San Alejandro de Alejandría

Eclesiástico 4, 11-19
Salmo 118, 165.168.171-172. 174-175

Juan le dijo a Jesús: Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu Nombre, y tratamos de impedírselo porque no es de los nuestros.
Pero Jesús les dijo: No se lo impidan, porque nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar mal de mí. Y el que no está contra nosotros, está con nosotros.

Juan y los demás discípulos manifiestan una actitud de cerrazón frente a un suceso que no entra en sus esquemas, en este caso la acción buena, de una persona «externa» al círculo de seguidores.
Sin embargo, Jesús aparece muy libre, plenamente abierto a la libertad del Espíritu de Dios, que en su acción no está limitado por nada. Jesús quiere educar a sus discípulos, también a nosotros hoy, en esta libertad interior. Nos hace bien reflexionar sobre este episodio y hacer un poco de examen de conciencia.

La actitud de los discípulos de Jesús es muy humana, muy común, y la podemos encontrar en las comunidades cristianas de todos los tiempos, probablemente también en nosotros mismos. De buena fe, de hecho, con celo, se quisiera proteger la autenticidad de una cierta experiencia, protegiendo al fundador o al líder de los falsos imitadores. Pero al mismo tiempo está el temor de la «competencia», que alguno pueda robar seguidores, y entonces no se logra apreciar el bien que los otros hacen. No está bien porque “no es de los nuestros”, se dice. Es una forma de autorreferencialidad. Es más, aquí está la raíz del proselitismo. Y la Iglesia —decía el Papa Benedicto— no crece por proselitismo, crece por atracción, es decir crece por el testimonio dado a los demás con la fuerza del Espíritu Santo.

La gran libertad de Dios al donarse a nosotros constituye un desafío y una exhortación a modificar nuestras actitudes y nuestras relaciones. Es la invitación que nos dirige Jesús hoy. Él nos llama a no pensar según las categorías de “amigo/enemigo”, “nosotros/ellos”, “quien está dentro/quien está fuera”, “mío/tuyo”, sino ir más allá, abrir el corazón para poder reconocer su presencia y la acción de Dios también en ambientes insólitos e imprevisibles y en personas que no forman parte de nuestro círculo.
Se trata de estar atentos más a la autenticidad del bien, de lo bonito y de lo verdadero que es realizado, que al nombre y a la procedencia de quien lo hace.

En vez de juzgar a los demás, debemos examinarnos a nosotros mismos y cortar con todo lo que pueda escandalizar a las personas más débiles en la fe.
Que la Virgen María, modelo de dócil acogida de las sorpresas de Dios, nos ayude a reconocer los signos de la presencia del Señor en medio de nosotros, descubriéndolo allá donde Él se manifieste, también en las situaciones más impensables y raras. Que nos enseñe a amar nuestra comunidad sin envidias, siempre abiertos al amplio horizonte de la acción del Espíritu Santo. (Papa Francisco, 30-09-2018)


MÁXIMA
Reconozcamos el bien que hacen los demás.


Cuente con todo mi celo para su éxito: esta obra, sobre todo si se extiende a los pobres esclavos, sería extraordinariamente bella, porque sería verdaderamente cristiana. (Al ministro de Instrucción Pública, 10-12-1836)

Mil diferencias hay
entre tú y yo,
muchas formas de pensar y hablar
y tanta división.

Mil historias y vivencias
y tanta opinión.
Pero él nos llamó a dejarlo atrás
y volver al corazón.

Y ser un buen, buen, buen, buen,
buen hermano.
Y como Cristo ama
aprender a amarnos.
Compartir nuestra mesa,
esperanza y Fe.
y ser un buen, buen, buen hermano.
Y mostrar que Dios es bueno.

Leí en la biblia
las palabras de Jesús.
Mi fe no sirve si lo que aprendí
no lo puedo vivir.
Ama a Dios con tu alma y corazón
como a ti mismo a los demás.
El mundo necesita ver
a Jesús en ti brillar.

Hay lugar para todos en la casa de Dios.
Hay lugar para todos en la casa de Dios.
Y comparte tu mesa, tu esperanza y fe
porque hay lugar para todos
en la casa de Dios, en la casa de Dios.