San Carlos Lwanga y compañeros mártires

Hechos 20, 17-27  
Salmo 67, 10-11.20-21  

Jesús levantó los ojos al cielo y dijo: Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti. Y que según el poder que le has dado sobre toda carne, dé también vida eterna a todos los que tú le has dado.
Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo.
Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar.
Ahora, Padre, glorifícame tú, junto a ti, con la gloria que tenía a tu lado antes que el mundo fuese.
He manifestado tu Nombre a los hombres que tú me has dado tomándolos del mundo. Tuyos eran y tú me los has dado; y han guardado tu Palabra.
Ahora ya saben que todo lo que me has dado viene de ti; porque las palabras que tú me diste se las he dado a ellos, y ellos las han aceptado y han reconocido verdaderamente que vengo de ti, y han creído que tú me has enviado.
Por ellos ruego; no ruego por el mundo, sino por los que tú me has dado, porque son tuyos; y todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío; y yo he sido glorificado en ellos.
Yo ya no estoy en el mundo, pero ellos sí están en el mundo y yo voy a ti.

Las lecturas de hoy hablan de despedidas. En la de los hechos, Pablo se despide de los cristianos de Éfeso para siempre. Les dice: “Sé que ustedes no volverán a verme” y teme por lo que le pueda pasar a esa comunidad. Jesús en el evangelio también se está despidiendo. Sabe que le ha llegado la hora del sacrificio y del adiós. Y tiene miedo por sus discípulos que quedan en el mundo. Pablo habla de ‘lobos rapaces’ que se meterán en la comunidad y la depredarán. Seguramente Jesús teme por ellos, por su fidelidad, su constancia en la fe.

El papa Francisco comentaba el 19 de mayo de 2015:
Jesús se despide, Pablo se despide; y esto nos ayudará a reflexionar sobre nuestras despedidas. En nuestra vida hay muchas despedidas: Las hay pequeñas -se sabe que vuelvo, hoy o mañana- y hay grandes despedidas, en que no se sabe cómo acabará ese viaje… La vida está llena de despedidas y hay mucho sufrimiento, muchas lágrimas en algunas situaciones… Estas grandes despedidas de la vida, también la última, no se resuelven diciendo ‘hasta luego, hasta pronto, adiós’…
Pablo y Jesús, los dos, en estos pasajes realizan una especie de examen de conciencia: ‘Yo he hecho esto, esto y esto’… Me hace bien imaginarme ese momento, que no se sabe cuándo será, en el que el ‘nos vemos’, ‘hasta pronto’, ‘hasta mañana’ o ‘hasta la vista’ se convertirán en un adiós definitivo. ¿Estoy preparado para confiar a Dios a todos los míos? ¿Para confiarme yo mismo a Dios?”


Pero la despedida de Jesús es para hacerse presente de otro modo, en su Espíritu, caminando desde el corazón de cada discípulo. Él está con nosotros, seguirá siendo siempre ‘Emmanuel’, el Dios con nosotros, el que ayuda y transforma desde dentro, el que está más cerca de nosotros que nosotros mismos, como decía San Agustín. La lectura nos invita a vivir en la intimidad de Dios, a una experiencia de encuentro personal con él en el silencio, en la introspección, en el acallar los ruidos externos.


MÁXIMA
Jesús está en nosotros


Hijo mío, tú me posees entero; posees este cuerpo que ha sido clavado en la cruz para tu salvación; mi sangre fluye por tus venas; Mi divinidad está en ti corporalmente. He venido a tu alma para curar las heridas, para reparar las ruinas, para darte la garantía de la gloria futura y la inmortalidad dichosa. Hijo mío, no dudes en darme tu corazón, ese corazón tan pobre, tan desprovisto de fuerza y virtudes; Quiero llenarlo con mi paz, mi luz y mi sabiduría. (Acción de gracias, después de la comunión)

Con Él estuve sin saber
que era el mismo que me acompañó
aquella tarde que pensé
que muy sola estaba yo.
Y caminaba sin pensar
que el Rey del cielo a mi lado va.
Entonces Él me habló
y fuego ardió en mi corazón.

Si puedes verme aquí estaré.
Si abres los ojos de la fe
y al caminar sin dudar
tus pasos no tropezarán.
Y si hay un monte frente a ti
no pienses nunca en desistir.
Contigo ayer caminé,
caminaré contigo hoy.

Pasaron años desde que lo vi
y así muy lejos de su amor yo fui.
Y rechazando su voz,
caminé sola bajo el sol.
Mas cuando lo necesité
me preguntaba si Jesús estaba allí.
Entonces Él me habló
y fuego ardió en mi corazón.


CARLOS LWANGA (1860-1886) fue un joven católico ugandés educado por los Padres Blancos. Había nacido en el reino de Buganda, en la parte sur de la moderna Uganda, y sirvió como paje en la corte del rey Mwanga II. El rey comenzó una severa campaña para que los cristianos, recién convertidos por los Padres Blancos, abandonaran su fe y ejecutó a anglicanos y católicos entre 1885 y 1887. Muchos de ellos eran funcionarios de la corte del rey o muy cercanos a él, como es el caso de Lwanga. Después de una masacre de anglicanos perpetrada en 1885, Joseph Mukasa, líder de la comunidad católica, reprochó al rey su acción. Mwanga decapitó a Mukasa y detuvo a todos sus seguidores. Lwanga asumió las funciones de Mukasa, bautizando en secreto a los catecúmenos. Carlos y otros 11 católicos fueron quemados vivos el 3 de junio. Otro católico, Mbaga Tuzinde, fue golpeado hasta la muerte por negarse a renunciar al cristianismo.​ Al parecer, una de las razones que exasperaron al rey contra los cristianos fue su negativa a participar en actos sexuales con él, habituales en la corte. Carlos Lwanga y sus 21 compañeros fueron canonizados en 1964 por el papa Pablo VI. Aunque los mártires anglicanos no fueron canonizados, su martirio fue también reconocido por el papa. En Namugongo existe la Basílica de los Mártires de Uganda consagrada a todos los mártires ejecutados por orden de Mwanga II.