La Anunciación del Señor

Isaías 7, 10-14; 8,10
Salmo 39, 7-11

Hebreos 10, 4-10

El ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José.
El nombre de la virgen era María.
El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: ¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo.
Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo.
Pero el Ángel le dijo: No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo.
El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin.
María dijo al Ángel: ¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?
El Ángel le respondió: El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios.
También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios.
María dijo entonces: Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho.
Y el Ángel se alejó.

Cuando pensamos en el «Sí» de María a la propuesta de Dios, lo podemos imaginar en un ambiente casi de novela «romántica» y olvidar que con ese «Sí», toda su vida quedó comprometida. La respuesta que ella dio no era algo espontáneo o «lógico». María dirá que sí, más por confianza y fe, que por conocimiento.  Ella apenas podía entender lo que le había sido explicado y sin embargo, dijo que «Sí».

La fe de María será puesta a prueba cada día. Ella quedará embarazada. No sabe bien cómo, pero lo cierto es que su corazón está inundado por una luz especial.  Aunque su querido José dude, ella vive inmersa en el misterio sin pedir pruebas, vive unida al misterio más radical que existe: Dios. Él sabrá encontrar las soluciones a todos los problemas, pero hacía falta fe, hacía falta abandono total a su voluntad.
María se dejó guiar por la fe. Ésta la llevó a creer a pesar que parecía imposible lo anunciado. El Misterio se encarnó en ella de la manera más radical que se podía imaginar. Sin certezas humanas, ella supo acoger confiadamente la palabra de Dios.

María también supo esperar. ¿Cómo vivió María aquellos meses, y las últimas semanas en la espera de su Hijo? Sólo por medio de la oración y de la unión con Dios podemos hacernos una pálida idea de lo que ella vivió en su interior. María vivió con intensidad ese acontecimiento que transformó toda su existencia de manera radical. Ella dijo «Sí» y engendró físicamente al Hijo de Dios, al que ya había concebido desde la fe. (Catholic.net: El “sí” de María)

No olvidemos que, así como Jesús creció en el seno de María, también puede crecer hoy en nuestros corazones, si lo acogemos por la fe y nos dejamos transformar por él. Pidamos a nuestra Madre María que nos ayude a abandonarnos sin miedos a la voluntad de Dios.


MÁXIMA
María dijo: ‘Soy la servidora del Señor’


Mis queridas hermanas, si un ángel viniera hoy en día a decirles, como en otro tiempo a la Virgen María: las saludo a todas las que forman parte de esta piadosa asociación; las gracias más abundantes les sean dadas; son benditas entre los demás fieles; la virtud del Altísimo las cubrirá, porque son hijas privilegiadas de este Reino augusto y poderoso que abre a su grey los tesoros del cielo. ¿Podrán responder al ángel como María: ‘Soy la esclava del Señor, que se haga en mí según su palabra’? Éste es, sin embargo, el testimonio que deben darse a ustedes mismas, para que las magníficas promesas que acaban de escuchar se cumplan en toda su extensión. (Fiesta de la Anunciación)

Dijiste sí y la tierra estalló de alegría.
Dijiste sí y en tu vientre latía divina la salvación.

Hágase en mí, de corazón, la voluntad de mi Señor.
Que se cumplan en mí cada día los sueños de Dios.

María, las tinieblas se harán mediodía
a una sola palabra que digas.
En tus labios alumbra ya el sol.

María, la doncella que Dios prometía,
Un volcán de ternura divina,
primavera de Dios Redentor.

Gabriel tembló, conmovido con tanta belleza.
Madre de Dios,
cuélame en tu mirada
de amor de la Anunciación.

Hágase en mí, de corazón,
la voluntad de mi Señor.
Que se cumplan en mí
cada día los sueños de Dios.