Virgen María, Reina de la paz – San Francisco de Sales

Hebreos 8, 6-13  
Salmo 84, 8.10-14  

Jesús subió a la montaña y llamó a su lado a los que quiso.
Ellos fueron hacia él y Jesús instituyó a doce para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar con el poder de expulsar a los demonios.
Así instituyó a los Doce: Simón, al que puso el sobrenombre de Pedro; Santiago, hijo de Zebedeo, y Juan, hermano de Santiago, a los que dio el nombre de Boanerges, es decir, hijos del trueno; luego, Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago, hijo de Alfeo, Tadeo, Simón, el Cananeo, y Judas Iscariote, el mismo que lo entregó.

Hoy te pido, Señor, que, en este rato de oración, me hagas ver la grandeza de la elección.
Me has elegido porque me amas.
Y me has elegido para que enseñe a amar a los demás. Me has elegido para crear entre los hombres y mujeres de este mundo una familia, la familia de los hijos de Dios.


Antes de llamar a sus discípulos Jesús subió al monte. ¿Qué hacía Jesús en el monte? ¿Respirar aire puro? ¿Mirar la belleza de los campos en primavera? Todo eso es posible, pero la clave nos la da el evangelista Lucas cuando nos dice que el monte era el lugar privilegiado de Jesús para orar. Jesús se pasó la noche orando.

La elección de los apóstoles era un asunto muy importante y Jesús se pasa la noche dialogando con el Padre, barajando los nombres que iba a elegir al día siguiente. Esto que Jesús hizo con los primeros apóstoles lo hace Jesús siempre con aquellos que va a elegir. Y nos debe dar devoción el pensar que, antes de elegirme a mí, Jesús ha orado por mí al Padre.

“Los llamó para que estuvieran con Él”. Antes de enviarlos a predicar deben prepararse. ¿En las escuelas de Jerusalén? No, en la escuela de Jesús. Lo que han aprendido estando con Él, escuchando sus palabras, imitando su estilo de vida, eso va a ser el objeto de su predicación. Los llamó para que lo siguieran. El seguimiento de Jesús forma parte esencial a su llamada.

Señor, quiero darte gracias por haberme llamado, por haberme tenido presente en ese diálogo que has mantenido con Dios, tu Padre. Realmente yo he sido muy importante para ti. Y quiero que me perdones mi falta de entrega y entusiasmo en esta hermosa tarea que me has encomendado. Lamento el no haber estado a la altura de mi vocación. Ayúdame a compensar, desde ahora, el tiempo perdido. Quiero responder con una entrega generosa a tanta delicadeza, tanto afán, tanto cariño y tanto mimo.


Tienes mucha razón en considerar tu vocación como una gracia insigne: el Señor no te la podía hacer mayor, pues te ha llamado a continuar la misión que desempeñó en la tierra su propio Hijo; como él, enseñas, y tus trabajos tienen por objeto la salvación de las almas; ella constituirá tu corona si, como no lo dudo, perseveras hasta el fin.” (Al H. Anastasio, 25 de julio de 1845)

Buscas corazones que no teman ir
al campo de batalla.
Buscas vidas dedicadas a servir,
que amen tu palabra.
buscas luces en la oscuridad
que no tengan miedo de brillar.

Porque la mies, en verdad, es mucha
y no tengo excusas para decir no.
Si me llamaste a ser ese que tú buscas,
que no tiene dudas de la decisión
de entregar de nuevo el corazón a tu misión.

Buscas a los que se entregan de verdad
y no a los mejores.
Buscas a los que comparten sin dudar,
tus grandes bendiciones.
Buscas luces en la oscuridad
que no tengan miedo de brillar.