Nuestra Señora de Fátima – Santa María Mazzarello

Hechos 11, 19-26  
Salmo 86, 1-7 

Se celebraba entonces en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno y Jesús se paseaba por el Templo, en el Pórtico de Salomón.
Los judíos lo rodearon y le preguntaron: ¿Hasta cuándo nos tendrás en suspenso? Si eres el Mesías, dilo abiertamente.
Jesús les respondió: Ya se lo dije, pero ustedes no lo creen. Las obras que hago en nombre de mi Padre dan testimonio de mí, pero ustedes no creen, porque no son de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos.
Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos y nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre. El Padre y yo somos una sola cosa.

En primer lugar, las ovejas escuchan la voz del pastor. La iniciativa viene siempre del Señor; todo parte de su gracia: es Él que nos llama a la comunión con Él. Pero esta comunión nace si nosotros nos abrimos a la escucha; si permanecemos sordos no nos puede dar esta comunión. Escuchar significa disponibilidad, docilidad, tiempo dedicado al diálogo. Hoy estamos abrumados por las palabras y por la prisa de tener que decir o hacer algo siempre…¡Cuánto cuesta escucharse! ¡Escucharse hasta el final, dejar que el otro se exprese, escucharse en familia, escucharse en la escuela, escucharse en el trabajo, e incluso en la Iglesia! Pero para el Señor sobre todo es necesario escuchar. Él es la Palabra del Padre y el cristiano es hijo de la escucha, llamado a vivir con la Palabra de Dios al alcance de la mano. Preguntémonos hoy si somos hijos de la escucha, si encontramos tiempo para la Palabra de Dios, si damos espacio y atención a los hermanos y a las hermanas. Si sabemos escuchar hasta que el otro se pueda expresar hasta el final, sin cortar su discurso. Quien escucha a los otros sabe escuchar también al Señor, y viceversa. Y experimenta una cosa muy bonita, es decir que el Señor mismo lo escucha: nos escucha cuando le rezamos, cuando confiamos en Él, cuando lo invocamos.

Escuchar a Jesús se convierte así en el camino para descubrir que Él nos conoce. Este es el segundo verbo, que se refiere al buen pastor: Él conoce a sus ovejas. Pero esto no significa sólo que sabe muchas cosas sobre nosotros: conocer en sentido bíblico quiere decir también amar. Quiere decir que el Señor, mientras “nos lee dentro”, nos quiere, no nos condena. Si lo escuchamos, descubrimos esto, que el Señor nos ama. El camino para descubrir el amor del Señor es escucharlo. Entonces la relación con Él ya no será impersonal, fría o de fachada. Jesús busca una cálida amistad, una confidencia, una intimidad. Quiere donarnos un conocimiento nuevo y maravilloso: el de sabernos siempre amados por Él y por tanto nunca dejados solos a nosotros mismos. Estando con el buen pastor se vive la experiencia de la que habla el Salmo: «Aunque pase por valle tenebroso, ningún mal temeré, porque tú vas conmigo» (Sal 23,4). Sobre todo, en los sufrimientos, en las fatigas, en las crisis que son la oscuridad: Él nos sostiene atravesándolas con nosotros. Y así, precisamente en las situaciones difíciles, podemos descubrir que somos conocidos y amados por el Señor…

Finalmente, el tercer verbo. Las ovejas que escuchan y saben que son conocidas siguen: escuchan, se sienten conocidas por el Señor y siguen al Señor, que es su pastor. Y quien sigue a Cristo, ¿qué hace? Va donde va Él, por el mismo camino, en la misma dirección. Va a buscar a quien está perdido (cfr. Lc 15,4), se interesa por quien está lejos, se toma en serio las situaciones de quien sufre, sabe llorar con quien llora, tiende la mano al prójimo, se lo carga sobre los hombros. ¿Y yo? ¿Me dejo solo amar por Jesús y del dejarse amar paso a amarlo, a imitarlo?

Que la Virgen Santa nos ayude a escuchar a Cristo, a conocerlo cada vez más y a seguirlo en el camino del servicio. (Papa Francisco)


MÁXIMA
Sigamos al buen Pastor


(Señor) dígnate mirar con piedad a estas jóvenes y débiles ovejas que has puesto bajo mi cuidado y que vienen conmigo a implorar tu ayuda. Vuelve hacia ellas tus dulces ojos. Conduce a estas pobres ovejas sedientas a las aguas que saltan hasta la vida eterna. Que ellas vayan ahí a apagar su sed. Que ellas beban de tu amor… Dales esa paz que los ángeles nos han prometido, esa paz de la inocencia y del arrepentimiento, que será para ellos la pregustación y anticipo de la paz inmortal que reservas para tus elegidos. (S. VII. 101)

Amanece, se levanta el sol.
Muy temprano comienza la entrega de amor.
Conduces a todos al valle mejor.
Eres fiel y paciente, eres Buen Pastor.

A lo lejos escucho tu voz.
Por mi nombre me llamas,
pues sabes quién soy,
conoces mis pasos, mi peregrinar.
Por prados y valles me llevas a andar.

Contigo nada me falta, Buen Pastor.
Vas conmigo, contigo yo voy.
Contigo nada me falta, Buen Pastor,
pues conoces mi nombre y mi voz.
Y aunque camine y me pierda
vendrás a mi encuentro,
en tus hombros me cargarás,
me dirás: “te amo más que a las demás”.

A lo lejos te veo venir.
Quisiera seguirte, vivir sólo en Ti.
Te entrego mis miedos, te entrego mi voz.
Conduce mi vida hacia tu corazón.


Santa MARÍA MAZZARELLO es la fundadora, con Don Bosco, de las Hijas de María Auxiliadora o Salesianas. La enfermedad del tifus que contrajo a los 23 años significó para ella una experiencia espiritual muy profunda, que la impulsó a abrir un taller de costura para enseñar a las chicas pobres del lugar el trabajo, la oración y el amor a Dios. En 1864 Don Bosco conoce la obra y posteriormente la anima a formar la congregación con sus colaboradoras.