San Felipe Neri – Santa Mariana de Jesús Paredes

Hechos 16, 11-15  
Salmo 149, 1-6a.9b  

Jesús dijo a sus discípulos: Cuando venga el Paráclito que yo les enviaré desde el Padre, el Espíritu de la Verdad que proviene del Padre, él dará testimonio de mí.
Y ustedes también dan testimonio, porque están conmigo desde el principio. Les he dicho esto para que no se escandalicen.
Serán echados de las sinagogas, más aún, llegará la hora en que los mismos que les den muerte pensarán que tributan culto a Dios. Y los tratarán así porque no han conocido ni al Padre ni a mí.
Les he advertido esto para que cuando llegue esa hora, recuerden que ya lo había dicho.
No les dije estas cosas desde el principio, porque yo estaba con ustedes.

El Espíritu, que Jesús nos envía, nos ayuda a no perder nunca la confianza y a mantenernos en el camino de la Verdad. Muchos pueden ser los problemas, pero quien se deja guiar por el Espíritu, camina seguro por las sendas marcadas por Jesús.

Si estudiamos la historia vemos que, muchas veces, ‘hombres de iglesia’ creyeron ser guiados por él, y, sin embargo, viendo las consecuencias, queda en evidencia que era otro espíritu muy diferente el que los movía.
Cuando hay violencia, injusticias y abusos, ¡no está Dios!
Cuando no hay perdón y la venganza es la que impera, ¡no está Dios!
Cuando quedamos anclados en el pasado, soñando un mundo que ya no existe, ¡no está Dios!
Cuando abrigamos deseos de exclusividad, de privilegios, de descarte de los otros, ¡no está Dios!
Cuando nos encerramos en nosotros mismos para gozar de la vida, sin importar la suerte de los demás, ¡no está Dios!
El Espíritu de Dios no inspira la división, la revancha, la exclusión.
Es el espíritu del mal quien nos confunde y nos hace generar proyectos que parecen la mar de buenos, pero donde siempre alguien sale perdiendo, alguien sufre, alguien queda fuera.

¡Envíanos, Señor, tu Espíritu y renuévanos!


MÁXIMA
Jesús nos envía su espíritu


El Espíritu Santo que se hace sentir en el fondo de sus corazones con una fuerza particular en estos días de gracia y de recogimiento, les inspira estrechar los lazos dichosos que ya los unen a Jesucristo y renovar la promesa que le han hecho de tomarlo como su herencia y su cáliz. (Sermones VIII p. 2368)

Sopla, Señor, te lo pido;
quédate esta noche en mi alma,
pues sólo tu amor y abrigo
me darán consuelo y calma.

Sopla Señor, sopla fuerte,
envolveme con tu brisa
y en tu Espí­ritu renovame;
hazme libre en tu sonrisa.

A pesar de mis caí­das
hazme fiel a tus promesas,
Sopla, Señor, en mi vida
y arrancame esta tristeza.

Sopla, sopla, Señor, tu grandeza,
sopla, hazme fiel en mi pobreza, sopla…

Sopla, Señor, en mi oído,
sopla fuerte, arranca el miedo,
pues sin Ti me hallo perdido,
sin tu luz me encuentro ciego.

Sopla, Señor, hazte viento
y bautí­zame en tu nombre.
Llámame a servir Maestro,
hazme fiel entre los hombres.

Toma mi vida en tus manos,
mis sueños, mi amor, mi todo,
mi cansancio, mis pecados
y moldéame a tu modo.

Sopla y bautí­zame en tu brisa,
sopla, renovame en tu sonrisa, sopla.

Sopla, Señor, tu caricia
por sobre mis sentimientos.
Que sea el ángel de tu brisa
quien obre en todo momento.

Sopla Señor, hazte canto,
pon tu palabra en mis manos,
en ellas tu Providencia
y bendice a mis hermanos.

Quiero ser de tu árbol, rama,
fruto nuevo de tu cielo,
que madure en tu palabra
como un ave en pleno vuelo.

Sopla y bautí­zame en tu brisa,
sopla, renovame en tu sonrisa, sopla.    


MARIANA DE JESÚS PAREDES (1618-1645) fue una laica ecuatoriana conocida como la ‘Azucena de Quito’. Dos veces intentó entrar a un convento, pero las dos veces surgieron problemas que se lo impidieron. Eso le hizo pensar que no iba por ahí la voluntad de Dios. Por eso, en la casa de una de sus hermanas, edificó una ermita y allí vivió el resto de su corta vida, dedicada a la oración, la penitencia y el servicio a los pobres. Es considerada patrona de Ecuador. Fue canonizada por el papa Pío XII en 1950

FELIPE NERI (1515-1595) Nació en Florencia. Pero después de tener una experiencia mística a los 17 años, se marchó a Roma, donde estudió y fue ordenado sacerdote. Se dedicó al apostolado y al servicio de los más pobres. Tenía gran sentido del humor y por su simpatía se hizo amigo de obreros, empleados, vendedores y niños de la calle. Pasaba muchas horas de día enseñando catecismo a los niños, visitando enfermos y confesando. Quiso ser misionero jesuita, pero pronto descubrió que su misión estaba en Roma. Fundó la congregación del Oratorio.