Domingo 8º Durante el año

Primera Lectura: Eclesiástico 27, 4-7
Salmo Responsorial: 91, 2-3.13-16
Segunda Lectura: 1ª Corintios 15, 51.54-58

Jesús les hizo esta comparación: ¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en un pozo?
El discípulo no es superior al maestro; cuando el discípulo llegue a ser perfecto, será como su maestro.
¿Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano, hermano, deja que te saque la paja de tu ojo, tú, que no ves la viga que tienes en el tuyo? ¡Hipócrita!, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano.
No hay árbol bueno que dé frutos malos, ni árbol malo que dé frutos buenos: cada árbol se reconoce por su fruto. No se recogen higos de los espinos ni se cosechan uvas de las zarzas.
El hombre bueno saca el bien del tesoro de bondad que tiene en su corazón. El malo saca el mal de maldad, porque de la abundancia del corazón habla la boca.

El evangelio de hoy nos presenta unos pasajes del discurso que Jesús pronunció en la llanura después de una noche pasada en oración (Lc 6,12) y de haber llamado a los doce para que fueran sus apóstoles (Lc 6,13-14). Gran parte de las frases reunidas en este discurso fueron pronunciadas en otras ocasiones, pero Lucas, imitando a Mateo, las reúne aquí en este Sermón de la llanura.

Jesús cuenta una parábola a los discípulos: “¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el pozo?” Parábola de un solo renglón, pero que tiene mucha semejanza con las advertencias que, en el evangelio de Mateo, van dirigidas a los fariseos: “¡Ay de ustedes los ciegos!” (Mt 23,16.17.19.24.26)

Aquí, en el contexto del evangelio de Lucas, esta parábola va dirigida a los animadores de las comunidades que se consideraban dueños de la verdad y superiores a los otros. Por esto, son guías ciegos. Tan ciegos que teniendo una viga en el ojo dicen ver la basura que hay en el ojo del hermano. Por eso Jesús dice: Saca primero la viga que hay en tu ojo y luego podrás ayudar a tu hermano. No te la creas, pues con tus dos ojos puedes actuar como un ciego, si te crees poseedor de la verdad.

La experiencia nos dice que es más fácil, ver la basura en el ojo del hermano que la viga en el propio, pues el otro nos refleja lo hay en nosotros, por eso vemos con agudeza la basura en el hermano y no nos percatamos de las vigas que nos habitan. Si primero nos miráramos, nos conociéramos, nos aceptáramos, no estaríamos señalando, sin más, las basuras en la vida de nuestros hermanos. Quien reconoce las vigas propias con las que carga, no se pone a señalar las basuras de los demás, pues es consciente que son incomparables.

Así como al árbol se lo reconoce por sus frutos a los discípulos de Jesús también. Nadie puede dar lo que no tiene o lo que no es. Los frutos tienen que ver con el hondón de cada uno, de allí surgen, del corazón de cada persona. Recordemos que para los judíos el corazón era el centro de operaciones de las personas. Del corazón sale lo bueno o malo, sale lo que es, lo que lo habita. 

En el centro de las afirmaciones del evangelio de hoy está la relación Discípulo-Maestro. Ningún discípulo es mayor que el maestro; será como el maestro cuando esté perfectamente instruido. Jesús es Maestro. No es profesor. El profesor da clases, enseña diversas asignaturas, pero no convive. El maestro Jesús convive con sus discípulos. El contenido de su enseñanza es él mismo. La convivencia con el maestro implica no sólo imitarlo, no sólo asumir su compromiso, sino llegar a identificarse con él: «Vivo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí» (Gál 2,20). Este tercer aspecto es la dimensión mística del seguimiento de Jesús, fruto de la acción del Espíritu.

Esta es la clave en la que Lucas invita a vivir a la comunidad cristiana. No te consideres por encima de los demás. No creas que ves bien, no te consideres el Maestro, porque sólo hay uno. A los cristianos se los reconoce por sus frutos y el fruto por excelencia es vivir como discípulos misioneros de Jesús.
  

Jesús y la gente: les enseña por medio de comparaciones, los cuestiona, los ayuda a pensarse, los confronta. No es complaciente sin más con los oyentes. Les plantea criterios para mirar y mirarse, para considerar verdadero y genuino algo. Mira el hondón de las personas e invita a actuar de la misma manera. Del corazón surgen los mejores o los peores frutos. Nadie da lo que no tiene o no es.


En tus conversaciones con los hermanos, evita discusiones y todo lo que pueda alimentar en ellos el espíritu de crítica. Éste es un punto muy esencial, y tengo razones para creer que no siempre prestas suficiente atención a esto. (Al H. Ambrosio, 1847)

Nosotros miramos las apariencias,
pero Dios ve el corazón.

¿Y tú qué sabes, qué sabes de mi silencio?
Dime ¿qué sabes, qué sabes de mis secretos?
¿Qué descubres en mi mirada?
¿Qué intuyes en mis palabras?
Dime ¿qué sabes? ¿Y tú qué sabes?
¿Qué conoces de mi alegría?
Dime ¿qué sabes?
¿Qué sabes de mi melancolía?
¿Qué conoces de mi poesía?
¿Qué intuyes de mi melodía?
Tú no sabes nada, no sabes nada
No sabes nada.
Entonces ¿por qué me juzgas,
si no sabes nada, no sabes nada?

¿Y yo qué sé? ¿Qué sé yo de tu silencio?
Yo no sé nada, no sé nada de tus secretos
No sé nada de tu poesía.
Qué se yo de tu melancolía.
Yo tampoco sé nada,
yo no sé nada.
Yo tampoco sé nada.
Entonces ¿por qué te juzgo,
si yo no sé nada?

No sabemos nada
Entonces ¿por qué nos juzgamos,
si no sabemos nada,
no sabemos nada?