7º Domingo durante el año

Primera lectura: 1 Samuel 26, 2.7-9.12-14.22-23
Salmo 102, 1-4.8.10.12-13 1
Segunda lectura: Corintios 15, 45-49

Jesús dijo a sus discípulos: Yo les digo a ustedes que me escuchan: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian. Bendigan a los que los maldicen, rueguen por lo que los difaman.
Al que te pegue en una mejilla, preséntale también la otra; al que te quite el manto, no le niegues la túnica. Dale a todo el que te pida, y al que tome lo tuyo no se lo reclames.
Hagan por lo demás lo que quieren que los hombres hagan por ustedes. Si aman a aquellos que los aman, ¿qué mérito tienen? Porque hasta los pecadores aman a aquellos que los aman.
Si hacen el bien a aquellos que se lo hacen a ustedes, ¿qué mérito tienen? Eso lo hacen también los pecadores. Y si prestan a aquellos de quienes esperan recibir, ¿qué mérito tienen? También los pecadores prestan a los pecadores, para recibir de ellos lo mismo.
Amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada en cambio. Entonces la recompensa de ustedes será grande y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno con los desagradecidos y los malos. Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso.
No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den, y se les dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante. Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes
.

El texto inicia con la expresión que es el centro del texto: Amen a sus enemigos, que luego se repite. Esta frase está enmarcada entre el modo de obrar de los paganos y el modo de obrar de Dios. Amar se expresa en hacer el bien, en no usar la misma medida, en no obrar conforme a la ley del talión, en bendecir y en rezar por los que te maldicen y difaman, en prestar sin esperar nada a cambio. Esta es la nueva ley, fundamentada en un Dios misericordia.

Cada vez que escuchamos la Palabra de Dios, lo primero que estamos tentados de hacer, es un examen de conciencia. En este caso: ¿Amo a los enemigos? ¿Juzgo a los demás? ¿Sé perdonar?… Tenemos tendencia a leer la Palabra de Dios en clave moralista y muchas veces nos propusieron esa clave desde el púlpito. Y a continuación hacemos propósito de enmienda: voy a procurar no juzgar a mis hermanos. Pero al instante siguiente comenzamos de nuevo a juzgar. Esta suele ser nuestra experiencia. Sin embargo, la Palabra de Dios no es un código de moral. La Palabra de Dios quiere sobre todo «revelar quién es Dios, quien soy yo para él y quién debo ser para los demás».  

Debemos comenzar por contemplar qué rostro de Dios me revela la Palabra. Esto es lo más importante. La contemplación, cambia el corazón. El Dios de Jesús es el que habla al corazón. El propósito sólo cambia la acción, y tenemos que ir a la raíz de la conversión. En nuestras confesiones, deberíamos dedicar una hora a la contemplación y un par de minutos a ver nuestros pecados, que conocemos muy bien. Hay que cambiar el corazón, y el camino es la contemplación. La finalidad del examen de conciencia según San Ignacio es caer en la cuenta de que vivimos de la misericordia de Dios.

Yo para Él soy el que fue amado primero, como dice San Juan: «Nosotros amamos porque Él nos amó antes» (1 Jn. 4,19). El que fue amado cuando era enemigo: «Dios nos demostró su amor en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros» (Rom.5, 6). Esta es la raíz de nuestra experiencia bautismal: Yo para Él, soy el que es amado totalmente y sin condiciones. En Él hago la experiencia de ser amado hasta en lo no amable. Yo para Él, soy su imagen: «A imagen de Dios los creó» (Gn.1, 27). Esta es la fuente de nuestro deseo de ser como Dios.

Es decir, ¿qué imagen de Dios presento? El pecado, no consiste en querer ser como Dios, sino en hacernos una falsa imagen de Dios. El papel de la serpiente, es deformar la imagen de Dios, y el pecado de Adán, dejarse seducir por esa falsa imagen. Lucas en el evangelio quiere presentarnos el verdadero rostro de Dios: Dios es el Padre misericordioso que es generoso con los buenos y malos y los ama sin medida. Lucas cambia el «sean santos como Dios es santo» que es el fundamento de toda la ley en «sean misericordiosos como el Padre es misericordioso» (6,36), fundamento de la nueva ley. La misericordia es el verdadero rostro de Dios. Dios es santo porque es misericordia. Ese tiene que ser Dios para mí. ¿Es esa mi experiencia?

