San Alfonso María de Ligorio

Levítico 23, 1.4-11.15-16.27.34b-37  
Salmo 80, 3-6b.10-11b  

Al llegar Jesús a su pueblo, se puso a enseñar a la gente en la sinagoga, de tal manera que todos estaban maravillados.
¿De dónde le viene -decían- esta sabiduría y ese poder de hacer milagros? ¿No es este el hijo del carpintero? ¿Su madre no es la que llaman María? ¿Y no son hermanos suyo Santiago, José, Simón y Judas? ¿Y acaso no viven entre nosotros todas sus hermanas? ¿De dónde le vendrá todo esto? Y Jesús era para ellos un motivo de escándalo.
Entonces les dijo: Un profeta es despreciado solamente en su pueblo y en su familia.
Y no hizo allí muchos milagros, a causa de la falta de fe de esa gente.

Cuando Jesús predica en la Sinagoga, enseguida sus enemigos lo menosprecian diciendo: pero, ¡este es el hijo de José, el carpintero, el hijo de María! ¡Nunca ha ido a la universidad! ¿Pero con qué autoridad habla? ¡No ha estudiado!
Tenemos una tentación que crece, crece y contagia a otros. Pensemos en un chismorreo, por ejemplo: yo tengo un poco de envidia de esa persona, de esa otra, y primero tengo envidia dentro, solo, pero es necesario compartirla y voy a otra persona y le digo: ‘¿Pero tú has visto a esa persona?’… y busca crecer y contagia a otro y a otro…
Este es el mecanismo del chismorreo y ¡todos nosotros hemos sido tentados de chismorrear! Esta es una tentación cotidiana. Pero comienza así, suavemente, como el hilo del agua. Crece por contagio y al final se justifica.
Estemos atentos cuando en nuestro corazón, sintamos algo que terminará por destruir a las personas. (Papa Francisco, 11 de abril de 2014)

Señor, es tan grande tu bondad y misericordia que absurdamente llego a «acostumbrarme» a ellas, perdiendo así la capacidad de maravillarme continuamente de la grandeza de tu amor. Tú siempre dispuesto A hacer grandes cosas en mi vida, yo distraído en lo pasajero. Por eso no quiero, no puedo y no debo dejar pasar más el tiempo sin seguir con confianza y valentía las inspiraciones de tu Espíritu Santo. Con tu ayuda, sé que lo voy a lograr.


MÁXIMA
No pongamos etiquetas


Que se tema por mí, es razonable, porque yo soy el más débil de todos los hombres; pero ir más lejos, es ir demasiado lejos; es faltar al mismo tiempo a la caridad y a la justicia. No digo esto por usted que me conoce y que me demuestra, en mis penas, tanto interés y amistad sincera; pero lo digo por otros cuya conducta hacia mí no ha sido, creo, lo que debería ser. ¡Dios no permita que guarde ningún recuerdo amargo de ello! Sólo hablo de ello porque es necesario explicarle mi posición del momento con respecto a algunas personas a quienes, sin embargo, amo mucho más de lo que ellas pueden pensar. (A Bruté de Rémur, 28-10-1835)

Necesito, hermano, que me digas: «puedo»
con las mismas ganas que lo digo yo.
Necesito, hermano, que nos encontremos
en una mirada, en una canción.

Y creo en vos y en mí, en mí y en vos,
en la complicidad de la ilusión.
No dejo de creer en vos y en mí,
en mí y en vos.

Llevo en la guitarra un amor urgente
que me da coraje con obstinación
La esperanza invicta me sostiene siempre
tan intensamente que no tengo opción

Y creo en vos y en mí, en mí y en vos
en la complicidad de la ilusión.
No dejo de creer en vos y en mí,
en mí y en vos.

Porque creo en todo lo que nos debemos,
porque creo en esta, nuestra rebelión,
de amorosa vida, de amorosa fuerza,
de amorosa rabia, de amoroso amor.

Y creo en vos y en mí, en mí y en vos,
en la complicidad de la ilusión.
No dejo de creer en vos y en mí,
en mí y en vos.


ALFONSO MARÍA DE LIGORIO (1696 – 1787) fue un sacerdote y obispo católico. Se lo considera un renovador de la moral de su tiempo. Es el patrono de los abogados católicos, de los moralistas y de los confesores. Estudió y ejerció como abogado hasta que renunció y decidió ser sacerdote. Vivió los primeros años de su sacerdocio con la gente «sin techo» y la juventud marginada de Nápoles. Atento a sus necesidades fundó las llamadas «Capillas del atardecer» organizadas por los propios jóvenes: lugares de oración, comunidad y escucha de las Sagradas Escrituras, donde también se prodigaban actividades sociales y de formación. En 1732 fundó a los Redentoristas. En 1762 fue nombrado obispo. Tuvo una vejez difícil y dolorosa. Fue incluso expulsado de su congregación, aunque revindicado después de su muerte. Fue canonizado en 1839.