María Auxiliadora

Hechos 16, 1-10
Salmo 99, 1-3. 5

Jesús dijo a sus discípulos: Si el mundo los odia, sepan que antes me ha odiado a mí. Si ustedes fueran del mundo, el mundo los amaría como cosa suya. Pero como no son del mundo, sino que yo los elegí y los saqué de él, él mundo los odia.
Acuérdense de lo que les dije: el servidor no es más grande que su señor. Si me persiguieron a mí, también los perseguirán a ustedes; si fueron fieles a mi palabra, también serán fieles a la de ustedes.
Pero los tratarán así a causa de mi Nombre, porque no conocen al que me envió.

Aunque no se entienda a primera vista, el hecho es quien ama a todos los humanos, y los ama siempre, por eso mismo se hace objeto y motivo de odio. Jesús les dejó a sus seguidores el extraño “mandamiento del amor a todos”. Y ahora nos damos cuenta de quien toma eso en serio y, por tanto, ama a todos de verdad, por eso mismo se hace motivo y objeto de odio. ¿Por qué? ¿Cómo se explica que el amor sin restricciones genere odio y la persecución?
Amar a todos los humanos. Y amarlos con todas sus consecuencias, es una opción en la vida, que lleva derechamente a soportar el odio de muchos. ¿Por qué? Porque el amor universal no soporta las desigualdades, los sufrimientos, las humillaciones, las privaciones de los derechos fundamentales de las personas. El mandato de Jesús sobre el amor universal lleva consigo soportar el odio, la persecución y la violencia de los más poderosos, de los ricos, de los causantes de las desigualdades y los sufrimientos. Amar a todos es ponerse de parte de quienes son menos apreciados, menos valorados, menos queridos. Por más extraño que parezca, lo que menos quieren los causantes del sufrimiento es que haya personas que creen seriamente en el Evangelio. Y personas, sobre todo, que estén dispuestas a aplicar las exigencias del Evangelio en la sociedad y en la vida de todos y para todos.

Todo esto supuesto, Una de las consecuencias más duras, que se sigue de este evangelio, es que la Iglesia y lo hombres de iglesia no hemos tomado suficientemente en serio el Evangelio. Cuando la Iglesia se ve bien aceptada por la sociedad, aceptada, pagada y privilegiada por los poderes públicos, tiene que preguntarse cómo y por qué es tan aceptada por quienes causan tanto dolor a los más débiles, a los más ignorantes, a los más pobres, y a los “sin papeles”. Cuando la Iglesia es privilegiada por la sociedad, nos está diciendo a gritos que no ama a quienes más sufren en la sociedad. Los poderes (políticos y económicos) que privilegian a la Iglesia no lo hacen eso por amor a la Iglesia. Lo hacen para taparle la boca a la Iglesia.


Desempeña tus funciones con gran celo y gran amor: ¡qué dicha y qué gloria para ti haber sido llamado a cuidar unas almas que Jesucristo N.S. ha rescatado al precio de su sangre!” (Al H. Émeric, 5 de junio de 1844)

Están surgiendo voces escondidas,
están amaneciendo otras verdades.
Se acercan con antorchas encendidas,
iluminando nuestras ciudades.

Son fruto de la paz y de las guerras,
son signo de incalculable valor.
Son hombres y mujeres de esta tierra,
son mis iguales, son lo que yo.

Alégrense los que creen en los demás,
los que se dejan por otros la piel.
Preocúpense los que acumulan bienestar,
los que buscan el poder.
Alégrense los que construyen la Verdad,
los que soñaron un mundo al revés.
Preocúpense los que no quieren dialogar,
los que no saben ceder.

Están subiendo porque somos Norte,
se están quedando porque “aquí es mejor”.
Entraron sin sellar el pasaporte,
pero trajeron su corazón.

No son testigos mudos, sin memoria;
ni son el lastre de nuestra inflación.
Son parte trascendente de la historia.
No son problema, son solución.

Alégrense los que creen en los demás,
los que se dejan por otros la piel.
Preocúpense los que acumulan bienestar,
los que buscan el poder.
Alégrense los que construyen la Verdad,
los que soñaron un mundo al revés.
Preocúpense los que no quieren dialogar,
los que no saben ceder.

Preocúpense, preocúpense
los que “son alguien”… preocúpense.
Preocúpense, preocúpense
los intachables… preocúpense.
Preocúpense, preocúpense
los que no lloran… preocúpense.
Preocúpense, preocúpense
los que atesoran… preocúpense.

Alégrense, alégrense,
los excluidos… alégrense.
Alégrense, alégrense,
los perseguidos… alégrense.
Alégrense, alégrense,
los que confían… alégrense.
Alégrense, alégrense,
los que se fían… alégrense.

Preocúpense los empresarios,
que pagan salarios de risa y de hiel.
Alégrense los voluntarios,
si son solidarios estén donde estén.
Preocúpense los puritanos,
que lavan sus manos cumpliendo la Ley.
Alégrense los compañeros,
que siempre estuvieron, con dudas o fe.
Alégrense los humanistas,
los gays, los artistas, la gente de bien…
Alégrense y hasta la vista,
y perdonen que insista… ustedes también.

Alégrense, alégrense, …


MARÍA, AUXILIO DE LOS CRISTIANOS: El primero que usó esta advocación fue San Juan Crisóstomo en el siglo IV. Hasta el siglo XIX, la devoción de María Auxiliadora se asoció fuertemente a la defensa militar de los bastiones católicos y ortodoxos en Europa, el norte de África y Medio Oriente frente a los pueblos no cristianos, muy especialmente los musulmanes. Se hizo popular con la batalla de Lepanto en 1582, donde la flota cristiana venció definitivamente al ejército musulmán, atribuyéndose el triunfo a su intercesión. Por eso el Papa Pío V ordenó que en todo el mundo católico se rezara la jaculatoria: «María auxiliadora, ruega por nosotros«. Durante el cautiverio de Pío VII, ordenado por napoleón, el Papa prometió a la Virgen, que, si lograba la liberación, declararía solemnidad la fiesta de María, Auxilio de los Cristianos. Liberado, llegó a Roma el 24 de mayo de 1814, por eso ese día lo consagró a la fiesta de la Virgen. Más adelante fue San Juan Bosco quien popularizó aún más esta devoción; sus religiosos y religiosas la llevaron a todo el mundo, creando numerosos santuarios dedicado a esta advocación.