Santa Josefina Bakhita – San Jerónimo Emiliano

Hebreos 13, 15-17. 20-21
Salmo 22, 1-6

Al regresar de su misión los Apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Él les dijo: Vengan ustedes solos a un lugar desierto, para descansar un poco. Porque era tanta la gente que iba y venía, que no tenían tiempo ni para comer.
Entonces se fueron solos en la barca a un lugar desierto.
Al verlos partir, muchos los reconocieron, y de todas las ciudades acudieron por tierra a aquel lugar y llegaron antes que ellos.
Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato.

Los evangelios presentan a Jesús como un hombre que sabe combinar el silencio y la actividad, la soledad y el encuentro. Y cuando ve a la gente, que lo busca sin cesar, hasta el punto de no dejarle tiempo ni para comer, lo que experimenta, antes que nada, es compasión, en el sentido auténtico de la palabra: vibración profunda con la situación que está viviendo. Y es precisamente de esa compasión de donde brota su enseñanza.

El silencio y la actividad se reclaman mutuamente, si queremos que ambos sean fecundos. La sabiduría nos capacita para vivir toda actividad desde el silencio que somos- en conexión nuestra verdadera identidad- y para vivir el silencio sin caer en el aislamiento. Visto desde esta perspectiva, podría decirse que el nexo de unión entre ambos lo encontramos en la vivencia de la compasión. Cuando nos hallamos en conexión con los que somos, no podemos no experimentar compasión hacia los otros seres, por cuanto esta actitud no es sino expresión de la unidad radical. Y es precisamente la compasión la que preside nuestro silencio y la fuente de donde brota nuestra actividad.

En ausencia de la compasión, el silencio puede convertirse fácilmente en ensimismamiento y la actividad en autoafirmación. La razón es sencilla. La ausencia de compasión denota que nos hemos alejado de la verdad que somos, por lo que priorizamos el ego y sus intereses. Necesitaremos resituarnos constantemente, escuchar nuestros anhelos más profundos y anclarnos en la unidad que somos. Sorteada la trampa, brillará la verdad que tiene forma de compasión. ¿Mi actividad nace del amor hacia los otros?


Jesús mío, pastor divino, tú que vigilas con un amor tan tierno el rebaño que has elegido, dígnate mirar con compasión a una oveja joven y débil, que viene a implorar tu ayuda. Vuelve hacia mí esos ojos tan dulces, enséñame: soy un pobre niño sin experiencia: no sé nada, Dios mío, no sé nada, excepto que quiero amarte y servirte. Así que enséñame a servirte y amarte, porque es todo lo que deseo en la tierra”. (El escolar instruido por Jesucristo, cap. 1º)

Escucho mil voces a mi alrededor,
siluetas veloces, luces de neón.
Y escucho también tu invitación
a seguir tu voz para siempre.
Y en esta batalla ya sé
a quién mi lealtad le daré.

Escojo la vida que viene de ti.
Agarro tu mano y contigo hasta el fin.
Recorro sin miedo el sendero estrecho.
Si tú estás conmigo. quién pues contra mí.

Todos los sueños de mi corazón.
Los pongo Jesús en tus manos.
Salir adelante, hallar un amor,
sanar heridas del pasado.

Y me deleito, me deleito
en tu gran amor …