Ascensión del Señor

Hechos 1, 1-11
Salmo 46, 2-3.6-9
Efesios 1, 17-23 o bien Hebreos 9, 24-28; 10, 19-23

Jesús dijo a sus discípulos: Así está escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto. Y yo les enviaré lo que mi Padre les ha prometido. Permanezcan en la ciudad, hasta que sean revestidos con la fuerza que viene de lo alto.
Después Jesús los llevó hasta las proximidades de Betania y, elevando sus manos, los bendijo. Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo.
Los discípulos, que se habían postrado delante de él, volvieron a Jerusalén con gran alegría, y permanecían continuamente en el Templo alabando a Dios.

Hoy debemos tener muy presente la oración que hace Pablo en la segunda lectura. Es muy profunda y nos da la clave de toda vida espiritual. «Que el Dios del Señor nuestro Jesucristo, el Padre de la gloria, nos dé espíritu de revelación para conocerlo; ilumine los ojos de nuestro corazón para que comprendamos cual es la esperanza a la que nos llama…».

No pide inteligencia, sino espíritu de revelación. No pide una visión sensorial penetrante, sino que ilumine los «ojos» del corazón. El verdadero conocimiento no viene de fuera, sino de la experiencia interior. El conocimiento de Dios que adquirimos por los sentidos o por la razón no sirve de nada. Ni teología, ni normas morales, ni ritos sirven de nada si no nos llevan a la experiencia interior y no van acompañados de una vida entregada a los demás. San Ignacio de Loyola nos dirá: no el mucho saber llena y satisface el alma sino el sentir y gustar de las cosas internamente. De esto se trata conocer a Jesucristo, según Pablo.
Hemos llegado al final del tiempo pascual. La ascensión es una fiesta de transición que intenta recopilar todo lo que hemos celebrado desde el Viernes Santo.

Lucas, en su evangelio, pone todas las apariciones y la ascensión en el mismo día. En cambio, en los Hechos habla de cuarenta días de permanencia de Jesús con sus discípulos. Al no dar importancia a esa aparente contradicción, quiere decir que para él no tenía ninguna importancia el tiempo cronológico. La narración que nos ofrece Lucas es deudora de la concepción del mundo que tenían en ese momento, de allí conceptos como arriba, abajo, subida al cielo, descenso, sentarse a la derecha, etc. Cambiar la mente de las personas, sobre todo en temas religiosos, es mucho más difícil de lo que imaginamos.

Una cosa fue la predicación y la acción de Jesús terreno y otra muy distinta la tarea que tiene que acometer la comunidad, después de atravesar la experiencia pascual. El telón de fondo es el mismo, el Reino de Dios vivido y predicado, pero a los primeros cristianos le llevó tiempo.

En el caso de Jesús y en el de los apóstoles, el verdadero motor es el Espíritu. Con esa misma «fuerza de lo alto», nosotros tenemos que continuar la obra de Jesús: vivir la misma realidad y ser testigos de ella. Resurrección, ascensión, sentarse a la derecha de Dios, envío del Espíritu son todas realidades pascuales. En todas ellas queremos expresar la misma verdad: el final de «este Hombre» Jesús, no fue la muerte sino la Vida. El misterio pascual es tan rico que no podemos abarcarlo con una sola imagen, por eso tenemos que desdoblarlo para ir analizándolo por partes y poder digerirlo.

Celebramos hoy un acontecimiento teológico que se está dando en este momento, al igual que se dio en el instante de morir Jesús. Los tres días para la resurrección, los cuarenta días para la ascensión, los cincuenta días para la venida del Espíritu, no son tiempos cronológicos sino teológicos. Nos dicen la manera de ser de Dios, no el tiempo en que actúa.

La Ascensión nos hace reflexionar sobre un aspecto del misterio pascual. Se trata de descubrir que la posesión de la Vida por parte de Jesús es total. Participa de la misma Vida de Dios y, por lo tanto, está en lo más alto del «cielo».

Nuestra meta, como la de Jesús, es ascender hacia el Padre. Esa ascensión no puedo hacerla a costa de los demás, sino sirviendo a todos; ni pasando por encima de los demás, pues así no asciendo, sino que desciendo. Servir es ascender, no hacerlo es descender. Como Jesús, la única manera de alcanzar la meta es descendiendo hasta lo más hondo. El que más bajó, es el que más alto ha subido. El entender la subida como física es una trampa muy atrayente.

Los dirigentes judíos prefirieron un Jesús muerto. Nosotros preferimos un Jesús en el cielo. En ambos casos sería una estratagema para quitarlo de en medio. Descubrirlo en de mí y en los demás es la clave.
Mucho más cómodo es seguir mirando al cielo… y no sentirnos implicados en lo que está pasando a nuestro alrededor. (Ideas de Fray Marcos)

Jesús y sus discípulos:
Jesús siempre fue claro y frontal con los suyos. Nunca les ocultó la verdad, aunque no siempre supieron comprenderlo. Hoy, a punto de desaparecer de su vista, no es la excepción. Vuelve a recordarles lo que pasó y les anuncia lo que pasará en y desde Jerusalén. Ellos vuelven gozosos a la ciudad y viven en actitud de alabanza, después de haberse postrado ante su Señor. Se han convertido en testigos del acontecimiento Jesús.
Tu experiencia de encuentro con Jesús, ¿te ha convertido en su testigo?


La fiesta de la ascensión de nuestro Señor, mis queridos hijos, es uno de los más solemnes del año: Jesucristo asciende al cielo para ser nuestro abogado ante su Padre y nuestro pontífice presente delante del trono de Dios. Él intercede continuamente por nosotros, como por sus hermanos, según la expresión del apóstol, y nunca deja de comunicarnos sus gracias y sus méritos, para hacernos dignos de morar un día con él en esta inaccesible morada de Dios, de la cual merecíamos ser excluidos para siempre. Entonces, mis queridos hijos, el triunfo de Jesucristo es nuestro triunfo; y debemos entregarnos a las expresiones de la alegría más vivas al ver abiertas esas puertas eternas, cerradas a la desdichada posteridad de Adán y que se levantan hoy para dejar entrar al Rey de gloria y a quienes lo acompañan, es decir, las almas de los justos que han muerto desde el origen del mundo. (Sermón sobre la Ascensión)

Los convocó antes de despedirse.
Les dijo: “Vean, la escritura se cumplió:
Ahora en mi nombre anunciarán a todo el mundo
la Buena Nueva de perdón y conversión.

Son los testigos del poder que se me ha dado.
En cielo y tierra tengo toda autoridad.
Les enviaré a quien mi Padre ha prometido
y revestidos con su fuerza,
mi reinado anunciarán.

Nuevos discípulos harán por todo el mundo,
el evangelio del perdón, predicarán,*
y enseñarán a amar según el mandamiento
y quien crea y se bautice, salvación encontrará.

Quien crea en mí podrá vencer demonios
y por mi gracia nuevas lenguas hablará;
y ni el veneno de serpientes le hará daño
y a quienes impongan sus manos sanarán.

Confíen en mí, yo estaré con ustedes
todos los días hasta que llegue el final.
Y bendiciéndolos subió hasta el mismo cielo
donde se sienta glorioso a la derecha de Dios.

Ellos ahí miraban fijo al cielo,
viendo las nubes que cubrían al Señor,
mas su presencia no se ha ido de nosotros
porque su Espíritu y su gracia nos dejó.

¿Qué haces ahí mirando para el cielo?
¡Oye discípulo, que el reino hay sembrar!
Eres Iglesia, sal y luz, cuerpo de Cristo,
que animado por su gracia debes evangelizar.