San Agustín de Canterbury

Hechos 16, 22-34 
Salmo 137, 1-3.7c-8  

Jesús dijo a sus discípulos:
Ahora me voy al que me envió, y ninguno de ustedes me pregunta: ¿A dónde vas? Pero al decirles esto, ustedes se han entristecido.
Sin embargo, les digo la verdad: les conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a ustedes. Pero si me voy, se los enviaré. Y cuando él venga, probará al mundo dónde está el pecado, dónde está la justicia y cuál es el juicio. El pecado está en no haber creído en mí. La justicia, en que yo me voy al Padre y ustedes ya no me verán. Y el juicio, en que el Príncipe de este mundo ya ha sido condenado.

Cuando el líder de un grupo se va, desaparece, a veces los miembros del grupo se quedan desorientados, no saben qué hacer. Les falta la palabra que les indicaba hacia dónde caminar, a dónde dirigirse, que les señalaba el camino y los pasos que tenían que dar.

Es evidente que separarse del estilo de vida aprendido junto a Jesús comporta para los discípulos un sufrimiento; de algún modo la tristeza les ha llenado el corazón. Jesús intenta disipar esta tristeza, causada por la disminución de su presencia, pues lo último que quiere es que nos convirtamos en niños dependientes… No hay razón para la tristeza de sus discípulos, pues no estarán solos, el Espíritu los ayudará en el camino, pero no les evitará tomar sus propias decisiones. El Espíritu los hará firmes en el amor, pero no les dará soluciones prefabricadas. El Espíritu no les dictará un código de normas que se aplique de forma automática. Ellos serán los que tendrán que buscar el camino y tendrán que buscar soluciones y respuestas a los nuevos problemas que se irán encontrando. (Cf Boosco.org)

No estamos solos. El Espíritu de Dios nos alienta y guía desde adentro. Hagamos un poco de silencio, dejemos de hacer tanto ruido y escuchemos su voz. Como Elías lo experimentó en la montaña, Él no habita en el fuego devorador, ni en la tempestad altisonante, ni en el estruendo del terremoto. En la brisa suave de su Espíritu, en el silencio acogedor, allí se manifiesta para marcarnos el camino.


MÁXIMA
El Espíritu nos guía


¡Descanse sobre ellos el Espíritu de Dios! ¡Qué promesa! El descanso del Espíritu del Señor sobre un alma es algo inefable. ¿Quién podrá comprender y narrar estos secretos del amor, estos misterios del cielo? ¡Un alma amada por el Espíritu de Dios! ¡Un alma que Él quiere enriquecer y adornar! ¡Un alma sobre la cual Él reposa! ¡Pobre alma mía! ¿Cuándo serás bautizada en el Espíritu Santo? ¿Cuándo derramará sobre ti sus luces, su paz, todas las riquezas de su gracia? Dejemos todo de lado y dirijámonos a Jesús: Es Él quien bautiza en el Espíritu Santo. (Carta a Bruté)

Ven, Espíritu de Dios,
inúndame de amor,
ayúdame a seguir.
Ven y dame tu calor,
quema mi corazón,
enséñame a servir.

Ven, Espíritu de Dios,
ven a mi ser, ven a mi vida.
Ven, Espíritu de Amor,
ven a morar, Maranathá!

Hoy la vida que me das,
te invoca en mi dolor,
y clama: Ven Señor.
Ven y cambia mi existir,
transforma mi penar
en glorias hacia Ti.