Lunes de la 7ª semana durante el año

Eclesiástico 1, 1-10
Salmo 92, 1-2. 5

Cuando volvieron a donde estaban los otros discípulos, después de la Transfiguración, los encontraron en medio de una gran multitud, discutiendo con algunos escribas. En cuanto la multitud distinguió a Jesús, quedó asombrada y corrieron a saludarlo.
Él les preguntó: ¿Sobre qué estaban discutiendo?
Uno de ellos le dijo: Maestro, te he traído a mi hijo, que está poseído de un espíritu mudo. Cuando se apodera de él, lo tira al suelo y le hace echar espuma por la boca; entonces le crujen sus dientes y se queda rígido. Le pedí a tus discípulos que lo expulsaran, pero no pudieron.
Generación incrédula, respondió Jesús, ¿hasta cuándo estaré con ustedes? ¿Hasta cuándo tendré que soportarlos? Tráiganmelo.
Y ellos se lo trajeron. En cuanto vio a Jesús, el espíritu sacudió violentamente al niño, que cayó al suelo y se revolcaba, echando espuma por la boca.
Jesús le preguntó al padre: ¿Cuánto tiempo hace que está así?
Desde la infancia, le respondió, y a menudo lo hace caer en el fuego o en el agua para matarlo. Si puedes hacer algo, ten piedad de nosotros y ayúdanos.
¡Si puedes…!, respondió Jesús. Todo es posible para el que cree.
Inmediatamente el padre del niño exclamó: Creo, pero ayúdame porque tengo poca fe.
Al ver que llegaba más gente, Jesús increpó al espíritu impuro, diciéndole: Espíritu mudo y sordo, yo te lo ordeno, sal de él y no vuelvas más.
El demonio gritó, sacudió violentamente al niño y salió de él, dejándolo como muerto, tanto que muchos decían: Está muerto. Pero Jesús, tomándolo de la mano, lo levantó, y el niño se puso de pie.
Cuando entró a la casa y quedaron solos, los discípulos le preguntaron: ¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo? Él les respondió: Esta clase de demonios se expulsa sólo con la oración.

En el Evangelio de hoy, los discípulos parecen no haber tenido mucho éxito. Y, entonces, fue necesario recurrir al mismísimo Jesús para que fuera Él quien opere el milagro. Ya en esta sencilla constatación aprendemos algo vital: el que sana y cura es siempre Jesús. El discípulo no debe jamás olvidarlo. Por eso, de vez en cuando, experimenta este tipo de revés que le permite volver la mirada a la única fuerza capaz de sanar, la fuerza que emana Cristo en persona.

Segunda palabra, Fe. Hoy, además, el Evangelio nos regala otro dato vital para nuestra vida de creyentes: la importancia de la fe. Jesús no cura para suscitar fe en los enfermos y demás testigos del hecho, sino que cura, en muchos casos, como respuesta a la fe de las personas. Lo primero, entonces, para sanar heridas viejas y enfermedades recurrentes, es la fe. Lo primero es la fe. Es a partir de la fe que todo lo demás se nos regala por añadidura.

Ahora bien, qué hermosa es la respuesta del padre del enfermo, en este caso. Pocos han acertado en el Evangelio al reconocer de manera tan sincera su necesidad más profunda: “Creo, pero ayúdame porque tengo poca fe”. Cuántas veces no debiéramos también nosotros caer de rodillas ante el Santísimo y reconocer que, si bien creemos, es necesario a diario que el Señor robustezca y acreciente nuestra fe. De ahí aquellas palabras de Cristo: “Si tuvieran Fe como un grano de mostaza….” Sí, Señor. Sabemos, moveríamos montañas. Pero, Señor, necesitamos, también hoy, que aumentes nuestra poca fe. Aquí tenemos unas muy buenas preguntas para nuestra meditación de hoy…

Tercera palabra, oración. En este sentido, Jesús mismo nos da la clave de cómo es posible aumentar nuestra fe, cuando nos llama a la oración. Dice el Señor que esta clase de demonios, los que nos llevan a la sordera y la mudez, sólo son posibles de vencer con la oración. Qué tremenda revelación esta del final: ¿Quieres vencer tu mudez, quieres vencer tus sorderas? Comienza por abrirte al diálogo y la comunicación con Dios. No nos dejemos, entonces, vencer por el demonio de la incomunicación con Dios. Ese es el peor demonio que puede llegar a nosotros. De ahí, de la falta de oración, de la falta de diálogo y comunicación con Dios es que se siguen todos los otros males. (P. Germán Lechinni)


MÁXIMA
Aumenta, Señor, nuestra fe


Espera con una profunda paz. Confía en Quién todo lo puede y en él que nunca se equivoca. Tienes su palabra; esta palabra ha creado el mundo y ¿temes que el mundo sea más poderoso que ella? ¿Por qué temes hombre de poca fe? (A Bruté de Remur)

En el silencio yo te encuentro,
me llenas con tu paz.
Tu Presencia me sostiene.
Contigo quiero estar.

Si en tu nombre nos reunimos
cuando somos 2 o más,
nada más nos hace falta
porque tú allí estás.

Un encuentro que transforma
mi vida y mi corazón.
Quiero estar más cerca tuyo,
encontrarte en la oración.

Cuando se termina el día
yo te quiero regalar
mis tristezas y alegrías
y en tus brazos descansar.

Sos, Jesús, mi gran amigo,
el Camino y la verdad.
Es tu amor que nos anima
a servir a los demás.

Cómo Tú, con humildad,
enséñanos a rezar.
Oh, Jesús, eres mi hogar.
Yo contigo quiero estar.