Bautismo de Jesús

Primera lectura: Isaías 40, 1-5. 9-11
Salmo: 103, 1b-4.24-25.27-30
Segunda lectura: Tito 2, 11-14; 3, 4-7

Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si Juan no sería el Mesías, él tomó la palabra y les dijo: Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego.
Todo el pueblo se hacía bautizar, y también fue bautizado Jesús. Y mientras estaba orando, se abrió el cielo y el Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal, como una paloma. Se oyó entonces una voz del cielo: “Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección”.

Terminado el «tiempo de Navidad», empezamos hoy el «tiempo durante el año». El evangelio nos relata el principio de la vida pública de Jesús: su bautismo.

El Bautista no permite que la gente lo confunda con el Mesías. Conoce sus límites y los reconoce. Hay alguien más fuerte y decisivo que él, el único al que el pueblo ha de acoger. La razón es clara: el Bautista les ofrece un bautismo de agua, sólo Jesús, el Mesías, los «bautizará con el Espíritu Santo y con fuego«.

El bautismo y las tentaciones hablan de la profunda transformación que produjo en Jesús una experiencia que se pudo prolongar durante mucho tiempo. En ellos se nos invita a tomar conciencia de cómo vivió él esa experiencia de Dios. Jesús descubrió lo que Dios era para él y lo que tenía que ser él para los demás. Por tanto, descubrió el sentido de su vida y la misión que debía realizar de parte de Dios.

El gran protagonista de la liturgia de hoy es el Espíritu. En las tres lecturas se hace referencia directa a él. En el NT el Espíritu es comprendido a través de Jesús; y a la vez, Jesús es comprendido a través del Espíritu.

Lucas se centra en los símbolos: Cielo abierto, bajada del Espíritu y voz del Padre. Imágenes que en el AT están relacionadas con el Mesías. Se trata de una teofanía. Según aquella mentalidad, Dios está en los cielos y tiene que venir de allí. Abrirse los cielos es señal de la cercanía de Dios a las personas. Esa venida tiene que ser descrita de una manera visible, para poder ser percibida. Por lo tanto, lo importante no es lo que sucedió fuera, si no lo que vivió Jesús mismo.

Aunque no tenemos datos suficientes para poder adentrarnos en la psicología de Jesús, los evangelios no dejan ninguna duda sobre su relación con Dios. Fue una relación personal. Se atreve a llamarle Abba, (papá) cosa inusitada en su época y aún en la nuestra. Hace su voluntad, lo escucha siempre, etc.
La experiencia de Jesús narrada hoy, es la experiencia a la cual todos estamos llamados a vivir. Todos estamos llamados a escuchar la voz del Padre que nos dice: ‘Tú eres mi hijo muy querido’. No sólo estamos llamados a escuchar esa afirmación sino a creerle a Dios que somos sus hijos muy queridos, como lo es su Hijo y a obrar en consecuencia.

Según Lucas esta experiencia de Dios vivida por Jesús se da mientras estaba orando, en diálogo tú a tú, Dios se manifiesta, los cielos se abren y su Espíritu desciende. Esto aconteció ayer, puede acontecer hoy y acontecerá donde cualquier persona se sumerja en su realidad y se abra a lo que lo trasciende; allí Dios se manifiesta porque los cielos se abrieron para siempre y su Espíritu sigue actuando donde encuentra un corazón sensible a su proyecto.

Jesús y su Padre: Jesús se sabe Hijo, hizo experiencia de Hijo, escuchó a su Padre diciéndole: ‘eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección’. No sólo lo escuchó, sino que hizo experiencia de ello en el seno de su familia. El Dios providente lo acompañó siempre en su caminar y María y José le ayudaron a leer esta presencia en su vida. Jesús supo cuidar su relación con su Padre y con sus hermanos, los más pequeños. Saberse hijo es una gracia, nos ubica en el rol de creaturas. ¿Vives como hijo o te crees padre?


Todos nosotros hemos sido consagrados a Dios en nuestro bautismo; separados de la masa de corrupción y purificados por la sangre de Jesucristo, hemos llegado a ser sus miembros; participamos de sus méritos, de sus perfecciones, y, de alguna manera, de su misma naturaleza.
En el momento en que hemos recibido el sacramento de la regeneración, Dios habría podido considerarnos como a su Verbo, el eterno objeto de sus complacencias y de su amor: Tú eres mi hijo; yo te he engendrado hoy; han sido revestidos de santidad; están señalados con el sello por el que reconozco a mis hijos y, desde entonces, tienen derecho a mi herencia, nadie se las podrá arrebatar, suponiendo que no rompan nunca los lazos de fe, de esperanza y de caridad que unen a mi todo su ser. (A los miembros de la congregación por la consagración a la Santísima Virgen)

Él es mi Siervo, a quien sostengo,
es mi elegido, mi predilecto.
Mi Santo Espíritu sobre Él he puesto,
para que al mundo traiga el derecho.
Él es la Alianza que atrae a las gentes,
libra a cautivos, sana invidentes.
Su luz disipa cualquier tiniebla.
Todos los pueblos por Él se encuentran.

Él es mi hijo, al que amo tanto,
mi predilecto, en quien me complazco.
Él es mi hijo.

Jesús viniendo de Galilea
pidió el bautismo a quien dijera:
“Mirad, que viene quien sus sandalias
yo no soy digno de desatarlas”.
Y en aquel río se bautizaba,
se abrían los cielos y el Padre hablaba,
porque su reino ya se iniciaba.
En Jesucristo, Dios se nos daba.

Jesús, Cordero y Hermano nuestro,
eres camino que lleva al cielo;
por ti Dios Padre, es Padre Nuestro,
si practicamos tu amor fraterno.
Incorporados por tu bautismo
somos tu Iglesia, tu Cuerpo, Cristo,
que, con la fuerza del Santo Espíritu,
tu luz llevamos, luz que es Dios mismo.