San Damián de Molokai – San Juan de Ávila

Hechos 9, 31-42  
Salmo 115, 12-17  

Después de oírlo, muchos de los discípulos de Jesús decían: Es duro este lenguaje, ¿quién puede escucharlo?
Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: ¿Esto los escandaliza? ¿Qué pasará entonces cuando vean al Hijo del hombre subir adonde estaba antes? El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que les he dicho son espíritu y vida. Y, con todo, hay algunos de entre ustedes que no creen.
Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar.
Luego dijo: Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede. Desde ese momento, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.
Entonces Jesús les preguntó a los Doce: ¿También ustedes quieren marcharse?
Simón Pedro le respondió: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros hemos creído y sabemos que tú eres el Santo de Dios.

«Tú tienes palabras de vida eterna»
Al recordar este final del discurso en la sinagoga de Cafarnaúm, se comprueba que no todos los que se piensan que son creyentes en Jesús lo son realmente. Sobre todo, si se piensa que Jesús, al darse cuenta de la resistencia que algunos discípulos presentaban a lo que habían oído, no suavizó su enseñanza, sino que la radicalizó aún más. Porque les vino a decir que algunos no eran creyentes y otro lo iba a traicionar (Jn 6,64). O sea, Jesús pensaba de verdad entregar su carne y su sangre. Veía la muerte que se le venía encima. Y no cejó en su empeño, ni maquilló su proyecto de “dar vida”, “mejorar la vida”, “humanizar la vida y la convivencia humana”.

Allí empezó la desbandada de los que se decepcionan y abandonan. La fuga y el desengaño de los que no soportaban la propuesta del Evangelio. Pero no pensemos a la ligera, que esto mismo es lo que está ocurriendo ahora. De ninguna manera. Entonces, como ahora, son muchos los que abandonan porque pierden la fe y se van. Pero hay una diferencia radical. En Cafarnaúm, ante Jesús, se fueron los que se vieron sin fuerzas y sin calidad para aceptar lo que les proponía Jesús. Ahora, parte de los que se van es porque están tan decepcionados de la Iglesia, de lo poco que se parece esta Iglesia a aquel Evangelio, que, ante semejante situación, optan sencillamente por vivir como mejor les parece. O se complican la vida metiéndose en proyectos o compromisos sociales en los que encuentran medio y manera de hacer de este mundo más habitable o forma de darle sentido a la propia vida.

A la vista de los que estaba pasando, Jesús no dio ni un paso atrás. Ni intentó “explicar mejor” lo que había querido decir. Nada de eso. Jesús se limitó a preguntar a los Doce: “¿También ustedes quieren

marcharse?” (Jn 6,67). Que era decirles: ‘Si quieren, ahí tienen el camino’. Jesús no retrocede jamás. Fue entonces cuando Pedro, como portavoz de los otros once, le dijo a Jesús; “Señor, ¿a quién vamos a acudir?” (Jn 6, 68). Es decir, después de haberte conocido a ti, después de lo que hemos vivido contigo, ¿dónde nos vamos a meter en la vida? En el fondeo, lo que Pedro afirmó fue su coincidencia con la propuesta de Jesús para una “religión alternativa”, la religión que tiene como eje y centro no en los “ritos”, sino en la vida, la forma de vida y comportamiento que llevó el propio Jesús.


Señor, somos tuyos, como tú eres nuestro, es decir, sin reservas, sin división, hasta nuestro último suspiro, te obedeceremos, te perteneceremos y pondremos en ti todo nuestro afecto, nuestros deseos y nuestras esperanzas. (Sermón después de la comunión)

Jesús, al contemplar en tu vida,
el modo que tú tienes de tratar a los demás,
 me dejo interpelar por tu ternura.
 Tu forma de amar nos mueve a amar.
 Tu trato es como el agua cristalina,
 que limpia y acompaña el caminar.

Jesús, enséñame tu modo
de hacer sentir al otro más humano.
Que tus pasos sean mis pasos,
mi modo de proceder.

Jesús, hazme sentir con tus sentimientos,
mirar con tu mirada,
comprometer mi acción;
donarme hasta la muerte por el reino,
defender la vida hasta la cruz,
amar a cada uno como amigo
y en la oscuridad llevar tu luz.

Jesús, yo quiero ser compasivo con quien sufre,
buscando la justicia, compartiendo nuestra fe.
Que encuentre una auténtica armonía
entre lo que creo y quiero ser;
mis ojos sean fuente de alegría,
que abrace tu manera de ser.

Quisiera conocerte, Jesús, tal como eres.
Tu imagen sobre mí es lo que transformará
mi corazón en uno como el tuyo,
que sale de sí mismo para dar;
capaz de amar al padre y los hermanos,
que va sirviendo al reino en libertad.


JOZEF DE VEUSTEREL, más conocido como Damián de Molokai (1840-1889) fue un misionero belga, miembro de la congregación de los Sagrados Corazones, enviado a Hawai como misionero. Allí, frente a la proliferación de la lepra, habían establecido una isla, Molokai, como lugar de reclusión de los leprosos. Se les proveía de alimentos y demás suministros, pero pocos cuidados médicos, porque nadie quería ir allí. También necesitaban ayuda espiritual y el padre Damián se ofreció para vivir en la isla. El obispo lo autorizó sabiendo que era una sentencia de muerte. Bajo su liderazgo las leyes básicas se restablecieron y se volvió a trabajar en las granjas. Su decisión conmovió a muchos que enviaron de Estados Unidos y Europa cantidad de dinero, ropas, medicina y suministros varios, que Damián utilizó para sus feligreses, brindándoles una mejor calidad de vida. Como era de esperar, terminó contagiado de lepra, muriendo a los 49 años de edad. Fue canonizado por el papa Benedicto XVI en el año 2009

JUAN DE ÁVILA fue un sacerdote español del siglo XVI. Quería ser misionero en América, pero su obispo le dijo que predicara en las ’Indias’ del Mediodía de España. Denunciado a la Inquisición, pasó un año en la cárcel. Fue gran misionero y predicador. Lo comparaban con san Pablo. También se dedicó a fundar centros de estudios en todas las ciudades donde predicaba.