Hechos 4, 1-12 Salmo responsorial 117, 1-2.4.22-27a
Jesús se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Sucedió así: estaban junto Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos.Simón Pedro les dijo: Voy a pescar. Ellos le respondieron: Vamos también nosotros. Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada.Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era él.Jesús les dijo: Muchachos, ¿tienen algo para comer?Ellos respondieron: No.Él les dijo: Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán.Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla.El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: ¡Es el Señor!Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua. Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla.Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan.Jesús les dijo: Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar.Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió.Jesús les dijo: Vengan a comer.Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ¿quién eres?, porque sabían que era el Señor.Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado.Esta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos.
Señor, esta narración tan viva, tan sugerente, del encuentro de los discípulos contigo en el Lago, me ha entusiasmado desde niño. Y he sentido envidia de no haber podido asistir a un desayuno tan divino y tan humano, donde tú pusiste todo: los peces, la leña, el fuego y, sobre todo, tu persona encantadora.
En este bello relato, escrito tan al vivo que, al leerlo, da la impresión de que la tinta está todavía sin secarse, el Evangelista Juan, testigo de los hechos, nos presenta una aparición distinta. Aquí no se trata de encontrarse con Jesús en situaciones límites o extraordinarias como puede ser la de la Magdalena llorando la muerte, o Emaús con discípulos de vuelta de todo, o en el Cenáculo con las puertas bien cerradas por miedo a los judíos.Aquí todo es fácil, sencillo, normal. Dice Pedro: “Voy a pescar”. Es lo normal en un pescador de oficio. Lo mismo que cada mañana el labrador dice: voy a sembrar, y la ama de casa: voy a comprar; y el hombre de negocios: voy a la oficina. Lo importante en esta aparición es que el Resucitado se hace presente en la vida ordinaria, en la sencillez de lo cotidiano.¿Y qué sucedió? Pues que aquel desayuno después de pescar, que hubiera sido normal, ordinario, rutinario, se convirtió con Jesús en una auténtica fiesta. ¡Qué desayuno tan sabroso! Y este es el mensaje: con Jesús Resucitado la vida tiene otro color y otro sabor. No hay que esperar al viernes por la tarde para pasarlo bien. Con Jesús todos los días son bonitos, aunque sean lunes. Jesús es la alegría de la vida.
Gracias, Señor, por este encuentro que tuviste con tus discípulos en el lago. En aquel desayuno de trabajo estábamos todos contigo. En el hombre de campo, en el niño que va a la escuela, en el joven que acude a la Universidad, en la mujer que trabaja en una oficina y en la que se queda en su domicilio haciendo sus “labores de casa” estás Tú, como Resucitado, poniendo ilusión, alegría, y ganas de hacer bien las cosas. Y así, de un modo tan sencillo, podemos construir entre todos un mundo más humano, más fraternal. No te vemos, pero estás. No te vemos, pero te sentimos cerca. ¡Gracias, Señor!
MAXIMAJesús está con nosotros siempre
Heme aquí, Señor, a tus pies, me presento ante Ti con una humilde y viva confianza, vengo para acoger en mi corazón tu divina Palabra. Señor, tu servidor te escucha, dígnate hacerle escuchar tu voz, dame tu gracia, dame tu espíritu cuyo aliento es el fuego sagrado que ilumina y calienta nuestras almas. (Meditación sobre la muerte)
Después de haber trabajado,sin nada pescar;después de haberme cansado,sin fruto tocar,Tú llegas, Señor, a mi orilla,pidiendo mi rumbo cambiar.Me mandas volver a pescaren el fondo del mar.Sólo porque Tú me lo pides,lo haré sin tardar.Mis redes al mundo echaré, para poder sacara aquellos que lloran en la soledaddel fondo del mundo sin luz.Me pides que suba a tu barcay me ponga a pescar.Sí, sólo porque Tú lo dices.Sí, en tu nombre las redes echaréen la parte más onda,en lo escondido del corazón,donde quieres hallar a tus hijosque viven sin Ti.Señor, quiero serte sincero,no quiero mentir.Me alegra saber que me quieresy vienes por mí.Pero soy cobarde y muy débil de fe.A veces me hundo en el mar.Pero si confías en mí,yo te seguiré.Hay tanta tiniebla y doloren el fondo del mar.Tus hombres no quieren creer,y se sienten muy bien.Y sufren cansados, sin nada obtener.Se angustia todo el corazón.Pero si me envías Señor,en tu nombre hablaré.