Miércoles santo

Isaías 50, 4-9
Salmo 68, 8-10. 21-22. 31. 33-34

Uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes y les dijo: ¿Cuánto me darán si se los entrego? Y resolvieron darle treinta monedas de plata. Desde ese momento, Judas buscaba una ocasión favorable para entregarlo.
El primer día de los Ácimos, los discípulos fueron a preguntar a Jesús: ¿Dónde quieres que te preparemos la comida pascual?
El respondió: Vayan a la ciudad, a la casa de tal persona y díganle: El Maestro dice: Se acerca mi hora, voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos.
Ellos hicieron como Jesús les había ordenado y prepararon la Pascua.
Al atardecer, estaba a la mesa con los Doce y, mientras comían, Jesús les dijo: Les aseguro que uno de ustedes me entregará.
Profundamente apenados, ellos empezaron a preguntarle uno por uno: ¿Seré yo, Señor?
El respondió: El que acaba de servirse de la misma fuente que yo, ése me va a entregar.
El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido! Judas, el que lo iba a entregar, le preguntó: ¿Seré yo, Maestro?
Tú lo has dicho, le respondió Jesús.

Ayer el evangelio nos habló de la traición de Judas y de la negación de Pedro. Hoy nos habla, de nuevo, de la traición de Judas.
En la descripción de la pasión de Jesús de los evangelios de Mateo se acentúa fuertemente el fracaso de los discípulos: A pesar de haber convivido juntos durante tres años, nadie de entre ellos se queda para tomar la defensa de Jesús. Judas lo traiciona, Pedro lo niega, todos huyen. Mateo cuenta esto, no para criticar o condenar, ni para causar desaliento en los lectores, sino para indicar que la acogida y el amor de Jesús superan la derrota y el fracaso de los discípulos.

Esta forma de describir la actitud de Jesús buscaba ayudar a las comunidades en la época de Mateo, porque a causa de las frecuentes persecuciones, muchos se sentían desanimados y habían abandonado la comunidad. Pero deseaban regresar y se preguntaban: ¿Será posible volver? ¿Será posible que Dios nos acoja y perdone? Mateo responde sugiriendo que nosotros podemos romper con Jesús, pero que Jesús nunca rompe con nosotros. Su amor es mayor que nuestra infidelidad.

Este es un mensaje muy importante que recibimos del evangelio durante la Semana Santa: La increíble gratuidad del amor de Jesús, que supera la traición, la negación y la huida de los amigos. Su amor no depende de lo que los demás hagan por él.


MÁXIMA
Jesús nunca nos abandona


Amemos a este divino Jesús que nos ama con un amor tan prodigioso, con tan inmenso amor; sirvámoslo, honrémoslo. Pongamos toda nuestra alegría en hacerlo honrar, en hacerlo servir, de modo que en nuestro lecho de muerte, pronunciemos con plena confianza su sagrado nombre, que el recuerdo de que es nuestro Salvador, nos inspire un santo deseo de entrar en su amable presencia y poseer para siempre la gloria que nos ha conquistado por sus humillaciones y sus esfuerzos”. (S.III, 103. 1º día del año. 1816)

Cuanto más lo pienso, y más le doy vueltas,
cuanto más lo intento, más me doy cuenta:
En realidad, pasamos la vida queriendo entenderla
en lugar de vivir con bondad, confiar en su fuerza.

Cuanto más lo veo, más me convenzo a diario
que el Amor al estilo de Dios, es revolucionario,
que no hay precio ni nada que pueda comprarlo
y que no valoramos igual lo que es regalado.

No entendemos…
No entendemos que el amor es gratis.
No entendemos que en realidad
la felicidad sería más fácil
con dejar a Dios ser Dios;
con no intentar atrapar su voz
encerrándola en leyes y ritos…
¡o en esta canción!

No entendemos…
No entendemos la bondad del amor.
No entendemos que sólo ser justo
no es ser como Dios;
que la justicia no es siempre lo bueno,
que sus caminos, no son los nuestros.
Sencillamente los últimos serán los primeros,
los últimos serán los primeros.

No entendemos…. no entendemos….
pero Dios… ¡ya cuenta con eso!