Santa Ángela de Mérici

Hebreos 9, 15.24-28  
Salmo 97, 1-6 

Los escribas que habían venido de Jerusalén decían: Está poseído por Belzebul y expulsa a los demonios por el poder del Príncipe de los Demonios.
Jesús los llamó y por medio de comparaciones les explicó: ¿Cómo Satanás va a expulsar a Satanás? Un reino donde hay luchas internas no puede subsistir. Y una familia dividida tampoco puede subsistir. Por lo tanto, si Satanás se dividió, levantándose contra sí mismo, ya no puede subsistir, sino que ha llega a su fin.
Nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y saquear sus bienes, si primero no lo ata. Sólo así podrá saquear la casa.
Les aseguro que todo será perdonado a los hombres, todos los pecados y cualquier blasfemia que profieran. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón jamás, es culpable de pecado para siempre.
Jesús dijo esto porque ellos decían: Está poseído por un espíritu impuro.

Tal como su familia, las autoridades están alarmadas por la naturaleza radical de lo que está haciendo Jesús, y por el cambio de mente y corazón que Él requiere. Ellos creen que está bajo la influencia de Satanás. La sabiduría de Jesús, su pasión por la verdad y su coraje irradian en la escena. Jesús es indudablemente el hombre fuerte. Él se enfrenta a las fuerzas del mal, y el poder de las tinieblas no lo puede dominar. Pero los escribas resisten el poder del Espíritu y difunden historias maliciosas acerca del Él.

Estas divisiones, de las que habla el Evangelio, son comunes en nuestras comunidades. Las grietas a veces se hacen tan insalvables, que convertimos a la comunidad en un infierno, cuando lo que Dios quiere es que comencemos a experimentar en ella el paraíso esperado.

El Papa Francisco nos dice:
«… Debemos hacer seriamente un examen de conciencia. En una comunidad cristiana, la división es uno de los pecados más graves, porque la hace signo, no de la obra de Dios, sino de la del diablo, el cual es por definición el que separa, que rompe las relaciones, que insinúa prejuicios… La división en una comunidad cristiana, ya sea una escuela, una parroquia o una asociación, es un pecado gravísimo, porque es obra del demonio… Los pecados contra la unidad no son sólo las herejías o los cismas, sino también las cizañas más comunes de nuestras comunidades: envidias, celos, antipatías. Esto es humano, pero no es cristiano…Dios, sin embargo, quiere que crezcamos en nuestra capacidad de acogernos, de perdonarnos, de querernos, para parecernos cada vez más a Él que es comunión y amor. (P. Francisco, 27 de agosto de 2014).

Debemos cuidarnos de no ser demonios divisores en el seno de nuestras comunidades. Y a veces lo somos con toda buena voluntad, creyendo hacer el bien.
Reconozcamos nuestras actitudes que dividen en lugar de unir:
– Cuando apartamos a los demás señalándolos, excluyéndolos, despreciándolos.
– Cuando aprovechamos del descontento y la ingenuidad de los otros, para conseguir algunos objetivos personales.
– Cuando no vamos de frente, sino que actuamos por atrás, buscando destruir lo que otros hacen.
– Cuando nunca escuchamos a los demás, sino que siempre estamos dando razón de nuestro accionar, aunque no sea bueno.
– Cuando lo único bueno es lo que hacemos nosotros, mientras que lo de los demás siempre está mal.
Y así podemos seguir enumerando actitudes que dividen en lugar de unir.

Quiera Dios que seamos instrumentos de unidad y no de división en el seno de nuestra comunidad.


Veo con placer que te has mantenido tranquilo en medio de las lamentables divisiones que han surgido a tu alrededor. No participes de ninguna manera en ellas, pero sostiene el ánimo del H. Ambrosio y consuélalo lo mejor que puedas. Compromételo especialmente a evitar en sus palabras y en sus escritos todo lo que pueda irritar y herir. Es necesario que el aceite y la miel fluyan de su boca, y que él esté lleno de comprensión para aquellos que se quejan de él, o para quienes él cree que tiene de qué quejarse.” (Carta al H. Gerardo, 3-03-1842)

Hazme un instrumento de tu paz:
Donde haya odio lleve yo tu amor.
Donde haya injuria, tu perdón, Señor.
Donde haya duda, fe en ti.

Hazme un instrumento de tu paz,
que lleve tu esperanza por doquier;
donde haya oscuridad lleve tu luz;
donde haya pena, tu gozo, Señor.

Maestro, ayúdame a nunca buscar
querer ser consolado como consolar;
ser entendido como entender;
ser amado como yo amar.

Hazme un instrumento de tu paz.
Es perdonando que nos das perdón.
Es dando a todos que tú nos das;
Muriendo es que volvemos a nacer.

Hazme un instrumento de tu paz…