4º Domingo de Pascua – Buen Pastor

Hechos 13, 14.43-52  
Salmo 99, 1b-3.5  
Apocalipsis 7, 9.14b-17  

Jesús dijo: Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos. Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos y nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre. El Padre y yo somos una sola cosa.

El cuarto domingo de Pascua es el domingo del Buen Pastor, el domingo dedicado a la oración universal por las vocaciones. El texto del evangelio no lo dice, pero claramente lo da a entender, pues habla de las ovejas y de la relación que estas tienen con el Pastor Jesús y con el Padre.
El relato está en un contexto de confrontación con los dirigentes judíos (pastores interesados), que le interpelan a que les diga si él es el Cristo, el Mesías, pero Jesús rehúye contestar, pues podría ser mal interpretado, y apela a las obras que hace. Todo se desarrolla en un clima de tensión. Los dirigentes no creen en Jesús, a pesar de sus obras.
Los que son de Jesús escuchan su voz, es decir, le prestan adhesión de mente y corazón, comprometiéndose con él y como él a liberar y dar vida a las personas. Es decir, vivir como Juan María quería: tener en nosotros las perfecciones del Hijo y parecernos a él en la medida que la humana debilidad nos lo permita, que su proyecto sea nuestro proyecto, que sus pensamientos sean nuestros pensamientos, que odiemos lo que él odió, que amemos a los que él amó, en una palabra, que seamos su imagen viva. Esto es ser Maestro y Pastor a semejanza de Jesús.
Seguir a Jesús es vivir como él. Andar por la vida como el anduvo: liberando, salvando, consolando, aliviando el sufrimiento, ayudando a los débiles, cuidando la naturaleza, dando la cara por la justicia… todo esto nos puede acarrear algunas molestias.
Es impensable que vivir los criterios del evangelio, en un mundo que se rige por los opuestos, no implique algún precio. En una sociedad tan progresista, como la nuestra, el precio no será la condena a muerte, como lo hicieron con Jesús, pero quizá sea no prosperar en la empresa, no ser bien visto en el entorno social, no ser comprendido por los tuyos.
Jesús entabla relaciones de amistad y no de subordinación con los suyos. Y todo nos lo da a conocer, porque no guarda secretos. Esto nos infunde una gran confianza y nos da ánimos para seguirle. Porque él nos conoce, podemos conocerlo; porque él nos ama podemos amarlo; porque él es el camino podemos seguirlo; porque él es la vida podemos vivir en él, con él y para él.

El don de Jesús a los que le siguen es el Espíritu y, con él, la vida que supera la muerte: estarán seguros, pues Jesús es el pastor que defiende a los suyos hasta dar la vida.  Vida eterna es igual a plenitud de vida, que se inicia aquí y tendrá su culminación en el encuentro cara a cara con Dios.
Es una plenitud, así lo creemos, que traspasa las fronteras de la muerte y nos hace sentir seguros y victoriosos en Jesús, Buen Pastor, que, dando su vida por la humanidad, ha resucitado y ha sido glorificado por el Padre.
Dios no abandona a los que hacen suyo el proyecto del Hijo, esa es nuestra garantía. Seguridad que no tiene que ver con garantías humanas, sino con la certeza de que a Dios le importamos, somos suyos, estamos en sus manos. La adhesión a Jesús es adhesión al Padre.
La Palabra del evangelio nos apremia a que nuestra fe no sea teórica, sino viva. Esto supondrá estar vigilantes para que en nuestra vida no nos ajustemos a los criterios de nuestra sociedad. Si creemos que Jesús es nuestro pastor, o nos convertimos en pastores con olor a oveja y defensores de la humanidad o no somos de Jesús.

Jesús y los suyos:
El Padre se los confió, los conoce, les habla, les da vida eterna, se da por ellos. Jesús se entrega hacia ellos, pero también los suyos le corresponden con la escucha y el seguimiento. Escucha y seguimiento dos actitudes claves que definen a un discípulo.

El Padre y Jesús:
El Padre le confía todo a su Hijo. El Hijo confía plenamente en el Padre. En las manos del Padre nadie corre riesgo, porque es un Padre. La unidad entre el Padre y el Hijo es tal que los intereses de uno son del otro, el cuidado de los suyos es la pasión que los convoca, dar la vida es su estilo de vivir.


Jesús mío, pastor divino, tú que vigilas con un amor tan tierno el rebaño que has elegido, dígnate mirar con compasión a una oveja joven y débil, que viene a implorar tu ayuda. Vuelve hacia mí esos ojos tan dulces, enséñame: soy un pobre niño sin experiencia: no sé nada, Dios mío, no sé nada, excepto que quiero amarte y servirte; Así que enséñame a servirte y amarte, porque es todo lo que deseo en la tierra”. (El escolar instruido por Jesucristo, Cap. 1º)

Bajando los montes me ves, Pastor fiel.
Conoces mis manos, conoces mis pies.
Cautivo en mis miedos, me pierdo de ti,
puerta siempre abierta de un sólo redil.

Contigo a mi lado ya no temo más;
por verdes praderas me llevas a andar.
Confío mi vida, enséñame a amar.
Firme es tu cayado, camino de paz.

Dame tu alegría, Señor, toma mis temores.
Guía tú mi senda, Buen Pastor.
Lléname de vida; reconozco hoy tu voz.

Cada vez que llamas te escucho, Pastor:
“Sigue mis pasos: justicia y amor”.
Los cercos se abren, Liberador.
Dame tu alegría, Señor, cárgame en tus brazos.
Guía tú mi senda, Buen Pastor;
lléname de vida, reconozco hoy tu voz.