Domingo 22º durante el año

Primera lectura: Eclesiástico 3, 17-18.20.28-29
Salmo 67, 4-5a.c.6-7b.10-11
Segunda lectura: Hebreos 12, 18-19.22-24

Un sábado, Jesús entró a comer en casa de uno de los principales fariseos. Ellos lo observaban atentamente. Al notar cómo los invitados buscaban los primeros puestos, les dijo esta parábola:
Si te invitan a un banquete de bodas, no te coloques en el primer lugar, porque puede suceder que haya sido invitada otra persona más importante que tú, y cuando llegue el que los invitó a los dos, tenga que decirte: «Déjale el sitio», y así, lleno de vergüenza, tengas que ponerte en el último lugar.
Al contrario, cuando te inviten, ve a colocarte en el último sitio, de manera que cuando llegue el que te invitó, te diga: “Amigo, acércate más», y así quedarás bien delante de todos los invitados.
Porque todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado.
Después dijo al que lo había invitado: Cuando des un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos te inviten a su vez, y así tengas tu recompensa. Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos. ¡Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos!

Jesús está comiendo, como invitado, en casa de uno de los principales fariseos de la región. Lucas nos indica que los fariseos no dejan de observarlo atentamente. Sin embargo, Jesús, se siente libre para narrar una parábola respecto a la actitud de los invitados que buscan los primeros puestos, e incluso, sugerirle al que lo ha convidado, a quiénes ha de invitar en adelante.

Pagola expresa: Es esta interpelación al anfitrión la que nos deja desconcertados. Con palabras claras y sencillas, Jesús le indica cómo ha de actuar: «No invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos». Pero, ¿hay algo más legítimo y natural que estrechar lazos con las personas que nos quieren bien? ¿No ha hecho Jesús lo mismo con Lázaro, Marta y María, sus amigos de Betania?

Al mismo tiempo, Jesús le señala a quiénes ha de invitar: «a los pobres, lisiados, cojos y ciegos». Los pobres no tienen medios para corresponder a la invitación. De los lisiados, cojos y ciegos, nada se puede esperar, además casi todos viven mendigando. Por eso, no los invita nadie. ¿No es esto algo normal e inevitable?

Jesús no rechaza el amor familiar ni las relaciones amistosas. Lo que no acepta es que ellas sean siempre las relaciones prioritarias, privilegiadas y exclusivas. A los que entran en la dinámica del reino de Dios buscando un mundo más humano y fraterno, Jesús les recuerda que la acogida a los pobres y desamparados ha de ser anterior a las relaciones interesadas y los convencionalismos sociales.

¿Es posible vivir de manera desinteresada? ¿Se puede amar sin esperar nada a cambio?
Estamos tan lejos del Espíritu de Jesús que, a veces, hasta la amistad y el amor familiar están mediatizados por el interés. No hemos de engañarnos. El camino de la gratuidad es casi siempre duro y difícil. Es necesario aprender cosas como estas: dar sin esperar mucho, perdonar sin apenas exigir, ser más pacientes con las personas poco agradables, ayudar pensando solo en el bien del otro.

Siempre es posible recortar un poco nuestros intereses, renunciar de vez en cuando a pequeñas ventajas, poner alegría en la vida del que vive necesitado, regalar algo de nuestro tiempo sin reservarlo siempre para nosotros, colaborar en pequeños servicios gratuitos.

Jesús se atreve a decir al fariseo que lo ha invitado: «Dichoso tú si no pueden pagarte». Esta bienaventuranza ha quedado tan olvidada que muchos cristianos no han oído hablar nunca de ella. Sin embargo, contiene un mensaje muy querido para Jesús: «Dichosos los que viven para los demás sin recibir recompensa. El Padre del cielo los recompensará».

