son palabras que nos unen directamente al Calvario, cuando Cristo, el crucificado, le dijo a María: “He ahí a tu hijo”. Son palabras que nos alivian en las mil aventuras de la vida, en los peligros, en las pruebas, en los fracasos…

Cuando rompamos las fronteras de la muerte y encontremos al Dios de la justicia y del perdón, sentiremos en lo más profundo del corazón el cariño de María de Guadalupe. Un amor fiel, un amor fresco, un amor de Madre, en el tiempo y en la eternidad. (P. Fernando Pascual)


MÁXIMA
María nunca abandona a sus hijos


María Santísima decía hablando de sí misma: Miró la pequeñez de su servidora, el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas. Así pues, si queremos que el Señor haga en y por nosotros grandes cosas, necesitamos que vea en el fondo de nuestro corazón una verdadera y sincera humildad. Sin esto no seríamos apropiados para sus planes, y nos rechazaría con desprecio. (Sermón sobre la humildad)            

La virgen de Guadalupe,
estrella de la mañana,
Ojos negros, piel morena,
mi virgencita americana.
Protectora de los pobres,
crisol de todas las razas.
Transformaste nuestra tierra
en continente de esperanza.

Juan Diego no se explica,
cómo pudo pasar,
la reina de los cielos,
lo vino a visitar.
Está llorando el indio,
el rosal floreció,
Dios le ha dado una madre
de su mismo color.

Ya no son enemigos,
indio con español:
A través de su gracia
la Virgen nos unió.
Y a través de los siglos
aún perdura esa fe,
de América que grita
que quiere renacer.