San David Galván – Santa Martina

Hebreos, 10, 19-25  
Salmo 23, 1-6  

En aquel tiempo Jesús les decía la multitud:
¿Acaso se trae una lámpara para ponerla debajo de un cajón o debajo de la cama? ¿No es más bien para colocarla sobre el candelero? Porque no hay nada oculto que no deba ser revelado y nada secreto que no deba manifestarse. ¡Si alguien tiene oídos para oír, que oiga!
Y les decía: ¡Presten atención a lo que oyen! La medida con que midan se usará para ustedes, y les darán más todavía. Porque al que tiene, se le dará, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene.

En la lectura del Evangelio de hoy, se nos dice que las buenas nuevas son para compartirlas. En la parábola del sembrador, Jesús había subrayado la necesidad de dar fruto, ahora nos va a enseñar que aquellos que reciben la Palabra deben dar luz. El creyente debe ser como una lámpara que alumbre en medio de las tinieblas del mundo (Mt 5:14).

Con esto se hace hincapié en el carácter visible de la vida cristiana. El cristiano no se puede esconder, debe vivir una vida trasparente, para que otros puedan apreciar lo que Dios ha hecho en ellos. El Señor no concibe que alguien profese haber recibido el evangelio, y que al mismo tiempo lo mantenga en secreto, sin que lo sepan todas las personas que le conocen. Este es un comportamiento realmente extraño para el hijo de Dios.

No obstante, es cierto que en ocasiones resulta difícil dar testimonio de nuestra fe. Las razones pueden ser varias; desde la vergüenza por parecer diferentes a los demás y que por esta causa nos marginen, o el temor a sufrir la persecución y la pérdida de la vida y los bienes en lugares donde el evangelio es perseguido.

En la iglesia primitiva, algunas veces el mostrarse cristiano suponía la muerte. El imperio romano era tan extenso como el mundo civilizado. Para conseguir alguna clase de unidad vinculante en aquel vasto imperio se inició el culto al emperador. El emperador era la personificación del estado, y se le daba culto como a un dios. Ciertos días señalados se exigía que cada ciudadano fuera e hiciera un sacrificio a la deidad del emperador. Era realmente una prueba de lealtad política. Después le daban a uno un certificado en el que se decía que había cumplido con aquel deber, y entonces podía ir a dar culto al dios que quisiera. Todo lo que un cristiano tenía que hacer era prestarse a cumplir aquel acto formal, recibir el certificado, y ya estaba a salvo. Pero, lo cierto es que miles de cristianos murieron antes que hacerlo. (Luis de Miguel, en Escuela Bíblica)


Tengo la dulce confianza de que él los salvará de acuerdo con sus promesas. En vano los pecadores pondrán sus redes, en vano buscarán arruinarlos. Andarán en la ley del Señor. Su palabra será la lámpara que dirigirá sus pasos, la luz que iluminará sus caminos. (Sobre los malos libros)


Hay una luz que ilumina mis caminos,
que me acompaña en la oscuridad.
Aunque camine por desiertos y montañas
es esa luz la que siempre estará.

Él es Jesús, mi amigo incomparable
y de su mano aprendo a caminar.
Cuando me caigo, Él es quien me levanta.
Él va conmigo, me cubre con su paz.

Luz que ilumina.
Luz que da vida.
Luz que llena mi existir.
Luz que me alumbra.
Luz de mi vida.

Él es Jesús, mi amigo incomparable
y de su mano aprendo a caminar.
Cuando me caigo, Él es quien me levanta.
Él va conmigo, me cubre con su paz.