Santos Marcelino y Pedro, mártires

Hechos 19, 1-8  
Salmo 67, 2-5ac.6-7ab  

Los discípulos le dijeron a Jesús: Por fin hablas claro y sin parábolas. Ahora conocemos que tú lo sabes todo y no hace falta hacerte preguntas. Por eso creemos que tú has salido de Dios.
Jesús les respondió: ¿Ahora creen? Se acerca la hora, y ya ha llegado, en que ustedes se dispersarán cada uno por su lado, y me dejarán solo. Pero no, no estoy solo, porque el Padre está conmigo.
Les digo esto para que encuentren la paz en mí. En el mundo tendrán que sufrir; pero tengan valor, yo he vencido al mundo.

“Yo he vencido al mundo” nos dice Jesús. Esa debe ser nuestra certeza en la lucha diaria, cuando todo va bien y cuando todo parece salir al revés; cuando las fuerzas de la juventud nos acompañan y cuando los años pesan y el cansancio arrecia; en tiempos soleados y en los grises días de invierno; cuando el éxito corona nuestras actividades y cuando nada sale como lo hemos previsto y parece que los elementos se alinean para boicotearnos.
Dios siempre está, siempre acompaña, siempre camina con nosotros. “Yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo» dice Jesús en Mateo 28,20.

Pero no camina por nosotros. Ni tampoco nos saca el sufrimiento inherente a la existencia. Jesús lo dice claramente: “En el mundo tendrán que sufrir”. Dios no es un solucionador de problemas, no es el recurso mágico al alcance de algunas oraciones, no es empleado nuestro. Lo nuestro es decir como María “He aquí la servidora del Señor”.

Pero si nos ponemos en sus manos, encontraremos la paz en él, esa paz profunda que no se incomoda por los vientos de superficie. “Nada te turbe, nada te espante. Todo se pasa. Dios no se muda. La paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene nada le falta: Sólo Dios basta”.


MÁXIMA
“Ánimo, yo he vencido al mundo”


Sé un hombre de fe y todos los pensamientos que te agitan tan penosamente desaparecerán, gozarás de paz y te afianzarás cada vez más en tu santa vocación. (Carta al H. Edmond-Marie, 9 de mayo de 1853)     

Desperté y una voz de amor
me llenó el alma y me consoló.
Secó todas mis lágrimas.
Me dijo: «No mires atrás;
sólo sígueme, siempre aquí estaré».

Jesús, Tú eres mi paz,
esa paz que el mundo no da.
Por mucho tiempo la busqué
mas no la hallé.
Jesús yo sólo en Ti la encontré.

Oh, oh, oh, oh, oh, oh, oh
Oh, oh, oh, oh, oh, oh, oh
Oh, sólo en Ti la encontré.


MARCELINO y PEDRO fueron dos cristianos martirizados en el año 304, durante la persecución del emperador Diocleciano. Para evitar la veneración se los asesinó ocultamente en un bosque, pero sus cuerpos fueron rescatados y enterrados en una catacumba. El Papa San Dámaso escribió sobre ellos, contando que enseguida se popularizó su devoción. En el Canon de la Misa se los nombra.Ellos representan a tantos otros que murieron en los primeros siglos por creer en Jesús y que a veces, por estar tan lejanos en el tiempo, no valoramos suficientemente. Su sangre fue semilla de nuevos e innumerables cristianos. Fueron los atletas que corrieron y entregaron el testimonio, sin pensar en las consecuencias personales que eso les acarreaba.