Santos Felipe y Santiago

1 Corintios 15, 1-8  
Salmo 18, 2-5 

Jesús le dijo a Tomás: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Si ustedes me conocen, conocerán también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto.
Felipe le dijo: Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta.
Jesús le respondió: Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen? El que me ha visto, ha visto al Padre. ¿Cómo dices: muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que digo no son mías: el Padre que habita en mí es el que hace las obras.
Créanme, yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Créanlo, al menos, por las obras. Les aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre. Y yo haré todo lo que ustedes pidan en mi nombre, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si ustedes me piden algo en mi nombre, yo lo haré.

La sentencia clave de estas palabras de Jesús es la afirmación: “Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14, 9). Es decir: Ver a Jesús es ver a Dios. En esta sentencia se concentra el dato y la experiencia fundamental del cristianismo. Dios, el Trascendente, el inasequible, el que está más allá del mero concepto de “ser infinitamente superior”, el que por eso es el “ser absolutamente inconmensurable” (S. Nordmann), ese Dios se ha hecho visible en un hombre, que, cuando pronunció esta sentencia, acababa de cenar (Jn 13,2), lo que hacen (o desearían poder hacer), todos los seres humanos. Así, en Jesús, se unieron “lo divino” y “lo humano”, de forma que por eso se modifica, no solo nuestra forma de entender “lo divino”, sino también nuestras posibilidades de vivir honradamente “lo humano”.

El verbo “horaô” (“ver”) [aquí en participio perfecto], en el evangelio de Juan, significa varias veces una acción de ver que no capta la dimensión plena de lo contemplado y que, por este motivo, no conduce a la fe (cf. Jn6,36; 12,40; 15,24). Pero igualmente también representa una acción asociada con la fe, que consiste en ver la “gloria” de Jesús en las “obras” y “señales” que hace (cf. 1Jn 1, 3-4; Jn 1, 14) (J. kremer). Sin duda por este motivo el texto evangélico utiliza aquí este verbo. Para expresar que Felipe le dijo a Jesús que quería “ver” a Dios, cuando en realidad” lo estaba viendo”, lo tenía delante de sí, delante de sus ojos y, al mismo tiempo, oculto a su vista. Es el gran misterio de Jesús, que nos lleva directamente al gran misterio de Dios.

¿Qué significa esto? No es un juego de Palabras ni una simple reflexión más o menos vulgar, más o menos ingeniosa. Cuando los cristianos decimos que Dios se ha revelado en Jesús, lo que estamos afirmando es que el Misterio insondable de Dios se ha hecho presencia humana en lo humano. Por eso, el cristianismo no es una religión de “dogmas” y de “rituales”. El cristianismo es “ética”, o sea es “una forma de vida” a la manera de Jesús. Consiste en vivir lo humano en la mayor bondad que nos es posible vivir, parar hacer más humano este mundo y la sociedad en que vivimos. De ahí, la enorme urgencia de una profunda renovación de la Iglesia. Recordemos las palabras del Papa Francisco al inicio de su pontificado: “Evangelizar es humanizar”.


Es necesario ayudarnos unos a otros a servir, a alabar a nuestro divino Maestro; es una parte de la comunión de los santos, que no será, es cierto, plenamente consumada más que en el cielo, donde todos los corazones no serán más que uno sólo en el corazón de Jesucristo, pero que debe comenzar en la tierra, por la comunión de nuestros sentimientos, de nuestros esfuerzos y de nuestras oraciones” (R 438)

Hemos celebrado ya la cena,
hemos compartido la esperanza.
Vamos a la vida, en la confianza
que el amor redime nuestras penas.

Vamos a anunciar esta alegría
que Jesús sanó nuestras heridas.
Vamos a entregar el pan a todos,
vamos, trabajemos codo a codo,
que ha llegado el Reino de la Vida.

Cristo con nosotros cada día,
juntos en trabajos y descanso.
Surge de esta mesa y este canto
libre, nuestra suerte compartida.

Esta acción de gracias se reparte
con nosotros a todos los hombres.
Nos convoca en favor de los pobres,
alimenta a los que sufren hambre.