Santa Casilda de Toledo

Daniel 3, 1. 4-8. 12. 14-20. 24-25. 28
Daniel 3, 52-56 (Salmo)

Jesús dijo a aquellos judíos que habían creído en él: Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos, conocerán la verdad y la verdad los hará libres.
Ellos le respondieron: Somos descendientes de Abraham y jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo puedes decir entonces: ‘ustedes serán libres’?
Jesús les respondió: Les aseguro que todo el que peca es esclavo del pecado. El esclavo no permanece para siempre en la casa; el hijo, en cambio, permanece para siempre. Por eso, si el Hijo los libera, ustedes serán realmente libres.
Yo sé que ustedes son descendientes de Abraham, pero tratan de matarme, porque mi palabra no penetra en ustedes. Yo digo lo que he visto junto a mi Padre, y ustedes hacen lo que han aprendido de su padre.
Ellos le replicaron: Nuestro padre es Abraham. Y Jesús les dijo: Si ustedes fueran hijos de Abraham obrarían como él. Pero ahora quieren matarme a mí, al hombre que les dice la verdad que ha oído de Dios. Abraham no hizo eso. Pero ustedes obran como su ‘padre’.
Ellos le dijeron: Nosotros no hemos nacido de la prostitución; tenemos un solo Padre, que es Dios.
Jesús prosiguió: Si Dios fuera su Padre, ustedes me amarían, porque yo he salido de Dios y vengo de él. No he venido por mí mismo, sino que él me envió.

La fe es un camino de libertad: No estar aprisionado en los pequeños caprichos de uno mismo, sino poder acercarse a los demás, no empantanarse en la pereza, sino abrir la mente y el corazón a las necesidades de los demás, no encerrarse en los propios pensamientos, sino emprender vuelo y captar la profundidad de una Palabra que no es la nuestra. Todo esto es fruto de la fe y es signo de auténtica madurez.
«Quien comete pecado es esclavo del pecado»: Tal vez, nos parece una frase bastante grande. Seguramente es usada para producir una reacción. Sin embargo, detrás de esta forma «excesiva» hay una verdad profunda: El mal nos hace esclavos, precisamente porque se opone a esa apertura libre y liberadora propia de la fe. ¿Quién de nosotros no conoce la fuerza de los hábitos negativos, que llamamos vicios? ¿Quién de nosotros nunca ha experimentado la voluntad de hacer el bien y la incapacidad de hacerlo, por pereza, miedo o ignorancia? Seamos honestos, esto significa que nuestra libertad está herida y limitada. (Cf. pág. Dehoniana)

El amor es lo único que nos puede hacer libres. Jesús, el Hijo del Amor supremo, puede sacarnos de la cárcel de los vicios, de las envidias, los rencores, los deseos de venganza, etc. Cuando vivimos la experiencia de la presencia de Jesús en nuestro corazón, crecen las alas de la alegría, la paz, las ganas de ayudar a otros. La vida se vuelve ‘liviana’, ágil, desaparecen los nubarrones que enceguecen la mirada, todo se vuelve más luminoso. Pidamos la gracia de vivir en el amor y la libertad de Dios.


MÁXIMA
Dios nos quiere libres


¡Oh locura!, se dice, ¡relacionar la libertad con Jesucristo! ¿Pero por qué no? La libertad ¿no es, según el parecer de todo el mundo, uno de los dones del evangelio? (Carta del 19-12-1835)

Yo creo en Dios que canta,
que la vida hace cantar. (2)

Creo en Dios que canta
y que tu vida hace cantar,
la dicha y el amor
son los regalos que él nos da.
Es como la fuente
que canta en tu interior
y te impulsa a beber
la vida que él te da.

Creo en Dios, que es padre,
que se dice al cantar,
él hizo para ti cantar la creación.
Nos invita a todos
que a la vida le cantemos,
solo pensando en él
brota sola una canción.

Creo en Jesucristo,
que es el canto de Dios Padre,
y que en el Evangelio
él nos canta con su amor.
Él hace cantar
la vida de los hombres,
y toda vida es la gloria del Señor.

Creo en el Espíritu
que canta en nuestro ser,
haciendo de la vida
un canto celestial.
Creo que la Iglesia
reúne nuestras voces
y nos enseña a todos
la música de Dios.