Hebreos 10, 1-10 Salmo 39, 2.4ab.7-11
Llegaron su madre y sus hermanos y, quedándose afuera, lo mandaron llamar. La multitud estaba sentada alrededor de Jesús, y le dijeron: Tu madre y tus hermanos te buscan ahí fuera.Él les respondió: ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?Y dirigiendo su mirada sobre los que estaban sentados alrededor de él, dijo: Estos son mi madre y mis hermanos. Porque el que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre.
Debemos entender que por el hecho de ser sus familiares directos no por eso se iban a convertir en sus discípulos de forma automática. Ellos, al igual que todas las demás personas, tuvieron que pasar por un proceso que los llevó a creer y aceptar a Jesús como su Salvador. Y si bien es cierto que tuvieron el enorme privilegio de convivir directamente con el Señor, tal vez ese mismo hecho se convertía en ocasiones en un obstáculo para ellos. Lo que está fuera de toda duda, es que aquella familia no era una familia corriente. La presencia del Hijo de Dios encarnado en el hogar hacía que fuera única. Y aunque no sabemos cuánto sabían ellos acerca de su nacimiento sobrenatural, lo que sí es seguro es que la gran diferencia entre Jesús y ellos se traduciría en celos y envidias, en más de una ocasión. Esto explicaría la tensión que se percibe en la conversación que Jesús mantuvo cuando iban a ir a la fiesta de los tabernáculos y que lo llevó a decidir no ir con ellos (Jn 7:1-9).Tampoco para María tuvo que ser sencillo ser la madre del Hijo de Dios encarnado. Ella aceptaba con agrado que Dios quisiera utilizarla para el desarrollo de sus planes, pero al mismo tiempo vemos que en ocasiones no entendía lo que Jesús hacía. A pesar de que Jesús fue un hijo humano ejemplar, nunca dejó que esto se interfiriera en el desarrollo del programa que su Padre Dios le había encomendado, dándole prioridad en todo momento. Ya hemos visto que lo dejó bien claro a la edad de doce años: «¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?» (Lc 2:49).Sólo cuando entendemos las prioridades del Señor es que podemos comprender la actitud que Jesús manifestó en esta ocasión, porque de otra manera, habría sido una grave ofensa hacia una madre. En forma casi despectiva, y con una aparente falta de respeto, pregunta: «¿Quién es mi madre y mis hermanos?» Claro, no lo hizo para molestar a su familia, sino para enseñar a sus oyentes las prioridades que el mensaje del Reino de Dios conlleva. En vez de levantarse inmediatamente para recibir a su madre y a sus hermanos, el Señor se quedó sentado, mirando a sus oyentes. Es evidente que, para él, ellos eran los más importantes en ese momento, y, al parecer, no estaba dispuesto a dejarlos para atender a su madre y hermanos, cuya intención él ya conocía: Querían llevarlo con ellos, a la fuerza, cortando así su ministerio de la Palabra.El Señor aprovechó este incidente para hacer una definición de la nueva familia espiritual. ¿Quiénes forman esta nueva familia espiritual? Hizo esta declaración «mirando alrededor» y viendo en sus discípulos a los hombres y mujeres, que pese a sus limitaciones, se sometían a la voluntad de Dios… Así pues, el requisito para formar parte de su familia espiritual es hacer la voluntad de Dios. En el pasaje paralelo de Lucas añade que los que hacen la voluntad de Dios «son los que oyen la Palabra de Dios, y la practican» (Lc 8:21) Podemos resumir entonces que aquellos que forman su familia espiritual son los que creen en él, escuchan su Palabra y la obedecen.Es un hecho que el Reino de Dios establece nuevas prioridades en las relaciones de quienes quieren pertenecer a él. Es evidente que con la familia carnal tenemos mucho en común: lazos sanguíneos, quizá la misma vivienda, mucho tiempo pasado juntos… pero lo que nos une con la familia de fe es más importante y permanente: la fe en un mismo Salvador, unas mismas creencias y experiencias, una esperanza común, propósitos, principios y un futuro eterno juntos. Pero con mucha frecuencia, el hecho que el creyente esté más próximo a sus hermanos en la fe que a su familia incrédula, le crea muchas dificultades. En este pasaje vemos que el Señor mismo tuvo que pasar por la dolorosa experiencia de ser incomprendido y menospreciado por los suyos. ¡Y qué difícil tuvo que haber sido para él que su propia familia estuviera poniendo de alguna manera obstáculos a su ministerio! Sin embargo, a pesar de tener una familia que no crea, no es bueno aislarse de ella ni usar esto como excusa para vivir alejado.
Mientras estemos unidos, seremos fuertes, seremos felices. Sí, esta unión santa constituirá el encanto, la gracia y la fuerza de nuestra sociedad. (Sermón sobre el espíritu de la Congregación de Saint-Méen)
Cada vez que nos juntamos,siempre vuelve a sucederlo que le pasó a Maríay a su prima la Isabel:Ni bien se reconocieronse abrazaron y su fese hizo canto y profecía,casi, casi un chamamé.Y es que Dios es Dios familia,Dios amor, Dios Trinidad.De tal palo tal astilla,somos su comunidad.Nuestro Dios es Padre y Madre,causa de nuestra hermandad.Por eso es lindo encontrarse,compartir y festejar.Cada vez que nos juntamossiempre vuelve a sucederLo que dice la promesade Jesús de Nazareth:Donde dos o más se junten,en mi Nombre y para bien,yo estaré personalmente,con ustedes yo estaré.Cada vez que nos juntamos,siempre vuelve a sucederlo que le pasó a la gentereunida en Pentecostés:Con el Espíritu Santo,viviendo la misma fe,se alegraban compartiendolo que Dios les hizo ver.