Santísimo Nombre de Jesús

1ª Juan 2, 29 – 3,6
Salmo 97, 1. 3-6

Juan vio acercarse a Jesús y dijo: Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. A él me refería, cuando dije: Después de mí viene un hombre que me precede, porque existía antes que yo. Yo no lo conocía, pero he venido a bautizar con agua para que él fuera manifestado a Israel.
Y Juan dio este testimonio: He visto al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: Aquél sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre él, ése es el que bautiza en el Espíritu Santo. Yo lo he visto y doy testimonio de que él es el Hijo de Dios.

Padre Santo, dame la gracia de experimentar tu presencia en esta oración. Cordero de Dios, quita mi pecado. Sé que no he sido fiel a tu gracia, pero puedo decirte con San Pedro: “Tú sabes todo, tú sabes que yo te amo”. Dame la fuerza de tu Espíritu para arrancar de mí las raíces y secuelas del pecado. Quiero dedicar el resto de mi vida a hacer el bien a todos y en especial, a las personas que más necesidad tienen de Ti.

Dios es el Inefable, el Indecible. Por eso los autores sagrados tuvieron necesidad de echar mano de imágenes, incluso de animales. En algún momento nos hablan de la belleza del águila escalando las alturas; de la fuerza del león; y también de la mansedumbre del cordero y la sencillez de la paloma.
Hay que desterrar para siempre la imagen de un Dios que exige la sangre del Hijo para satisfacer la sed de justicia por la ofensa de los hombres. Si Dios es amor, siempre que nos apartamos de esta realidad, seguro que nos equivocamos.
Hay que recuperar la imagen del cordero “paciente y bueno” anunciado por Isaías (53, 6 ss). Jesús es aceptado por el Padre porque luchó contra el dolor y sufrimiento de los hombres hasta dar la vida. Nosotros no estamos en el mundo para sufrir sino para quitar el sufrimiento del mundo. Y si para eso hay que luchar y sufrir, lo haremos como Jesús, desde el amor. 
Lo nuestro es retornar con Jesús al Paraíso, a aquel proyecto maravilloso de Dios sobre el mundo. Nosotros estamos aquí para luchar contra el mal, contra las guerras, cada día más crueles, contra todo tipo de injusticias y conseguir que “de oriente a occidente revolotee sobre nuestras cabezas la paloma de la paz”.

Señor Jesús, para tenerte como compañero de mi vida necesito conocerte más, especialmente en la Eucaristía, en el Evangelio y en la oración. No quiero quedarme en la superficialidad de quienes sólo «oyen» hablar de Ti, pero no tienen una relación personal contigo ni se preocupan de los demás.  Sólo en el contacto asiduo contigo se podrá formar mi corazón de discípulo y misionero de tu amor para mis hermanos.


La sabiduría humana dice: pero esto que pides no es razonable. Una sabiduría más alta, la fe, responde: ¡Amén, Aleluya! Después de todo ¿qué me importa triunfar? No es el éxito lo que Dios me pide, es el sacrificio y él sabrá recompensarlo. Busquemos en primer lugar el reino de Dios y su justicia y lo demás se nos dará como recompensa. (A la congregación de S. Pedro)

¿Quién es luz, verdad y vida?
¿Quién es nuestro buen pastor?
¿Quién da paz al alma herida
y nos sana con su amor?
¡Es Jesús, es Jesús!
¡Es Jesús, es Jesús!

¿Quién camina en las aguas
y a los sordos hace oír?
¿Quién a muertos resucita?
Hoy su nombre quiero oír.
¡Es Jesús, es Jesús!
¡Es Jesús, es Jesús!

¿Quién pagó por nuestras culpas
y al mundo redimió?
¿Quién murió y al tercer día
a la muerte derrotó?
¡Es Jesús, es Jesús!
¡Es Jesús, es Jesús!

¡Él es el camino!
¡Él es la verdad!
¡Él es la vida!
¡Es Jesús!

¿Quién es vino y pan de Vida
y nos sacia con su amor?
¿Quién se da en la Eucaristía?
¿Quién nos da la salvación?