5to Domingo durante el año

Primera lectura: Isaías 6, 1-2a.3-8
Salmo 137, 1-5.7c-8
1ª Corintios 15, 1-11 o bien 15, 3-8.11

En una oportunidad, la multitud se amontonaba alrededor de Jesús para escuchar la Palabra de Dios, y él estaba de pie a la orilla del lago de Genesaret. Desde allí vio dos barcas junto a la orilla del lago; los pescadores habían bajado y estaban limpiando las redes.
Jesús subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que se apartara un poco de la orilla; después se sentó, y enseñaba a la multitud desde la barca.
Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: Navega mar adentro, y echen las redes.
Simón le respondió: Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada, pero si tú lo dices, echaré las redes.
Así lo hicieron, y sacaron tal cantidad de peces, que las redes estaban a punto de romperse. Entonces hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que fueran a ayudarlos. Ellos acudieron, y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús y le dijo: Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador.
El temor se había apoderado de él y de los que lo acompañaban, por la cantidad de peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, compañeros de Simón. Pero Jesús dijo a Simón: No temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres.
Ellos atracaron las barcas a la orilla y, abandonándolo todo, lo siguieron.

El episodio de una pesca sorprendente e inesperada en el lago de Galilea ha sido redactado por el evangelista Lucas para infundir aliento a la Iglesia cuando experimenta que todos sus esfuerzos por comunicar su mensaje fracasan. Lo que se nos dice es muy claro: hemos de poner nuestra esperanza en la fuerza y el atractivo del Evangelio, Jesús.

El relato comienza con una escena novedosa. Jesús está de pie a orillas del lago, y «la gente se va agolpando a su alrededor para oír la Palabra de Dios». No vienen movidos por la curiosidad. No se acercan para ver prodigios. Sólo quieren escuchar de Jesús la Palabra de Dios. No es sábado. No están congregados en la cercana sinagoga de Cafarnaúm para oír las lecturas que se leen al pueblo a lo largo del año. No han subido a Jerusalén a escuchar a los sacerdotes del Templo. Lo que les atrae tanto es el Evangelio del Profeta Jesús, rechazado por los vecinos de Nazaret.

También la escena de la pesca es llamativa. Se inicia después que Jesús termina de hablar a la gente y le indica a Pedro: «Navega mar adentro y echen las redes«. Este fue el segundo acto de obediencia de Pedro, el primero fue retirar la barca de la playa. Las instrucciones de Jesús para Pedro fueron un poco extrañas. Pedro era el pescador. El sentido común de Pedro le decía que no había razón para tirar otra vez las redes, había pasado toda la noche pescando y sin resultados. Le expresó sus dudas a Jesús, aunque se dirigió a él como Maestro, un título usado para Jesús solamente por sus discípulos (8:24, 45; 9:33, 49; 17:13).

Después dijo “si Tú lo dices, echaré las redes” (v. 5). Fue este acto de obediencia frente a la duda que abrió la puerta al milagro de la pesca abundante. La obediencia a la palabra de Jesús nos lleva más allá de las posibilidades humanas. El hecho lo pone a Pedro ante quién es Jesús y confirma con el signo sus palabras. Pedro no sólo descubre quién es Jesús, sino que se descubre a sí mismo: “Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador” (v. 8). Fue la misma reacción de Moisés frente a la zarza ardiente: “Entonces Moisés cubrió su rostro, porque tuvo miedo de mirar a Dios” (Ex. 3:6). El encuentro con Dios es también encuentro consigo mismo. Esta es la primera vez que Simón es llamado Pedro en este evangelio.

Y Jesús dijo a Simón: No temas” (v. 10b). Estas son las mismas palabras del ángel a María (1:30), y a los pastores (2:10). Además, Jesús usa estas mismas palabras dos veces más en este evangelio (12,7 y 12, 32). No necesitamos temer ante la presencia de Jesús, nos necesita “desde ahora como pescadores de personas” (v. 10c), al igual que a Pedro.

Y al llegar a tierra los barcos, “dejaron todo y lo siguieron” (v. 11). Jesús parece dirigirse a Pedro, pero los otros discípulos entendieron que esas palabras les incluían. Ellos también abandonan todo para seguir a Jesús.

Hoy, la Palabra nos desafía a realizar el mismo proceso: a escuchar a Jesús, a navegar mar adentro y a tirar las redes en su nombre, aunque los datos y la experiencia que tenemos nos diga lo contrario. La obediencia a Jesús nos abre a insospechadas posibilidades.  

Es momento de recordar que en el Evangelio de Jesús hay una fuerza de atracción que no hay en nosotros. ¿No tendremos que poner el Evangelio en el primer plano? Lo más importante en estos momentos críticos son la vida y la persona de Jesús. Lo decisivo no es que la gente se sume a nuestras propuestas pastorales, sino que puedan entrar en contacto con él. La fe cristiana solo se despierta cuando las personas se encuentran con Jesús: “lo mejor que nos pasó y el mayor tesoro que tenemos para compartir”.

Jesús y la gente: su palabra convoca, la gente escucha palabras que devuelven el sentido a la vida y dan esperanza para seguir caminando, se agolpan para estar cerca de él porque contagia algo que los fariseos y escribas no. Frente a él la indiferencia no es posible.

Jesús y los discípulos: Jesús después de esta experiencia convoca a su seguimiento a Pedro y sus compañeros. La palabra esponjó el corazón cansado por la noche de trabajo infructuoso y los dispuso para adentrarse en el mar y volver a echar las redes, contra toda esperanza. La sensación de estar ante alguien grande fue patente. Pedro se sintió un pecador frente a él. No temas fue la respuesta, que desató la confianza para que abandonaran todo y lo siguieran. Lo importante no había sido la pesca sobreabundante sino la experiencia de encontrarse con alguien que llenaba de otra manera.


Sin duda, mi querido amigo, para conocer bien a Jesucristo, es necesario profundizar las Escrituras, es él mismo quien nos dado este consejo. Es necesario, sobre todo, leer y releer, aún, con un alma ardiente de fe y de amor, el divino Evangelio del discípulo muy amado. Cada palabra debe ser meditada, degustada, saboreada con delicia. ¿Nuestros santos padres no nos han dado ejemplo? (…) Alimentémonos pues, como ellos, con santa avidez, de este alimento de los escogidos; pidamos a Dios, con humildes y continuas plegarias, que nos conceda la inteligencia del corazón, sin la cual no podríamos entender nada de sus divinas lecciones, ni penetrar en sus misterios. Pídele para mí, como yo lo pido para ti, mi tierno amigo, que seamos del pequeño número a quienes él mismo se digna instruir, y con los que goza revelándoles sus secretos. ( A Bruté, A I,  50–51)

Es hora de partir
mar adentro y no voy a esperar.
Él vendrá para ir
y yo no quiero hacerlo esperar.

Él ya está junto a mí
y sus ojos derraman ternura.
Él espera mi sí
y yo no quiero hacerlo esperar.

Quiero sentir tu amor
y volver a nacer.
Quiero decirte:
Ven, mi barca es tuya.

Es tan inmenso el mar,
pero yo voy con vos.
No temo navegar
si está mi Dios.

Quiero ser como vos
y ser pan que se deja comer.
Quiero que los demás
vean en mí tu sonrisa, Señor.

Quiero ser manantial
que da vida donde quiera que vaya.
Quiero llevar tu luz
a ese mundo que no habla de Dios.