San Ildefonso

Hebreos 7, 25—8, 6  
Salmo 39, 7-10.17  

Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del mar, y lo siguió mucha gente de Galilea. Al enterarse de lo que hacía, también fue a su encuentro una gran multitud de Judea, de Jerusalén, de Idumea, de la Transjordania y de la región de Tiro y Sidón.
Entonces mandó a sus discípulos que le prepararan una barca, para que la muchedumbre no lo apretujara, porque, como curaba a muchos, todos los que padecían algún mal se arrojaban sobre él para tocarlo.
Y los espíritus impuros, apenas lo veían, se tiraban a sus pies, gritando: ¡Tú eres el Hijo de Dios!
Pero Jesús les ordenaba terminantemente que no lo pusieran de manifiesto.

Luego de las controversias con los fariseos, tenemos a Jesús que prefiere retirarse. Multitudes lo siguen, gente que quiere al menos tocarlo para tener alivio a sus sufrimientos. Son tantos que debe subir a una barca para poder hablarles sin que se le tiren encima. ¿Qué habrán pensado los fariseos de todo esto?

Un dato curioso, pero muy importante: La gente lo busca para escucharlo y, sobre todo, curarse. Nadie lo reconoce abiertamente por lo que es. Al menos no se dice que lo hagan. Pero en cambio los espíritus, sí lo reconocen: “Tú eres el Hijo de Dios”. El martes pasado leíamos que los espíritus malignos le gritaban “¿qué quieres de nosotros…”; y reconocían su identidad: “tú eres el santo de Dios”. Esto nos trae a cuento que no basta la fe para decirnos cristianos. Los demonios creen en Jesús, hablan con él, pero no son ni quieren ser cristianos. Santiago en su carta dice: “¿Tú crees que hay un solo Dios? Haces bien. Los demonios también creen, y sin embargo, tiemblan” (Sant 2,19).

Somos cristianos porque seguimos a Jesús, porque imitamos sus actitudes, porque, como dice Juan María, amamos lo que él ama, despreciamos lo que él desprecia y buscamos ser su imagen viva. No nos contentemos con creer, rezar a Jesús, participar en las ceremonias. Él mismo nos dice: “No todo el que dice Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre” (Mt 7,21). (Ideas padre Osvaldo Fernández)


Cuando Dios dice que quiere nuestra santificación, es como si dijera que quiere encontrar en nosotros todas las perfecciones de su Hijo, que seamos en cierto modo, en la medida que lo permita la debilidad humana, revestidos de Jesucristo, como dice el apóstol, que sigamos a Cristo en todos sus caminos, que juzguemos de todas las cosas como él las juzga, que amemos lo que él ama, que despreciemos los que él desprecia, que odiemos lo que él odia, en una palabra, que todos nuestros pensamientos sean conformes a sus pensamientos y que seamos su imagen viva. (Sermón 575 sobre la perfección)

El abrazo más fuerte lo diste tú.
El abrazo más fuerte lo diste tú.
La sonrisa más dulce la diste tú.
El consejo más sabio lo diste tú.

Y ahora son recuerdos, que llevamos dentro
y hacen que la vida sea más linda.
desde que tú caminaste en ella
dejando huella, dejando huella,
dejando huella.

Y aunque no te vea, te puedo sentir.
Y aunque no te sienta, te puedo ver
en esa risa fuerte, en tus aventuras
que hacen que la vida sea más linda.