San Óscar Romero

2º Reyes 5, 1-15
Salmo 41, 2-3; 42, 3-4

Cuando Jesús llegó a Nazareth, dijo a la multitud en la sinagoga: Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra.
Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el país. Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón.
También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, el sirio.
Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo. Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino.

Este relato de Lucas se ubica en el inicio de la misión de Jesús, cuando en la sinagoga de su pueblo proclama su proyecto del Reino. Ya desde los inicios van surgiendo los rechazos. En ese entonces como ahora, no es fácil predicar a los conocidos. A él los paisanos de Nazaret lo conocían bien, como el hijo de José el carpintero y de María, sencilla ama de casa. Muchos de ellos eran parientes. Les cuesta aceptar su mensaje. Su prédica suscita envidias, celos, broncas y hasta odio. Por eso Jesús dice que ningún profeta es bien recibido en su tierra o en su familia. Y esto lo dice por experiencia, es algo que vivió. Él experimentó el rechazo de los suyos.

Es cierto que se la buscó. Puso como ejemplo a dos extranjeros, como si Dios se gozara en ayudarlos primero a ellos que al ‘pueblo elegido.’
Expliquemos: En tiempos del profeta Elías hubo una gran sequía y hambruna en Israel. El profeta fue a Sidón, tierra extranjera, y allí hizo el milagro de multiplicar el alimento a una viuda y su hijo y de rescatar a éste de la muerte. ¿No podía haberlo hecho en Israel también?
El otro ejemplo es el de un general sirio, pueblo enemigo de Israel, a quien el profeta Eliseo curó de la lepra. ¿Por qué no lo hizo también en Israel?
La diferencia estuvo en la fe de esas personas que creyeron en la voz de los profetas y se dejaron guiar.

Jesús pone el dedo en la llaga, haciéndoles ver que la fe se puede encontrar en cualquier lado, aun en personas enemigas. Esa gente creyó, tuvo fe y fue recompensada. Pertenecer a un pueblo, a una raza, incluso a una religión, no asegura a nadie la fe viva que mueve montañas. Hay mucho ateo dentro de la Iglesia y mucho creyente fuera.
Los habitantes de Nazaret se enojaron y casi lo tiran cerro abajo. Pero no hicieron lo que sí hicieron la mujer de Sarepta y el general sirio: escuchar al gran profeta que estaba frente a ellos. Sólo vieron al hijo de José y de la humilde María. ¿Qué podía enseñarles el carpintero Jesús?


MÁXIMA
Escuchemos a Jesús


Heme aquí, Señor, a tus pies. Me presento ante Ti con una humilde y viva confianza. Vengo para acoger en mi corazón tu divina Palabra. Señor, tu servidor te escucha; dígnate hacerlo escuchar tu voz, dame tu gracia, dame tu espíritu cuyo aliento es el fuego sagrado que ilumina y calienta nuestras almas. (Meditación sobre la muerte)

Escuchemos a dios donde la vida clama.
Escuchemos a Dios, pues con pasión nos habla. 

Yo te hablo y te grito
 en el pobre que sufre por falta de pan,
 el enfermo clavado en la cruz del dolor,
 la mujer agredida que busca igualdad,
 en el niño sin padres que anhela un abrazo,
 el anciano olvidado, dolor y tristeza,
 el migrante sin patria, sin paz, sin hogar.
¡Escúchame! ¡Escúchame! 

Yo te hablo, te grito, 
 cuando alguien anuncia la Buena Noticia,
 por quien sirve al hermano y entrega su vida,
 por quien busca la paz y el Reino construye, 
 donde hay alguien que lucha por un mundo nuevo.
 El amor solidario que cura al herido,
 por aquellos que viven sencilla hermandad.
¡Escúchame! ¡Escúchame! 

Yo te hablo, te grito,
 en el Libro que narra mi amor por el mundo,
 en el Pan repartido, memoria y anuncio,
 el silencio, el desierto y la contemplación,
 en tu sed de belleza, de bien y verdad,
 en el átomo, el hombre y la inmensa galaxia,
 en el centro habitado de tu corazón.
¡Escúchame! ¡Escúchame!