Entonces Jesús dijo a la multitud y a sus discípulos: Los escribas y fariseos ocupan la cátedra de Moisés. Ustedes hagan y cumplan todo lo que ellos les digan, pero no se guíen por sus obras, porque no hacen lo que dicen.Atan pesadas cargas y las ponen sobre los hombros de los demás, mientras que ellos no quieren moverlas ni siquiera con el dedo. Todo lo hacen para que los vean. Agrandan las filacterias y alargan los flecos de sus mantos. Les gusta ocupar los primeros puestos en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, ser saludados en las plazas y oírse llamar «mi maestro» por la gente.En cuanto a ustedes, no se hagan llamar «maestro», porque no tienen más que un Maestro y todos ustedes son hermanos. A nadie en el mundo llamen «padre», porque no tienen sino uno, el Padre celestial. No se dejen llamar tampoco «doctores», porque sólo tienen un Doctor, que es el Mesías.Que el más grande de entre ustedes se haga servidor de los otros, porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado.
Jesús habla con indignación profética. Su discurso, dirigido a la gente y a sus discípulos, es una dura crítica a los dirigentes religiosos de Israel. Mateo lo recoge hacia los años ochenta para que los dirigentes de la Iglesia cristiana no caigan en conductas parecidas.¿Podremos recordar hoy las recriminaciones de Jesús con paz, en actitud de conversión, sin ánimo alguno de polémicas estériles?Sus palabras son una invitación para que obispos, presbíteros y cuantos tenemos alguna responsabilidad eclesial hagamos una revisión de nuestra actuación.“No hacen lo que dicen”.Nuestro mayor pecado es la incoherencia. No vivimos lo que predicamos. Tenemos poder, pero nos falta autoridad. Nuestra conducta nos desacredita. Un ejemplo de vida más evangélica de los dirigentes cambiaría el clima en muchas comunidades cristianas.“Atan cargas pesadas e insoportables y las ponen sobres las espaldas de los hombres; pero ellos no mueven ni un dedo para llevarlas”.Es cierto. Con frecuencia somos exigentes y severos con los demás, comprensivos e indulgentes con nosotros. Agobiamos a la gente sencilla con nuestras exigencias, pero no les facilitamos la acogida del Evangelio. No somos como Jesús, que se preocupa de hacer ligera su carga, pues es humilde y de corazón sencillo.“Todo lo hacen para que los vea la gente”.No podemos negar que es muy fácil vivir pendientes de nuestra imagen, buscando casi siempre «quedar bien» ante los demás. No vivimos ante ese Dios que ve en lo secreto. Estamos más atentos a nuestro prestigio personal.“Les gusta el primer puesto y los primeros asientos… y que los saluden por la calle y los llamen maestros”.Nos da vergüenza confesarlo, pero nos gusta. Buscamos ser tratados de manera especial, no como un hermano más. ¿Hay algo más ridículo que un testigo de Jesús buscando ser distinguido y reverenciado por la comunidad cristiana?“No se dejen llamar maestro… ni doctor… porque uno solo es su Maestro y su doctor: Cristo”.El mandato evangélico no puede ser más claro: Renuncien a los títulos para no hacer sombra a Cristo; orienten la atención de los creyentes solo hacia él. ¿Por qué la Iglesia no hace nada por suprimir tantos títulos, prerrogativas, honores y dignidades para mostrar mejor el rostro humilde y cercano de Jesús?“No llamen a nadie padre nuestro en la tierra, porque uno solo es su Padre: el del cielo”.Para Jesús, el título de Padre es tan único, profundo y entrañable que no ha de ser utilizado por nadie en la comunidad cristiana. ¿Por qué lo permitimos? (José Antonio Pagola)
MÁXIMAEl más grande es el que sirve.
Hay hombres que durante toda su vida ruedan por el fango y salen cubiertos de orgullo contentos de sí mismos. Radiantes por encontrarse tan buenos y tan perfectos, le dicen a Dios con especial confianza: Señor, ¿no ves en mí todas las virtudes? Tus perfecciones, sin duda, son infinitas, pero mira bien a mi corazón: las tiene a todas. Esto daría pena, uno se reiría, si se pudiera reír uno de tal extravagancia, si este exceso de locura no fuera exceso de impiedad. (Memorial 98-98)
Hay gente buena en esta tierrade mirada cristalina y contagiante sonrisa.Hay gente buena en esta tierraque se alegra por lo bellode lo que hay en lo pequeño.Hay gente buena en esta tierraque ama intensamente, aunque tenga sufrimientos;siembran bondad donde hay cizaña,exaltan siempre lo mejor que hay en el otro.A esa gente más que buenayo le quiero dar las gracias.Con su vida hoy sostienen este mundo.Yo quiero ser uno de ellos,de esa gente más que buena,para construir un mundo justo y buenoy así crezca la esperanza.Hay gente buena en esta tierraque trabaja honestamente y cada día con esfuerzo.Hay gente buena en esta tierracon mano abierta, lo que tieneda para ayudar al resto.Hay gente buena en esta tierra,héroes valientes y aguerridos;ellos son de carne y hueso.No temen arriesgar su vidacon tal de defender al débil e indefenso.Son estudiantes y empleados,son campesinos y empresarios,fieles, consagrados, abuelos, padres abnegados.¡Son santos de lo cotidiano!