Jesús y los fariseos
Es observado por ellos, ellos están atentos a sus movimientos, palabras y gestos. El observado también observa y les hace notar lo que no está bien. Jesús no calla sus observaciones, pero no se queda allí, sino que invita a ir más allá: invita a la mesa a aquellos que no podrán, aquí, recompensarte. Invita a la gratuidad, también a los fariseos.


¿Conoces la historia de esa buena persona que nos es desconocida, pero que en agradecimiento por los servicios que le había prestado mi padre, hace cincuenta años, ha pagado la multa de 2000 f. a la que Féli ha sido condenado? Este hombre, por lo que parece, se había embarcado en 1790 para pasar a Inglaterra. Naufragó en la zona de Saint Brieuc y de allí fue transportado enfermo al hospital de San Malo. Su cama se encontraba al lado de la de un pobre que le habló de mi familia, a la que él llamaba la providencia del país, y sin otra recomendación el náufrago se presentó en nuestra casa. Estábamos a la mesa, se le hizo sentar, se le prodigó toda clase de cuidados y tres meses después se marchó sin que desde entonces nosotros hayamos tenido noticias suyas. He aquí que lo encontramos hoy y quiere compartir la condena de mi hermano, cargando con la pena fiscal. Pero, Dios mío, no es esta condena la que más me aflige, aunque el gesto sea hermoso y conmovedor. (A Lucinière, 24-01-41)  

Quiero que mi casa no sea mía,
que digamos juntos:
“Ella es nuestra”.
Que esté pintada del color de la alegría
y que tenga sus ventanas bien despiertas.

Que tenga un caminito de piedritas,
que acoja con cariño al caminante,
y que el sol habite el patio y la cocina
y te invite a la esperanza al despertarte.

Que sea nuestra casa, casa amiga,
abierta a recogerte cuando pases,
con una mesa grande
y decidida a compartir el pan
y los pesares.

Que prenda por la noche lucecitas,
Que rompan con tus miedos a arriesgarte
y que todos los más pobres, las guagüitas,
respiren la confianza al quedarse.

Y que cuando se nos dé por distanciarnos
haya quien nos llame para conversar,
y nos demos el tiempo de perdonarnos,
echándonos de nuevo a caminar.

Todo empezó un día
al iniciar la universidad.
Cuando James supo
de un compañero en necesidad.
Y aunque en su casa casi no había nada,
le dijo que andara a ver qué pasaba.

La mamá de James lo esperaba para almorzar.
Aquel día había aún más poco de lo normal.
Tremenda sorpresa al abrir la puerta
y ver a su hijo, con visita hambrienta.

Sigan al sancocho, entren a la fiesta
y que los abrigue el fogón de leña.
Sigan que a la mesa la bendice Dios
y si hay para uno habrá para dos.

Al día siguiente volvió, la madre, a cocinar
y James de nuevo regresó a la universidad.
Y al salir de clase vio que tenían hambre
cuatro melenudos que estudiaban arte.

La mamá contenta porque ese día correspondía
un poco de carne, que era un lujo en su economía.
Corrió cuando James la llamó a la puerta
y al abrir quedó de una sola pieza.

Sigan al sancocho entren a la fiesta,
y que los abrigue el fogón de leña.
Sigan que a la mesa Dios la hará crecer
y si hay para uno, habrá para seis.

Han pasado años, ya casi James se va a graduar.
Media U lo espera parada frente a la facultad.
Todo el mundo sabe que el que tenga hambre
las puertas abiertas tienen donde James.

La pobre mamá es la más feliz con la situación
y todos los días ansiosa espera su batallón.
Prepara la olla, se agarra la moña,
y al picar cebolla, de alegría llora.

Sigan al sancocho entren a la fiesta,
y que los abrigue el fogón de leña.
Sigan que el Señor hoy va a multiplicar,
y si hay para uno, para cien habrá.
Sigan al sancocho que la biblia dice
que aquella comida
es Cristo mismo quien la recibe;
que, por dar su amor, nos reconocería,
que al servir al otro, Dios sonreiría;
que nos ha salvado
y ya no podemos ser egoístas.