Nuestra Señora del Huerto


Génesis 21, 3.5.8-20
Salmo 33, 7-8.10-13

Cuando Jesús llegó a la otra orilla, a la región de los gadarenos, fueron a su encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros. Eran tan feroces, que nadie podía pasar por ese camino. Y comenzaron a gritar: ¿Qué quieres de nosotros, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí para atormentarnos antes de tiempo?
A cierta distancia había una gran piara de cerdos paciendo. Los demonios suplicaron a Jesús: Si vas a expulsarnos, envíanos a esa piara.
Él les dijo: Vayan.
Ellos salieron y entraron en los cerdos. Estos se precipitaron al mar desde lo alto del acantilado, y se ahogaron.
Los cuidadores huyeron y fueron a la ciudad para llevar la noticia de todo lo que había sucedido con los endemoniados.
Toda la ciudad salió al encuentro de Jesús y, al verlo, le rogaron que se fuera de su territorio.

El evangelio de hoy nos muestra cómo funcionamos los hombres, aun los que nos llamamos cristianos. Jesús es nuestro Señor y guía y nosotros sus fieles seguidores, hasta que nos toca algo que no es fácil compartir: el bolsillo. El dinero manda en nuestro mundo y a él sacrificamos muchas cosas, hasta la vida.

Cuando alguien es sanado o vuelve a sus cabales es motivo cierto de alegría. Y para los gerasenos era seguramente así. El tema aquí es que Jesús tocó sus intereses. El problema fueron los cerdos perdidos en el mar. Las dos personas liberadas no valían tanto como los cerdos, que aseguraban el bienestar de esa gente. Si Jesús la primera vez que los visitaba les ocasionó tamaña pérdida, lo mejor era que se retirase cuanto antes de la región.

Y no creamos que nosotros no haríamos lo mismo. Somos buenos hasta que nos tocan el bolsillo. Esa es una realidad, que a veces se vuelve trágica cuando la vida está en juego. ¿Qué estamos dispuesto a sacrificar por Jesús?


MÁXIMA
¿Qué harías por Jesús?


¿Estamos dispuestos a sacrificarnos por la Iglesia como Jesucristo se ha sacrificado por ella? ¿No tememos acaso que eso nos cueste demasiado? Y ¿no estamos, a menudo, paralizados por un secreto deseo de evitar todo lo que es penoso a nuestra naturaleza, de librarnos de todo lo que nos molesta, de no experimentar ninguna privación, ninguna contradicción demasiado dura…? (S.VIII, 2470)

Escucho mil voces a mi alrededor,
siluetas veloces, luces de neón.
Y escucho también tu invitación
a seguir tu voz para siempre.
Y en esta batalla ya sé
a quién mi lealtad le daré.

Escojo la vida que viene de ti.
Agarro tu mano y contigo hasta el fin.
Recorro sin miedo el sendero estrecho.
Si tú estás conmigo. quién pues contra mí.

Todos los sueños de mi corazón.
Los pongo Jesús en tus manos.
Salir adelante, hallar un amor,
sanar heridas del pasado.

Y me deleito, me deleito
en tu gran amor …