San Hugo de Grenoble

Ezequiel 47, 1-9.12  
Salmo responsorial: 45, 2-3.5-6.8-9  

Después de esto se celebraba una fiesta de los judíos y Jesús subió a Jerusalén.
Junto a la puerta de las Ovejas, en Jerusalén, hay una piscina llamada en hebreo Betsata, que tiene cinco pórticos. Bajo estos pórticos yacía una multitud de enfermos, ciegos, paralíticos y lisiados, que esperaban la agitación del agua.
Había allí un hombre que estaba enfermo desde hacía treinta y ocho años. Al verlo tendido, y sabiendo que hacía tanto tiempo que estaba así, Jesús le preguntó: ¿Quieres curarte?
El respondió: Señor, no tengo a nadie que me sumerja en la piscina cuando el agua comienza a agitarse; mientras yo voy, otro desciende antes.
Jesús le dijo: Levántate, toma tu camilla y camina.
En seguida el hombre se curó, tomó su camilla y empezó a caminar.
Era un sábado y los judíos dijeron entonces al que acababa de ser curado: Es sábado. No te está permitido llevar tu camilla.
Él les respondió: El que me curó me dijo: Toma tu camilla y camina.
Ellos le preguntaron: ¿Quién es ese hombre que te dijo: “Toma tu camilla y camina?”
Pero el enfermo lo ignoraba, porque Jesús había desaparecido entre la multitud que estaba allí.
Después, Jesús lo encontró en el Templo y le dijo: Has sido curado; no vuelvas a pecar, de lo contrario te ocurrirán peores cosas todavía.
El hombre fue a decir a los judíos que era Jesús el que lo había curado.
Ellos atacaban a Jesús, porque hacía esas cosas en sábado.
Él les respondió: Mi Padre trabaja siempre y yo también trabajo.
Pero para los judíos esta era una razón más para matarlo, porque no sólo violaba el sábado, sino que se hacía igual a Dios, llamándolo su propio Padre.

Jesús cura al paralítico en un lugar tradicionalmente milagroso. Por eso impresiona más la soledad de este hombre: Lleva enfermo treinta y ocho años y nadie se ocupa de él. El gran milagro del cristianismo es la caridad, que los hombres lleguen a preocuparse unos de otros y se amen realmente como Dios los ama.

La obligación de guardar el descanso del sábado era sagrada para un judío. Le recordaba el descanso de Dios en la creación. Y más aún, la liberación de Egipto. Con el tiempo los judíos habían llegado a exageraciones ridículas: estaba prohibido llevar cualquier carga, e incluso, que los médicos ejerciesen su función. De ahí el escándalo y la irritación de los judíos por la conducta de Jesús: quebrantaba una tradición santa.

Jesús quiere enseñarles un cumplimiento menos literal y vacío del descanso en día de sábado. El descanso no consiste simplemente en “no hacer nada”. Hay que hacer el bien, acudir en ayuda de los demás, porque el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado.
La obra del Padre es la creación. Cuando en el relato del Génesis se nos dice que Dios descansó, no debemos interpretarlo literalmente en el sentido de que Dios interrumpe su actividad creadora. De ser así, el mundo dejaría de existir.
El Padre sigue creando y conservando el universo y la vida. Ni por un momento se desentiende del mundo al que ama y quiere salvar. Y el Hijo, enviado por el Padre, viene a mostrar con sus signos, de modo evidente y palpable, la constante acción salvadora de Dios, la continua creación que culminará en la Nueva Creación. Con Jesús resucitado empieza la nueva y definitiva Creación. (Dña. Montserrat Palet Dalmases)


MÁXIMA
Toma tu camilla y camina

Recuerdo los tiempos antiguos,
medito todas tus promesas.
He visto tu obrar
y tu espíritu soplar sobre mí.
Amaba tus mandatos;
tu discípulo yo era
y no importaba
qué quisieras de mí,
ni a donde ir…

Pero se enfrió mi corazón;
me acostumbré a nombrarte
a hablar de ti a los demás
pero ya no contigo.

De manantial me convertí
en cisterna agrietada,
mi alma en tierra agostada
cansada y sin agua.

Vuelve a darme vida
en tu costado abierto,
de los manantiales de tu amor eterno.
Quémame por dentro,
sopla con tu aliento.