Primera lectura: Hechos 10, 34a.37-43Salmo Responsorial: 117, 1-2.16-17.22-23Segunda lectura: Colosenses 3, 1-4
El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada.Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró.Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro; vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte.Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó.Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos.
El texto inicia diciendo: «el primer día de la semana». Para los cristianos es el primer día de la nueva semana, el inicio de un tiempo nuevo, el día memorial de la resurrección, llamado «día del Señor». Esta expresión hereda, en el ámbito sagrado, la gran sacralidad del sábado hebraico.María Magdalena, la mujer que estuvo presente a los pies de la cruz con otras mujeres, va muy de madrugada al sepulcro, cuando todavía estaba oscuro, quizá queriendo indicar el contraste entre las tinieblas (falta de fe) y la luz (acogida del evangelio de la resurrección).María Magdalena vio la piedra corrida, el ‘otro discípulo’ asomándose al sepulcro vio vendas, Pedro entró y vio vendas y sudario y por último entró el ‘otro discípulo’, vio y creyó.La versión española traduce todo con el mismo verbo (vio), pero el texto original (griego) usa tres verbos distintos (theorein para Pedro; blepein para el otro discípulo y la Magdalena; y por último idein, para el otro discípulo), dejándonos entender un crecimiento de profundidad espiritual de este «ver» que, de hecho, culmina con la fe del otro discípulo. El discípulo anónimo, ciertamente, no ha visto nada diverso de lo que ya había visto Pedro: Quizás, él interpreta lo que ve de manera diversa de los otros, también por la especial sintonía de amor que había tenido con Jesús. Sin embargo, como indica el tiempo verbal en griego, su fe es todavía una fe inicial, tanto que él no encuentra el modo de compartirla con María o Pedro o cualquiera de los otros. No habían comprendido, todavía, las escrituras. Será el Espíritu Santo quien les revele todo.Para el cuarto evangelista, sin embargo, el binomio «ver y creer» es muy significativo y está referido exclusivamente a la fe en la resurrección del Señor (cfr 20, 29), porque era imposible creer verdaderamente antes que el Señor hubiese muerto y resucitado. El binomio visión–fe, por tanto, caracteriza a todo este capítulo y «el discípulo amado» se presenta como un modelo de fe que consigue comprender la verdad de Dios a través de los acontecimientos (cfr 21, 7).La fe en Cristo resucitado no nace en nosotros de forma espontánea, solo porque se lo hemos escuchado, desde niños, a catequistas y predicadores. Para abrirnos a la fe en la resurrección de Jesús, hemos de hacer nuestro propio recorrido, como lo hizo Pedro y el otro discípulo (tú, la comunidad creyente).Es decisivo no olvidar a Jesús, amarlo con pasión y buscarlo con todas nuestras fuerzas, pero no en el mundo de los muertos. Al que vive hay que buscarlo donde la vida vive. Lo hemos de buscar, no entre cristianos divididos y enfrentados en luchas estériles, sino allí donde se construyen comunidades que ponen a Cristo en el centro porque ponen al hermano, a la hermana, en primer lugar y viven al servicio de la vida. Tenemos que buscarlo allí donde la familia menesiana vive en “modo familia”; allí donde los menesianos se hacen próximos de los más necesitados del pan del afecto, del conocimiento, del sentido; buscarlo allí donde la vida empuja y se quiere abrir camino; allí donde las piedras son corridas a fuerza de esperanza; allí donde…
María Magdalena con Jesús: junto a otras mujeres, estuvo con él a los pies de la Cruz. Ella había hecho experiencia del amor sin límites de Dios para con ella en la persona de Jesús. Se juega por su amado. Su agradecimiento y admiración por Él obrar de Jesús va al extremo. El dolor no le deja ver con claridad lo que está pasando, pero algo le dice que está vivo. Está en búsqueda, como los primeros discípulos que siguen a Jesús por indicación de Juan. Corre hacia el encuentro de los discípulos, vuelve con ellos, permanece en el lugar hasta que se le hace la luz. El que busca encuentra.
Los discípulos con Jesús: actúan movidos por las palabras de María Magdalena. Son dos los protagonistas, el amado y el “negador”. Ambos corren hacia el sepulcro. Ven vacío y telas bien dobladas. El que lo había negado no logra ver más allá. El amado vio y luego vio y creyó. El amor le permite avizorar que la muerte no tiene la última palabra. Pero todavía no comprendían que según las escrituras debía resucitar, aunque se los había anunciado.
Esta es la misma esperanza, mis queridos hijos, que inspiró a los primeros cristianos tanta paciencia en las persecuciones, y que los hizo tan felices en los sufrimientos, tan gloriosos en los oprobios. Constantemente tenían en mente las predicciones de Nuestro Señor Jesucristo, quien declaró en el Evangelio, de la manera más formal, que en el último día todos los muertos oirán su voz y que serán resucitados para no volver a morir. Fue esta promesa la que sostuvo la fe de los mártires, que animó la constancia de las vírgenes, que suavizó a los anacoretas los horrores de los desiertos y los rigores de la penitencia. Además, veamos cómo el apóstol san Pablo en sus epístolas, y especialmente en lo que dirige a los fieles de Corinto, entra en este sentido, en los detalles más pequeños. Les señala que el cuerpo como semilla está plantado en un estado de corrupción, deformado, inmóvil y sin vida; pero que resucitará de nuevo incorruptible, glorioso, espiritual, imperturbable, ágil, lleno de vigor y fuerza. (Sermón sobre la resurrección)
Viene la magdalena por el sendero,hay una tumba abierta y un jardinero.Alguien dice su nombre y la magdalenasiente que se terminan todas sus penas.Este es el triunfo lindo, muerte vencida,triunfo de Dios y el hombre,triunfó la vida…Juan y Pedro corriendo hacia su gentellevan la gran noticia del Dios viviente.Venga, Tomás, y toque llagas y heridas,créale a los demás, crea en la vida.Hacia Emaús conversan los dos vecinosmientras se junta a ellos un peregrino.Cuando se parte el pan, anochecidos,hay un Cristo viviente reconocido.Larga noche sin pesca y los pescadoresechan redes, cansados de sus labores.¡Qué cantidad de peces! Cruje la quilla,es el Resucitado que está en la orilla.