San Juan de Dios


Isaías 58, 9-14
Salmo 85, 1-6

Jesús salió y vio a un publicano llamado Leví, que estaba sentado junto a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: Sígueme.
Él, dejándolo todo, se levantó y lo siguió.
Leví ofreció a Jesús un gran banquete en su casa. Había numerosos publicanos y otras personas que estaban a la mesa con ellos.
Los fariseos y los escribas murmuraban y decían a los discípulos de Jesús: ¿Por qué ustedes comen y beben con publicanos y pecadores?
Pero Jesús tomó la palabra y les dijo: No son los sanos que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan.

Lo primero y más elocuente de este texto es que Jesús no discriminaba a nadie, no excluía a nadie, ni de su comunidad de discípulos, ni de la mesa en la que el pudiera compartir comida y bebida con otros comensales. Ni excluía a nadie, ni él se excluía de ninguna mesa. Jesús comió, incluso en casa de fariseos importantes (Lc 7,36; 14,1). Lo normal, en sus hábitos y costumbres, era compartir sus comidas con personas que pertenecían a un estatus inferior al propio: “publicanos”, “pecadores”, “pobres” (Lc15,1-2; Mc 6, 32-44 par) (Dennis E. Smith).

Este hecho, que recorre toda la vida pública de Jesús, más que llamar la atención, lo que hace es que nos causa impresión. Entre nosotros y ahora, casi nadie invita a su mesa al primero que pasa por la calle, sobre todo si se trata de un tipo extraño o sospechoso. Pero, en tiempos de Jesús, esto era seguramente más impensable y hasta escandaloso. Porque esta conducta de Jesús consistía en acoger, y en compartir su vida y sus costumbres, no solo con personas “impuras” religiosamente, sino sobre todo con “malvados” (E. P. Sanders), en una comunidad que pretendía ser “sal de la tierra y luz del mundo” (Mt 5,13 -16), es decir, ejemplo de conducta. ¿Qué ejemplo daba así Jesús? Sencillamente, un ejemplo que casi ninguna de nuestras casas, familias y comunidades suelen dar.

Desde la antigüedad previa a Jesús, “La delimitación de fronteras es algo primordial en el código social de los banquetes. Es decir, con quien se come define el lugar que se ocupa en un conjunto mayor de redes sociales” (Mary Douglas). Por eso, cuando Jesús, con su conducta, hace saltar por los aires este código de comportamiento, lo que en el fondo está diciendo es que el Evangelio no discrimina, ni separa, ni aleja a nadie, absolutamente a nadie. Jesús no excluye a nadie ni por motivos ideológicos, ni por razones de conducta religiosa, ni por intereses políticos o económicos, ni por orígenes culturales. La religión de Jesús es así.


En nuestras relaciones con los demás, hablarles dulcemente; tratar con benevolencia sus debilidades; casi iba a decir, respetar sus defectos; nunca sabríamos tomar demasiadas precauciones para no acabar de romper la caña ya quebrada, para no apagar la mecha que aún humea. (Memorial 17. Aviso 9)

Jesús, al contemplar en tu vida,
el modo que tú tienes de tratar a los demás,
 me dejo interpelar por tu ternura.
 Tu forma de amar nos mueve a amar.
 Tu trato es como el agua cristalina,
 que limpia y acompaña el caminar.

Jesús, enséñame tu modo
de hacer sentir al otro más humano.
Que tus pasos sean mis pasos,
mi modo de proceder.

Jesús, hazme sentir con tus sentimientos,
mirar con tu mirada,
comprometer mi acción;
donarme hasta la muerte por el reino,
defender la vida hasta la cruz,
amar a cada uno como amigo
y en la oscuridad llevar tu luz.

Jesús, yo quiero ser compasivo con quien sufre,
buscando la justicia, compartiendo nuestra fe.
Que encuentre una auténtica armonía
entre lo que creo y quiero ser;
mis ojos sean fuente de alegría,
que abrace tu manera de ser.

Quisiera conocerte, Jesús, tal como eres.
Tu imagen sobre mí es lo que transformará
mi corazón en uno como el tuyo,
que sale de sí mismo para dar;
capaz de amar al padre y los hermanos,
que va sirviendo al reino en libertad.