San Severino

1ª Juan 4, 7-10
Salmo 71, 1-4. 7-8

Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato.
Como se había hecho tarde, sus discípulos se acercaron y le dijeron: Este es un lugar desierto, y ya es muy tarde. Despide a la gente, para que vaya a las poblaciones cercanas a comprar algo para comer.
El respondió: Denles de comer ustedes mismos.
Ellos le dijeron: Habría que comprar pan por valor de doscientos denarios para dar de comer a todos.
Jesús preguntó: ¿Cuántos panes tienen ustedes? Vayan a ver.
Después de averiguarlo, dijeron: Cinco panes y dos pescados.
Él les ordenó que hicieran sentar a todos en grupos, sobre la hierba verde y la gente se sentó en grupos de cien y de cincuenta.
Entonces él tomó los cinco panes y los dos pescados, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y los fue entregando a sus discípulos para que los distribuyeran. También repartió los dos pescados entre la gente. Todos comieron hasta saciarse y se recogieron doce canastas llenas de sobras de pan y de restos de pescado. Los que comieron eran cinco mil hombres.

La multitud se conmueve por el prodigio de la multiplicación de los panes, pero el don que Jesús ofrece es plenitud de vida para el hombre hambriento. Jesús sacia no sólo el hambre material, sino esa más profunda, el hambre del sentido de la vida, el hambre de Dios.
Frente al sufrimiento, la soledad, la pobreza y las dificultades de tanta gente, ¿qué podemos hacer nosotros? Lamentarse no resuelve nada, pero podemos ofrecer ese poco que tenemos. Seguramente tenemos alguna hora de tiempo, algún talento, alguna capacidad… ¿Quién de nosotros no tiene sus “cinco panes y dos peces”? Si estamos dispuestos a ponerlos en las manos del Señor, bastarán para que en el mundo haya un poco más de amor, de paz, de justicia y de alegría. ¡Cuánto es necesaria la alegría en este mundo! Dios es capaz de multiplicar nuestros pequeños gestos de solidaridad y hacernos partícipes de su don. (Papa Francisco 15-07-2015)

Quien no vive la gratuidad fraterna, convierte su existencia en un comercio ansioso, está siempre midiendo lo que da y lo que recibe a cambio. Dios, en cambio, da gratis, hasta el punto de que ayuda aun a los que no son fieles, y «hace salir el sol sobre malos y buenos» (Mt 5,45). Por algo Jesús recomienda: «Cuando tú des limosna, que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu derecha, para que tu limosna quede en secreto» (Mt 6,3-4). Hemos recibido la vida gratis, no hemos pagado por ella. Entonces todos podemos dar sin esperar algo, hacer el bien sin exigirle tanto a esa persona que uno ayuda. Es lo que Jesús decía a sus discípulos: «Lo que han recibido gratis, entréguenlo también gratis» (Mt 10,8). (Fratelli tutti)

Aquí hay un muchacho
que solamente tiene
cinco panes y dos peces.
Mas, ¿qué es eso para tanta gente?

Aquí hay un muchacho
que solamente tiene
un corazón dispuesto a dar
Mas, ¿qué es eso para tanta gente?

Aquí esta este corazón
que quiere serte fiel.
Mas, ¿qué es eso si no te tiene a ti?
¿Si no te tiene a ti?

Toma este corazón.
Toma cuanto tengo y cuanto soy.
Toma mi pasado, mi presente y mi futuro.
¡Todo cuanto tengo tómalo!

Mi corazón tomaste,
mis panes bendijiste;
a la gente repartiste,
y a todos alcanzó.
Mi vida está en tus manos
y quieres repartirla
como hiciste con mis panes
aquel día, ¡Oh Señor!

Aquí están mis palabras,
aquí están mis acciones,
aquí están mis ilusiones
Mas, ¿qué es eso sin tu amor, Señor?

Aquí esta este corazón
que quiere serte fiel
Mas, ¿qué es eso si no te tiene a ti?
¿Si no te tiene a ti?

Aquí está este corazón,
con mis panes y mis peces.
Toma todo y repártelo, Señor.

Aquí hay un muchacho…