San Fabián – San Sebastián

Hebreos 5, 1-10  
Salmo 109, 1-4  

Un día los discípulos de Juan y los fariseos, fueron a decirle a Jesús:
¿Por qué tus discípulos no ayunan, como lo hacen los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos?
Jesús les respondió:
¿Acaso los amigos del esposo pueden ayunar cuando el esposo está con ellos?
Es natural que no ayunen, mientras tienen consigo al esposo.
Llegará el momento en que el esposo les será quitado, y entonces ayunarán.
Nadie usa un pedazo de género nuevo para remendar un vestido viejo, porque el pedazo añadido tira del vestido viejo y la rotura se hace más grande.
Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos, porque hará reventar los odres, y ya no servirán más ni el vino ni los odres.
¡A vino nuevo, odres nuevos!

El cuestionamiento de los fariseos es: ¿Qué enseña éste a sus discípulos que no ayunan, no respetan el sábado, comen con pecadores, etc.? ¿Qué clase de enseñanza es ésta?
Jesús explica cuál es su enseñanza: Estamos en tiempo de boda, porque el novio está con nosotros. Dios ha esposado a su pueblo en Jesús. Es tiempo de alegría. Esta nueva realidad y experiencia no pueden ser expresadas con los viejos odres de la Ley mosaica. Si la salvación ha llegado, no se puede seguir con el cumplimiento rígido de una ley, que deja frío el corazón. Es tiempo de la experiencia de Dios cercano, el Emmanuel.

¿Qué experiencia estoy viviendo? ¿La del cumplimiento exacto, perfeccionista, pero sin corazón? ¿La de un Dios juez dispuesto a condenar la menor trasgresión?
Cuando no hay experiencia de Dios, solemos aferrarnos a los odres viejos del ritualismo, del moralismo, de la seguridad en el cumplimiento. Tenemos que cambiar los odres. Hay que romperlos para hacer experiencia de Dios.
¿Cómo reaccionamos cuando nos tocan los odres? Nos puede pasar que creamos que hacemos experiencia de Dios y sólo estemos rotando odres. (Cf. H. Merino)


No es suficiente, en efecto, dar al niño algunos conocimientos vagos de la religión, de la que tiene necesidad de estar penetrado; es necesario hacérsela amar y practicar. Ahora bien ¿qué interés tendría en persuadir a otros quien no está persuadido él mismo? No se habla con convicción más que cuando se cree, con amor que cuando se ama, con calor y celo más que de lo que uno siente y espera. ¿Qué puede decir en favor de la religión quien no cree? (Sobre la enseñanza religiosa, p. 15)

Hazme un corazón de barro,
 rompe el corazón de piedra.
 Dale las vueltas que sean,
 pero hazlo a tu manera.
 
Dame un corazón sencillo,
 hazme un corazón como el tuyo.
 Usa la forma que quieras,
 pero hazlo igualito que el tuyo.
 
Como quieras, Señor.
 ¿Cómo quieres que sea?
 Dale la forma, Jesús.
 Hazlo a tu manera.
 
Que tenga tu paciencia, tu amor,
 que tenga tu voluntad;
 que tenga tu libertad;
 que reine esa paz con Dios;
que tenga lo que me falta,
 que sobre lo que no tengo.
 Hazme un corazón de barro.
 Es todo lo que yo quiero.
 Que tenga tu sencillez,
 siempre tan lleno de luz,
 perdonar como perdonas.
 Mira qué bien lo haces Tú.
 Hazme un corazón de niño,
 un corazón limpio y puro.
 Dale vueltas con tus manos
 y hazme un corazón como el tuyo.

Hazme un corazón de barro,
 rompe el corazón de piedra.
 Dale las vueltas que sean,
 pero hazlo a tu manera.