San Benjamín

Isaías 65, 17-21
Salmo 29, 2. 4-6. 11-13

Transcurridos los dos días, Jesús partió hacia Galilea. El mismo había declarado que un profeta no goza de prestigio en su propio pueblo. Pero cuando llegó, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la Pascua; ellos también, en efecto, habían ido a la fiesta.
Y fue otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había allí un funcionario real, que tenía su hijo enfermo en Cafarnaúm. Cuando supo que Jesús había llegado de Judea y se encontraba en Galilea, fue a verlo y le suplicó que bajara a curar a su hijo moribundo.
Jesús le dijo: Si no ven signos y prodigios, ustedes no creen.
El funcionario le respondió: Señor, baja antes que mi hijo se muera.
Vuelve a tu casa, tu hijo vive, le dijo Jesús.
El hombre creyó en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino. Mientras descendía, le salieron al encuentro sus servidores y la anunciaron que su hijo vivía. Él les preguntó a qué hora se había sentido mejor. Ayer, a la una de la tarde, se le fue la fiebre, le respondieron. El padre recordó que era la misma hora en que Jesús le había dicho: “Tu hijo vive”. Y entonces creyó él y toda su familia.
Este fue el segundo signo que hizo Jesús cuando volvió de Judea a Galilea.

El funcionario que pide a Jesús por su hijo era un pagano, que experimentó la debilidad frente a la enfermedad de su hijo. El poder no da garantías de nada: Él mandaba a muchos, pero no podía nada frente a la realidad de su niño enfermo terminal. Así es que se convierte en un mendigo frente a Jesús, implorando por su sanación. Se abaja frente a quien sabe más poderoso que él. Cree que Jesús lo puede hacer e implora. No le preocupa el ‘qué dirán’ de la gente. Tampoco se inmuta frente a las palabras duras del Señor: “Si no ven signos y prodigios, ustedes no creen”. No es el funcionario real el que pide, es el padre de un niño moribundo. Y es tan grande su fe, que luego que Jesús le dice que su hijo vive, se vuelve sin más, sin pedir garantías.

Es un ejemplo de fe para nosotros. El Papa nos dice en una homilía:
¿Qué debemos hacer? Creer. Creer que el Señor puede cambiarme, que el Señor es poderoso: como ha hecho con ese hombre que tenía el hijo enfermo, en el Evangelio. Ese hombre creyó en la palabra que Jesús le había dado y se puso en camino. Creyó que Jesús tenía el poder de cambiar a su hijo, la salud del niño. Y venció.
La fe es dar espacio a este amor de Dios, es hacer espacio al poder de Dios, poder de alguien que es poderoso, poder de alguien que me ama, que está enamorado de mí y que quiere la alegría conmigo. Esto es la fe. Esto es creer: es hacer espacio al Señor para que venga y me cambie”
(16 de marzo de 2015)


MÁXIMA
Creo en Jesús


Oh, Dios mío, ¡si tuviéramos fe! ¡Esa fe viva, esa fe animada que penetra y que casi entiende los misterios celestes! ¡Esa fe que ve la aurora del día eterno! ¡La fe de Abraham! – Oh, Dios mío, ¡concédeme esa fe! (Memorial 86)

Mis pies están cansados,
mi corazón quebrantado,
la tristeza y soledad me han visitado.
He caído y he dudado
y tu amor he traicionado,
los problemas opacaron mi confianza en Ti.

Pero hoy es el momento de creer
que lo que tú me prometiste
se hará realidad.

Yo te creo a Ti, creo en tu poder,
tu poder que rompe todas mis cadenas.
Te creo a Ti, creo en tu poder,
yo de rodillas venceré,
en tus promesas confiaré.
Señor, te creo a Ti.

He sido derribado, más no destruido;
Perseguido, pero no desamparado,
en apuros, pero no desesperado.

Yo te creo a Ti, creo en tu poder,
tu poder que rompe todas mis cadenas.
Te creo a Ti, creo en tu poder,
yo de rodillas venceré,
en tus promesas confiaré.
Señor, te creo a Ti.