San Francisco Caracciolo

Hechos 20, 28-38  
Salmo 67, 29-30.33-36c  

Jesús levantando los ojos al cielo exclamó: Padre santo, cuida en tu Nombre a aquellos que me diste, para que sean uno, como nosotros.
Mientras estaba con ellos, cuidaba en tu Nombre a los que me diste; yo los protegía y no se perdió ninguno de ellos, excepto el que debía perderse, para que se cumpliera la Escritura.
Pero ahora voy a ti, y digo esto estando en el mundo, para que mi gozo sea el de ellos y su gozo sea perfecto.
Yo les comuniqué tu palabra, y el mundo los odió porque ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.
No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del maligno. Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.
Conságralos en la verdad: tu palabra es verdad.
Así como tú me enviaste al mundo, yo también los envío al mundo.
Por ellos me consagro, para que también ellos sean consagrados en la verdad.

hoy encontramos a Jesús rezando al Padre por sus amigos, los discípulos. Desde el inicio de su misión apostólica ha caminado junto a ellos, ha compartido largas horas de caminatas, charlas y han sido los principales destinatarios de su mensaje: Nadie como ellos han visto y escuchado lo que Jesús ha dicho y hecho. Jesús ha depositado en ellos toda su confianza y no quiere dejarlos solos. Por eso intercede ante el Padre y los confía a su protección.

Este hermoso gesto de amistad manifiesta cuánto ama Jesús a sus discípulos. Desea que ellos tengan la misma experiencia de amor y unidad que Él tiene con el Padre: “Que mi gozo sea el de ellos”.
Pero hay algo más grande aún: Jesús les comparte la misma misión que el Padre le ha dado. Jesús quiere que sus discípulos sean sus testigos por todo el mundo: “Como tú me enviaste al mundo, yo también los envío al mundo”. Esto expresa la gran confianza que tiene en sus discípulos.

Jesús, que ha experimentado las dificultades que provoca la misión y conoce los fracasos, las traiciones, sabe que sus discípulos también pasarán por pruebas parecidas. En su oración al Padre, para que los libre del maligno, manifiesta la absoluta confianza que tiene en su Padre. Sabe que todo está en sus manos y nada, ni nadie le arrebatará al Padre ninguno de sus hijos e hijas. (Jn 10, 29).

Como Jesús pidamos unos por otros para que podamos realizar la misión encomendada. Somos un cuerpo para la misión. No estamos llamados a hacerlo todo solos, sino que somos parte de un cuerpo, donde cada uno tiene un papel importante. No somos profetas solitarios, sino una comunidad unida en la fe y en la misión, que se apoya y crece en la colaboración.


MÁXIMA
Oremos unos por otros


Cuando pienso en los peligros que los amenazan, las seducciones de todo tipo de las cuales estarán rodeados; cuando recuerdo que sólo quien persevere hasta el fin se salvará, y al mismo tiempo considero su superficialidad, su inconstancia, su debilidad, mi alma se conmueve y se abate. Pobres hijos, me gustaría que pudiéramos estar constantemente con ustedes para protegerlos, prevenir sus caídas, defenderlos contra los enemigos de su seguridad y su bien. Pidan en este momento todas las gracias que necesitan para perseverar en la virtud y en su amor; él no puede negarles nada”. (Acción de gracias. SIII, 130)

Te suplicamos, Señor,
que manifiestes tu bondad,
salva a todos cuantos sufren
la mentira y la maldad.
Ten piedad de los humildes,
y a los caídos levanta
hasta el lecho del enfermo
acerca tu mano santa.
Entra en la casa del pobre
y haz que su rostro sonría,
para el que busca trabajo
sé Tú, fuerza y compañía.

A la mujer afligida
dale salud y reposo,
y a la madre abandonada
un buen hijo generoso.
Encuéntrale Tú el camino
al hijo que huyó de casa;
al pescador perdido,
al vagabundo que pasa.
Que el rico te mire en cruz
y a sus hermanos regale;
que no haya odio ni envidias
entre tus hijos iguales.

Da al comerciante justicia,
al poderoso humildad;
a los que sufren paciencia
y a todos tu caridad.
Venga a nosotros tu Reino,
perdona nuestros pecados
para que un día seamos
con Cristo resucitados.
Tú Señor, que puedes esto
y mucho más todavía,
recibe nuestra alabanza
por Jesús y con María.


FRANCISCO CARACCIOLO (1563-1608) fue un sacerdote italiano, que se decidió por la consagración a Dios, después de haberse curado milagrosamente de la lepra. En Nápoles se unió a un grupo dedicado a atender a los presos. Junto con Juan Adorno fundo a los Clérigos Regulares Menores. Llevaba una vida intensa de oración. La gente lo llamaba el predicador de la misericordia de Dios, porque ese tema era una constante en su prédica. Falleció a los 44 años. Fue canonizado por Pío VII en 1807.