Lucas en su evangelio insiste en las parábolas de la misericordia. La misericordia es el rostro de Dios, es el fundamento de la ley. La verdadera pregunta sería: ¿Qué rostro de Dios revelo yo a mis hermanos? Lucas en su evangelio nos presenta lo que debemos hacer para mostrar el rostro del Dios misericordia.
a) Amar a los enemigos: En el amor a los enemigos experimento y revivo mi experiencia bautismal de ser amado por Dios cuando yo era enemigo. Este amor a los enemigos, este amor misericordia, es la única fuerza que puede hacer cambiar la realidad en un mundo de mal.
b) No juzgar y no condenar: El hecho de juzgar al hermano que peca es más grave que cualquiera de sus pecados, incluso el homicidio. Puesto que al juzgar mato al otro como hijo de Dios. Le niego este amor de Dios Padre que ama sin condiciones.

Jesús con la Ley: propone una nueva ley, porque su experiencia de Dios difiere de la de sus conciudadanos. Para Jesús la Ley mosaica no expresa claramente la imagen de su Dios y por eso nos comparte los cambios que le gustaría que se vivieran y lo hace con autoridad de quien vivió. Jesús se relacionará con la Ley según su experiencia de Dios, por ello en distintos momentos va más allá de lo que ella propone como “lo correcto”.

Jesús y el Padre: En la nueva Ley que Jesús nos está proponiendo nos está compartiendo su experiencia de Dios. Jesús mira la vida, las personas, los acontecimientos y la misma ley desde su experiencia de Dios. Para Él Dios es misericordia, es Padre que se desvive por sus hijos, es amante. Es decir que nuestro estilo de relaciones revela el Dios en el que creemos.


«El espíritu de la congregación debe ser un espíritu de caridad y de unión. Sucederá, no lo dudemos, que entre nosotros habrá, y yo el primero, quien tenga necesidad de indulgencia. Pues bien, llevaremos con espíritu de caridad las cargas los unos de los otros, etc. Y lejos, como nos ocurre demasiado a menudo, de irritarnos con los defectos de nuestros cohermanos, pensaremos en humillarnos nosotros mismos, y tendremos, si puedo decirlo así, con nuestros enfermos espirituales, los más atentos y más tiernos cuidados. Sería absurdo esperar, que, en una gran reunión de hombres, nunca hubiera enfermos, y no lo sería menos, suponer que, en una congregación, no hubiera nunca caracteres difíciles, por muchas precauciones que se tomen en la elección de las personas que se aceptan. Además, el carácter, a veces cambia con la posición y los años; y ¿quién de nosotros puede responder que sus disposiciones actuales serán invariables? Así que puede ser que, en este momento, estemos hablando de y por nosotros mismos, a ejemplo de Juan les repetiré pues, sin cesar: “Ámense los unos a los otros (Jn 13,34); estén llenos de indulgencia y de misericordia los unos por los otros; no se juzguen severamente por temor a ser juzgados”.

Mientras estemos unidos, seremos fuertes y estaremos alegres. Sí, esta santa unión será el encanto, la gracia y la fuerza de nuestra sociedad, quam bonum et quam jucundum habitare fratres in unum. In unum, no es decir en la misma casa, sino con los mismos sentimientos, in eadem sententia, sino en la misma caridad, tan bien que, cuando uno de nosotros sufra, sufriremos con él; cuando se alegre nos alegraremos con él, tomando como divisa estas hermosas palabras, cor unum et anima una. Esto nos es más necesario porque habitualmente estamos juntos y constantemente unos cerca de otros; los pequeños roces de caracteres, si puedo expresarme de esta manera, al repetirse, por así decirlo, a todas las horas, pronto causan rechinamientos; es necesario pues, que el aceite de la caridad les suavice, y que cure esas pequeñas llagas, en apariencia tan ligeras, pero en realidad tan peligrosas, que rápidamente se envenenan. Sí, hijos míos, amémonos como hermanos, in visceribus Christi, siguiendo el consejo del apóstol; que nada pueda nunca alterar nuestra paz, nuestra unión; esta santa unión que no se romperá con la muerte; será eterna como Dios mismo». (Sobre el espíritu de la congregación de S. Méen, S VIII 2403 – 04)

Hazme un instrumento de tu paz:
Donde haya odio lleve yo tu amor.
Donde haya injuria, tu perdón, Señor.
Donde haya duda, fe en ti.

Hazme un instrumento de tu paz,
que lleve tu esperanza por doquier;
donde haya oscuridad lleve tu luz;
donde haya pena, tu gozo, Señor.

Maestro, ayúdame a nunca buscar
querer ser consolado como consolar;
ser entendido como entender;
ser amado como yo amar.

Hazme un instrumento de tu paz.
Es perdonando que nos das perdón.
Es dando a todos que tú nos das;
Muriendo es que volvemos a nacer.

Hazme un instrumento de tu paz…